LUÍS BASSETS / EL PAÍS
El principio que atribuye a cada ciudadano un voto se ha ido con el agua de la bañera, y lo que queda, a la vista de todos, es el viejo y malhumorado Tío Gilito, sentado encima de su bolsa inmensa de dinero. Esa es de momento la estampa de las primarias republicanas de las que saldrá el candidato que desafíe a Barack Obama en la elección presidencial. Una carrera o puja entre millonarios, en vez de un ejercicio de deliberación y de democracia. Desde Europa nos entusiasman las primarias, los debates televisivos, los caucus e incluso la propaganda adversa, pero la sustancia de estas elecciones la proporcionan las montañas inmensas de dinero que están inyectando a su capricho los multimillonarios partidarios de cada candidato, doce en concreto, gracias a una sentencia del Tribunal Supremo de 2010 que autoriza en nombre de la libertad de expresión las donaciones sin límite para realizar campañas negativas.
Los jueces han reconocido así los derechos del dinero por encima de los derechos de los ciudadanos, algo que han aprovechado esos grandes electores que votan con su chequera y compiten entre sí en los apoyos a los distintos candidatos republicanos. La cerrada lucha entre tres candidatos, Mitt Romney, Rick Santorum y Newt Gingrich, que amenaza con durar más de lo conveniente antes de decantarse en favor de uno de ellos, se debe precisamente a la cantidad de recursos invertidos por estos acaudalados padrinos que les protegen. Para empeorar las cosas, las inversiones en anuncios televisivos autorizadas por los tribunales no ensalzan las virtudes de cada candidato, sino los defectos de los rivales. La sentencia que avaló estas prácticas conduce, para colmo, a un permanente ejercicio de hipocresía: las organizaciones que recogen estas inversiones no pueden tener una relación abierta con la campaña del candidato, algo que no les impide a cada uno de ellos asistir personalmente a las reuniones para animar la recaudación de fondos, aunque con el cuidado de abandonar la sala cuando se discute sobre los contenidos de los anuncios.
Barack Obama ha criticado duramente estas prácticas, pero no ha tenido más remedio que aceptarlas y destacar a varios colaboradores suyos para que trabajen en una de estas organizaciones. Sabe que los republicanos están preparando una megacampaña para bombardearle con publicidad negativa en cuanto se sepa quién es el candidato republicano. De momento, se maneja la cifra de 100 millones de dólares ya apalabrados entre los Tíos Gilitos conservadores, pero algunos especialistas creen que la cifra podrá llegar hasta los 500. Entre ellos están los multimillonarios de Wall Street contrarios a las regulaciones exigidas por la crisis: consideran que todavía no han ganado la guerra entre el mundo de las finanzas y el de la política y que la relección de Obama es la última batalla que les queda por librar.
El principio que atribuye a cada ciudadano un voto se ha ido con el agua de la bañera, y lo que queda, a la vista de todos, es el viejo y malhumorado Tío Gilito, sentado encima de su bolsa inmensa de dinero. Esa es de momento la estampa de las primarias republicanas de las que saldrá el candidato que desafíe a Barack Obama en la elección presidencial. Una carrera o puja entre millonarios, en vez de un ejercicio de deliberación y de democracia. Desde Europa nos entusiasman las primarias, los debates televisivos, los caucus e incluso la propaganda adversa, pero la sustancia de estas elecciones la proporcionan las montañas inmensas de dinero que están inyectando a su capricho los multimillonarios partidarios de cada candidato, doce en concreto, gracias a una sentencia del Tribunal Supremo de 2010 que autoriza en nombre de la libertad de expresión las donaciones sin límite para realizar campañas negativas.
Los jueces han reconocido así los derechos del dinero por encima de los derechos de los ciudadanos, algo que han aprovechado esos grandes electores que votan con su chequera y compiten entre sí en los apoyos a los distintos candidatos republicanos. La cerrada lucha entre tres candidatos, Mitt Romney, Rick Santorum y Newt Gingrich, que amenaza con durar más de lo conveniente antes de decantarse en favor de uno de ellos, se debe precisamente a la cantidad de recursos invertidos por estos acaudalados padrinos que les protegen. Para empeorar las cosas, las inversiones en anuncios televisivos autorizadas por los tribunales no ensalzan las virtudes de cada candidato, sino los defectos de los rivales. La sentencia que avaló estas prácticas conduce, para colmo, a un permanente ejercicio de hipocresía: las organizaciones que recogen estas inversiones no pueden tener una relación abierta con la campaña del candidato, algo que no les impide a cada uno de ellos asistir personalmente a las reuniones para animar la recaudación de fondos, aunque con el cuidado de abandonar la sala cuando se discute sobre los contenidos de los anuncios.
Barack Obama ha criticado duramente estas prácticas, pero no ha tenido más remedio que aceptarlas y destacar a varios colaboradores suyos para que trabajen en una de estas organizaciones. Sabe que los republicanos están preparando una megacampaña para bombardearle con publicidad negativa en cuanto se sepa quién es el candidato republicano. De momento, se maneja la cifra de 100 millones de dólares ya apalabrados entre los Tíos Gilitos conservadores, pero algunos especialistas creen que la cifra podrá llegar hasta los 500. Entre ellos están los multimillonarios de Wall Street contrarios a las regulaciones exigidas por la crisis: consideran que todavía no han ganado la guerra entre el mundo de las finanzas y el de la política y que la relección de Obama es la última batalla que les queda por librar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario