martes, 26 de enero de 2010

EL AÑO DE KEYNES

En 2009 se ha dado la confluencia de una logica intelectual (el keynesianismo) y una lógica política (Obama)
JOAQUÍN ESTEFANÍA
Se repite abundantemente la tesis de Keynes de que detrás de las políticas que se aplican suelen estar las ideas de algún economista, y que éstas resultan más poderosas de lo que se puede suponer. Las prácticas de los banqueros y de los gobernantes que nos condujeron a esta crisis pueden remontarse también a las ideas de aquellos economistas que estimaron que lo más eficaz eran los mercados desregulados.
Detrás de las políticas de ayudas al sistema financiero y los estímulos a la economía real que han evitado que la Gran Recesión devenga en una Gran Depresión estaban las ideas de Keynes. En 2009 se produjo, con los matices que se requieren, la confluencia entre una lógica intelectual (el keynesianismo) y una lógica política (Obama), que sustituyó al antiguo eje dominante neoliberalismo-neoconservadurismo. Por ello, 2009 fue el año del regreso de Keynes, más por necesidad que por una teorización consciente de lo que ello suponía: cuando estamos en el agujero, todos somos keynesianos.
El economista de Cambridge defendía que cuando existe un vacío macroeconómico el Gobierno debe sustituirlo y prepararse para sanear el sistema. Porque eso es lo que pretendía, no sustituirlo por otro. Keynes no era un revolucionario: intentó salvar a un capitalismo que no admiraba pero que consideraba la mejor garantía frente a sus alternativas reales, el fascismo y el comunismo. Su solución de "dinero barato, gasto inteligente" para compensar la anemia de la inversión privada ha de ser adaptada ahora a la era de la globalización. Es imposible aplicar el keynesianismo en un solo país, y ello es lo que ha intentado hacer el G-20: las mismas ideas-fuerza teniendo en cuenta las peculiaridades de cada país. Sustituir la falsa ideología de la eficiencia perfecta por la realidad de mercados incompletos, información asimétrica y competencia imperfecta.
Cuando Keynes defendía las ideas de los economistas como sustentadoras de la política, pensaba en un tipo de científico social que no es el que más abunda. Economistas polifacéticos, como él mismo. Un posible regalo por Año Nuevo es releer uno de los más maravillosos textos de Keynes: Ensayos biográficos. Escribiendo de uno de sus maestros, Alfred Marshall, dice que el estudio de la economía no parece que requiera dotes especialmente relevantes. "¿No es, acaso, en el aspecto intelectual, una materia extremadamente fácil, en comparación con los estudios más elevados de la filosofía de la ciencia pura? Y, sin embargo, un buen economista, o simplemente competente, es una auténtica rareza?". No gustará esta rebaja de expectativas a los economistas de laboratorio que pretenden el monopolio de la verdad científica. El economista debe poseer una rara combinación de dotes: "Debe alcanzar un nivel elevado en distintas direcciones, combinando capacidades que, a menudo, no posee una misma persona. Debe ser, de algún modo, matemático, historiador, estadista, filósofo; manejar símbolos y hablar con palabras corrientes (...). Debe estudiar el presente a la luz del pasado y con la vista puesta en el futuro...". Keynes ha vuelto.

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