La liberalización del comercio ha dejado de estar en las agendas internacionales para salir de la crisis
Joaquín Estefanía / El País
¿Qué fue de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y la Ronda del Desarrollo (Doha)? En Bretton Woods se crearon los organismos multilaterales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial...) que servirían para la gobernanza de un planeta todavía sobrecogido por dos guerras mundiales, excepto la relativa al comercio, que se quedó en una institución intermedia —el Acuerdo General de Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT)— con sede en Ginebra.
Solo medio siglo después, en 1995, apareció la OMC, con el objeto de eliminar las impurezas y deficiencias anteriores en campos como la agricultura, los servicios o las patentes. La OMC respondía al principio de la época de que cualquier obstáculo al libre comercio era una abominación y tenía un sistema de funcionamiento novedoso: su resolución de conflictos era obligatoria y vinculante, y a los Estados miembros no les quedaba más remedio que someterse a las reglas del organismo.
Cuando estalla la Gran Recesión del verano de 2007, el grupo de los 20 países más ricos del mundo (G-20) sustituye de hecho a las otras formaciones G (G-5, G-7, G-14) como el foro de discusión económica mundial. En los comunicados de las seis cumbres del G-20 (Washington, Londres, Pittsburgh, Toronto, Seúl y Cannes) siempre aparece una mención —cada vez más minúscula— a la liberalización del comercio mundial, como una de las fórmulas fetiche para salir de la crisis.
A continuación, la OMC y sus negociaciones se sumergen, y no se vuelve a saber nada de ellas hasta la siguiente cumbre. El próximo mes de junio, en Los Cabos (México), se celebrará el siguiente G-20, bajo la presidencia del país anfitrión. Será la última cita internacional del mandatario mexicano Felipe Calderón, pues unos días después habrá elecciones presidenciales en su país.
En las prioridades establecidas por México para esa reunión (figuran en la página web g20mexico.org) —recuperar la estabilidad económica y el crecimiento (en ese orden), fortalecer las instituciones financieras internacionales, mejorar los sistemas financieros con medidas para ampliar la inclusión y educación financieras, mitigar la volatilidad de los precios de los alimentos e impulsar una estrategia de crecimiento verde— no hay ni una mención explícita al comercio mundial. Se podría argumentar que todas y cada una de las prioridades tienen que ver con él, pero hasta ahora merecía al menos una mención retórica específica.
Hoy día, cuando se mantienen tantas incógnitas sobre la economía mundial (básicamente instaladas geográficamente en Europa), que pueden variar las agendas de una reunión que se celebrará a más de tres meses vista, las expectativas para el G-20 se concentran en lograr mayor capacidad de tiro del FMI (más recursos, aunque no se sabe bajo qué modalidad) y evitar una guerra de divisas, logrando que China flexibilice su tipo de cambio. Pero el comercio y su organización, la OMC, siguen en la clandestinidad.
Joaquín Estefanía / El País
¿Qué fue de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y la Ronda del Desarrollo (Doha)? En Bretton Woods se crearon los organismos multilaterales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial...) que servirían para la gobernanza de un planeta todavía sobrecogido por dos guerras mundiales, excepto la relativa al comercio, que se quedó en una institución intermedia —el Acuerdo General de Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT)— con sede en Ginebra.
Solo medio siglo después, en 1995, apareció la OMC, con el objeto de eliminar las impurezas y deficiencias anteriores en campos como la agricultura, los servicios o las patentes. La OMC respondía al principio de la época de que cualquier obstáculo al libre comercio era una abominación y tenía un sistema de funcionamiento novedoso: su resolución de conflictos era obligatoria y vinculante, y a los Estados miembros no les quedaba más remedio que someterse a las reglas del organismo.
Cuando estalla la Gran Recesión del verano de 2007, el grupo de los 20 países más ricos del mundo (G-20) sustituye de hecho a las otras formaciones G (G-5, G-7, G-14) como el foro de discusión económica mundial. En los comunicados de las seis cumbres del G-20 (Washington, Londres, Pittsburgh, Toronto, Seúl y Cannes) siempre aparece una mención —cada vez más minúscula— a la liberalización del comercio mundial, como una de las fórmulas fetiche para salir de la crisis.
A continuación, la OMC y sus negociaciones se sumergen, y no se vuelve a saber nada de ellas hasta la siguiente cumbre. El próximo mes de junio, en Los Cabos (México), se celebrará el siguiente G-20, bajo la presidencia del país anfitrión. Será la última cita internacional del mandatario mexicano Felipe Calderón, pues unos días después habrá elecciones presidenciales en su país.
En las prioridades establecidas por México para esa reunión (figuran en la página web g20mexico.org) —recuperar la estabilidad económica y el crecimiento (en ese orden), fortalecer las instituciones financieras internacionales, mejorar los sistemas financieros con medidas para ampliar la inclusión y educación financieras, mitigar la volatilidad de los precios de los alimentos e impulsar una estrategia de crecimiento verde— no hay ni una mención explícita al comercio mundial. Se podría argumentar que todas y cada una de las prioridades tienen que ver con él, pero hasta ahora merecía al menos una mención retórica específica.
Hoy día, cuando se mantienen tantas incógnitas sobre la economía mundial (básicamente instaladas geográficamente en Europa), que pueden variar las agendas de una reunión que se celebrará a más de tres meses vista, las expectativas para el G-20 se concentran en lograr mayor capacidad de tiro del FMI (más recursos, aunque no se sabe bajo qué modalidad) y evitar una guerra de divisas, logrando que China flexibilice su tipo de cambio. Pero el comercio y su organización, la OMC, siguen en la clandestinidad.
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