sábado, 16 de enero de 2010

BI-CENTENARIO

Guillermo Knochenhauer
En la identificación de ideas de “Un futuro para México”, tarea muy necesaria para levantar el ánimo nacional sobre terrenos más firmes que la memoria de la crisis, decadencia e incertidumbre de las últimas décadas, Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín proponen la plena integración del país a Norteamérica (Revista Nexos, diciembre 2009).
Entienden que la condición primaria para seguir ese camino es que México “deje de ser preso de su historia” y añaden que ideas, sentimientos e intereses heredados “le impiden al país moverse con rapidez al lugar que anhelan sus ciudadanos”. Sostengo que negar la historia nos condenaría a ser presos de la idea de que el destino de México sea su subordinación plena a Estados Unidos.
Lo que me interesa del escrito de Castañeda y Aguilar, dos intelectuales cercanos al poder, es que reconocen que la historia se acumula “en la cabeza y en los sentimientos de la nación”. La historia, y ellos lo saben bien, además de ser útil a intereses y al poder, es memoria de identidad de la nación y de las causas que se hicieron populares.
El bicentenario del inicio del movimiento de independencia y centenario del de la Revolución, son dos motivos para conmemorar –rememorar colectivamente- las claves de los aciertos y errores del pasado y ocasión para desmontar la manipulación del pasado como recurso del poder para afirmar su dominación en el presente.
Deslindar la utilidad de la historia para el poder, de ninguna manera puede implicar la posibilidad de negar la necesidad de un saber histórico que dote al presente de significado. Una de las causas de desánimo nacional, es el abismo que hay entre la historia oficial, la historia vivida por la sociedad civil y los desafíos presentes y futuros, que no se pueden entender ni asentar en los sentimientos de la nación sin comprender su significado actual con ayuda de la historia.
El desafío para los historiadores es contribuir a cerrar ese abismo, no en rechazar la memoria colectiva porque encuentran en ella la “herencia política de estatismo y corporativismo que llamamos ´nacionalismo revolucionario”, que son rasgos, a fin de cuentas, de la eficacia que alcanzó la versión interesada del PRI acerca de la Revolución.
Cierto en parte lo que afirman Castañeda y Aguilar: “México ha perdido la tonada de la Revolución que le dio sentido simbólico y cohesión nacional durante décadas”. La realidad es que ha perdido más que la tonada, ha perdido el sentido y la cohesión y la crítica a la Revolución y sus simbolismos –propios, ciertamente de una realidad que ya no existe- no ha sido capaz de aportar nuevos valores y principios para restaurar identidades en un nuevo proyecto colectivo.
No basta con decir lo que hay que hacer –por cuestionable que sea, como la propuesta de integración a Estados Unidos- si no se acompaña de razones y sentimientos que nutran de certezas las expectativas en que el futuro individual y colectivo puede ser mejor.
México está nuevamente urgido de recuperar valores y propósitos sociales que podamos compartir y no los encontrará en la memoria de las últimas décadas, que es de decadencia e incertidumbre en el futuro, pero tampoco en los llamados a la competitividad, sólo porque parece un requisito de las tendencias económicas del mundo globalizado.
Sin duda hay mucho que cambiar en México. Ha que superar el estancamiento económico de 30 años, hay que consolidar una transición democrática antes de que se pasme o se revierta, hacer vigente el estado de derecho, hay que asegurar que el desarrollo sea compartido y no privilegio de los menos y también, como dice Castañeda, seguramente el autor de la propuesta internacional del ensayo, hay que “decidir el lugar que se quiere ocupar en el mundo”. México, sin duda, no ocupa actualmente la posición que ha ocupado entre las naciones ni su peso e intereses son debidamente considerados en el reordenamiento económico y político internacional.
Para todo eso hay que cambiar, hay que desmontar los procesos que durante décadas han puesto a México muy por debajo de sus potencialidades. No se trata de reeditar las ideas que sirvieron a una realidad que ya no existe, pero es indispensable reconocer nuestra pertenencia a hechos fundacionales de la nacionalidad mexicana, como la Independencia y la Revolución, porque en ellos está contenido nuestro futuro posible.
knochenhauer@prodigy.net.mx

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