viernes, 2 de marzo de 2012

EUROPA SIN ESPERANZA Y SIN FE

Antonio Navalón / El Universal
En México, en junio de 2012, se reúne el G-20. Será la reunión más importante, de cuantas ha habido hasta el momento, en la historia de ese organismo mixto que nadie sabe muy bien para qué sirve.
La relevancia de esta ocasión se debe a que si en México no se toman las medidas necesarias que permitan demostrar que es el sitio perfecto para encontrar el pasado y el futuro del mundo, el G-20 desaparecerá y el mundo tendrá un nuevo problema.
Eran suficientes los problemas creados o no resueltos por el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, y ahora se suma que tenemos instituciones multinacionales que no representan los equilibrios multinacionales.
Me explico: China, India, África y América Latina tienen papeles de segunda en un mundo dominado por los dos grandes colosos en decadencia: la Unión Europea —que, créame y acompáñeme, cuando llegue junio estará en mucho más problemas que ahora— y Estados Unidos —que sin duda, encontrará su camino de recuperación tal como señala la mejora respecto al empleo y a la actividad económica—.
Las demostraciones y las caras del poder están viejas y antiguas. No es sólo que se necesita sentar a los nuevos dueños —India, América Latina, China, sobre todo, y la potencialidad de crecimiento de África—, sino que la crisis europea nos ha llevado a una fase en la que debemos preguntarnos: ¿es posible vivir en política y en economía sin esperanza?
Claro que no. La política, como la vida, sin esperanza es imposible. El problema del modelo de la crisis europea es que ha decidido prescindir del día después y se basa en la sangre, el sudor y las lágrimas, sin anestesia.
Resulta estremecedor leer en cualquiera de los grandes periódicos mundiales, por ejemplo, en El País de España, la crónica sobre lo que significa el alcance de la crisis en ese continente. Los enterradores llevan meses sin cobrar. Los bomberos llevan meses sin cobrar. Las enfermeras llevan meses sin cobrar. Los hospitales cierran grandes pabellones porque llevan meses sin cobrar.
La crisis es más profunda de lo que jamás imaginamos. Cuando vemos a la gente manifestarse o pelearse con la policía antidisturbios, nos hacemos una ligera idea de lo que significa vivir en ciudades en las que no se le paga a la gente y se cierran empresas e instituciones por no tener dinero.
Y cuando se pregunta ¿hasta cuándo? La respuesta es: hasta que haya una selección natural y a fuerza de parar toda la inversión en vida se vuelva reconstruir la vida.
La pérdida de la esperanza y la fe es un factor tan importante que puede llevar a la muerte a la Unión Europea. El pasado 20 de febrero, diversos mandatarios firmaron una carta dirigida a los presidentes del Consejo Europeo y de la Comisión Europea —Van Rompuy y Durao Barroso—.
Inglaterra, Holanda, Italia, Estonia, Letonia, Finlandia, Irlanda, República Checa, Eslovaquia, España, Suecia y Polonia han decidido poner un alto a ese suicidio que por momentos parece seguir siendo parte de la Unión Europea.
Estos países exigen medidas urgentes para reactivar la economía de la zona euro, sometida a la recesión y el paro. Pero la pregunta es: ¿por qué no fueron incluidos ni Alemania ni Francia? Quizá con esto Merkel y su eterno aliado Sarkozy deberían entender que no hay posibilidad de un futuro sin esperanza. Que en la Unión Europea todos, excepto ellos, no están dispuestos a sacrificios inútiles que sólo les garanticen más hambre, desempleo, estancamiento y frustración.
Europa está invirtiendo en destruir y apostando muy poco en construir. ¿Qué país será el primero en irse de la Unión Europea?
En esta reunión del G-20 es importante que ahora que están los ministros de asuntos exteriores en una gran cumbre en Los Cabos, y que los ministros de finanzas del mundo vienen a nuestro país para preparar la reunión del próximo junio, se incorpore un nuevo escenario ¿cómo debe tratar el G-20, en todas las reuniones, la posibilidad del estallido de la gente tras la gran crisis que se vive?
Hemos visto fotos de una funcionaria colocada sobre una ventana de una empresa pública en Atenas queriendo saltar. De aquí a unos meses habrán saltado no sólo en Atenas, sino en Turín, Madrid, y otras ciudades. El precio de la crisis es impagable, sobre todo porque no existe ni previsión ni cálculo por parte de los políticos europeos. Todos, menos los alemanes, consideran una traición hablar de fe y de esperanza.
¿Fe en qué? ¿En que sólo sobrevivirán los fuertes como en la ley de la selva? Esperanza es una palabra prohibida hoy en Europa. Por ello, la reunión del G-20 será una reunión con los restos de Europa, no con Europa.
No pretendo ser adivino, nada me encantaría más que todos cobren sus salarios y la vida siga. Pero de momento la crónica que percibo, las uvas de la ira del mundo hablan de muerte, destrucción, tristeza y ciudades fantasmas convertidas en la nada, bien sea por la codicia sin límite de algunos, la renuencia de controlar la actividad económica de otros y la brutalidad sistemática manifiesta de una Europa dominada por Alemania que sencillamente no puede mirar ni alrededor ni hacia abajo.


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