Samuel García / El Semanario sin Límites
¿Cómo ve la marcha económica de México? Fue la pregunta que hace un par de semanas me planteaba un inversionista extranjero para abrir una larga conversación. Evidentemente que aquel hombre de negocios conocía a detalle la evolución de los grandes números de la economía mexicana, pero la pregunta apuntaba a conocer lo que está detrás de las cifras, la percepción o acaso el estado de ánimo de un comentarista independiente sobre asuntos económicos.
En teoría no debería existir una gran distancia entre los resultados mostrados en las grandes cifras de la economía y aquellos resultados que percibe mayoritariamente la población en su economía doméstica. Los economistas nos dirían que es razonable que si la economía crece, el desempleo está contenido, la inflación es baja, los presupuestos públicos destinados a las políticas sociales son crecientes, entonces los resultados en la economía doméstica deberían ser razonablemente positivos.
Sin embargo no siempre es así.
La economía mexicana está creciendo a una tasa bastante aceptable cercana a 4% (el índice global de la actividad económica a enero creció 4.4% a tasa anualizada), las exportaciones siguen creciendo a tasas de dos dígitos desde hace tiempo y en febrero lo hicieron a 16.3%, la tasa de desempleo está contenida en alrededor de 5%, la de febrero fue de 5.33%, los precios al consumidor se han comportado favorablemente con un incremento general de 3.87% en febrero a tasa anual, y el presupuesto público que el gobierno federal ejerce vía subsidios y diversos programas para combatir la pobreza, alentar la educación, la salud y la construcción de vivienda, han crecido a tasas de dos dígitos en los últimos años.
Es decir, las grandes cifras de la economía mexicana marchan bien. Y más aún si tomamos en cuenta el contexto de crisis y desaceleración económica que se vive en otras regiones del orbe.
Pero la percepción de lo que ocurre en la vida doméstica de los ciudadanos no coincide con las cifra de la macroeconomía. El índice de confianza del consumidor, aunque se ha recuperado desde el primer trimestre de 2010, está lejos del nivel que tenía previo al estallido de la crisis global a pesar que la economía mexicana se ha recuperado totalmente de la brutal caída de 2009. Las respuestas de los ciudadanos encuestados sobre su capacidad de compra de bienes durables en relación a hace un año se deterioraron severamente en febrero pasado, al pasar de 90.4 a 79.4, una caída cercana al 20%.
La explicación de la distancia que existe entre los resultados de los ‘grandes números’ de la economía y la economía doméstica se encuentra en la inequidad en la distribución de los beneficios del crecimiento económico. La generación de la riqueza adicional generada no cae en los bolsillos de la mayor parte de la población por las fuertes distorsiones que existen en los mercados y por las ineficaces políticas públicas para cumplir su cometido.
Un ejemplo de distorsión de mercados se encuentra en los altos precios que pagan los más pobres por la escasa competencia que existe. Y un problema de eficacia en las políticas públicas se puede ver en el fracaso redistributivo de la política fiscal.
Por eso mientras que la macroeconomía muestra buenas cuentas, la microeconomía –aquella que viven diariamente millones de mexicanos- no se beneficia a cabalidad de la nueva generación de riqueza.
¿Cómo ve la marcha económica de México? Fue la pregunta que hace un par de semanas me planteaba un inversionista extranjero para abrir una larga conversación. Evidentemente que aquel hombre de negocios conocía a detalle la evolución de los grandes números de la economía mexicana, pero la pregunta apuntaba a conocer lo que está detrás de las cifras, la percepción o acaso el estado de ánimo de un comentarista independiente sobre asuntos económicos.
En teoría no debería existir una gran distancia entre los resultados mostrados en las grandes cifras de la economía y aquellos resultados que percibe mayoritariamente la población en su economía doméstica. Los economistas nos dirían que es razonable que si la economía crece, el desempleo está contenido, la inflación es baja, los presupuestos públicos destinados a las políticas sociales son crecientes, entonces los resultados en la economía doméstica deberían ser razonablemente positivos.
Sin embargo no siempre es así.
La economía mexicana está creciendo a una tasa bastante aceptable cercana a 4% (el índice global de la actividad económica a enero creció 4.4% a tasa anualizada), las exportaciones siguen creciendo a tasas de dos dígitos desde hace tiempo y en febrero lo hicieron a 16.3%, la tasa de desempleo está contenida en alrededor de 5%, la de febrero fue de 5.33%, los precios al consumidor se han comportado favorablemente con un incremento general de 3.87% en febrero a tasa anual, y el presupuesto público que el gobierno federal ejerce vía subsidios y diversos programas para combatir la pobreza, alentar la educación, la salud y la construcción de vivienda, han crecido a tasas de dos dígitos en los últimos años.
Es decir, las grandes cifras de la economía mexicana marchan bien. Y más aún si tomamos en cuenta el contexto de crisis y desaceleración económica que se vive en otras regiones del orbe.
Pero la percepción de lo que ocurre en la vida doméstica de los ciudadanos no coincide con las cifra de la macroeconomía. El índice de confianza del consumidor, aunque se ha recuperado desde el primer trimestre de 2010, está lejos del nivel que tenía previo al estallido de la crisis global a pesar que la economía mexicana se ha recuperado totalmente de la brutal caída de 2009. Las respuestas de los ciudadanos encuestados sobre su capacidad de compra de bienes durables en relación a hace un año se deterioraron severamente en febrero pasado, al pasar de 90.4 a 79.4, una caída cercana al 20%.
La explicación de la distancia que existe entre los resultados de los ‘grandes números’ de la economía y la economía doméstica se encuentra en la inequidad en la distribución de los beneficios del crecimiento económico. La generación de la riqueza adicional generada no cae en los bolsillos de la mayor parte de la población por las fuertes distorsiones que existen en los mercados y por las ineficaces políticas públicas para cumplir su cometido.
Un ejemplo de distorsión de mercados se encuentra en los altos precios que pagan los más pobres por la escasa competencia que existe. Y un problema de eficacia en las políticas públicas se puede ver en el fracaso redistributivo de la política fiscal.
Por eso mientras que la macroeconomía muestra buenas cuentas, la microeconomía –aquella que viven diariamente millones de mexicanos- no se beneficia a cabalidad de la nueva generación de riqueza.
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