David Ibarra / El Universal
América Latina se encuentra enfrentada a una seria disyuntiva: qué política económica y social instrumentar en el futuro para evadir los contagios depresivos de la economía mundial y recobrar alguna estabilidad en el crecimiento y el empleo. No hay duda de que la economía global desató fuerzas que incorporaron a la región en el torbellino de la depresión universal.
Pero en otra vertiente atemperó la influencia de los paradigmas dominantes al poner en tela de juicio muchas de las orientaciones del orden internacional, factor determinante en la política económica latinoamericana. Esto último invita a implantar estrategias con mayor atención a los temas sociales y políticos internos. Los grados de libertad de los gobiernos se ensanchan, mientras la gravedad de los problemas se acrecenta.
En opinión de la ONU, la economía mundial podría volver a derrumbarse. Ya la producción se desaceleró a lo largo de 2011 y continuará haciéndolo en el año en curso. En Estados Unidos la tasa de crecimiento proyectada será en 2012 la mitad de la del 2010 y en la Unión Europea la caída podría bajarla 65%-70%. Las tendencias recesivas alcanzarán a las naciones en desarrollo que de crecer a 7.5% en 2010, apenas lo harán alrededor de 5.5% en 2012. La correspondiente a México, se estima, caerá en más de 40% (hasta 2.5% anual).
El enfriamiento de las economías refleja entorpecimientos del primer mundo, tanto como la insuficiencia general de la demanda mundial frente a la oferta. Nótese el debilitamiento de la capacidad conjunta de compra de las sociedades globalizadas al desplazarse la ocupación a los países de salarios bajos y al crecer el desempleo o la informalidad en los países industrializados o de avance intermedio.
Contrapartida de ese fenómeno son el intenso proceso universal de concentración del ingreso en los estratos privilegiados de las poblaciones, el debilitamiento de las clases medias y la pobreza crónica que afecta a muchas sociedades. Junto a la inversión masiva y el acrecentamiento de la oferta que se observa en China y otros países en desarrollo, hay capacidades ociosas crecientes en las naciones desarrolladas que entorpecen la salida de la crisis. En una palabra, el mundo ha caído en la típica trampa keynesiana de desecuencia, frente a los riesgos los ba un gobi saneados dejan de prestar, las familias abrumadas por las deudas y menores ingresos reducen su gasto y las empresas con capacidades ociosas no invierten.
Los efectos del rompimiento de la burbuja inmobiliaria y la de la banca prestamista pudieron atenuarse temporalmente financiando el rescate financiero con endeudamiento público masivo. De ahí el origen de la crisis de la deuda soberana que hace dudar de la capacidad de algunos gobiernos de saldar sus compromisos, según los pronunciamientos de las instituciones calificadoras de riesgos. En todo caso, los desequilibrios presupuestarios resultantes desatan presiones políticas conservadoras que inducen a establecer medidas de austeridad debilitadoras todavía más de la demanda.
En los hechos, la preocupación obsesiva sobre la inflación ha cedido el escenario a problemas como el de la desocupación humana y el de la recuperación de la crisis universal. Ello altera la configuración de las acciones estatales y los linderos de lo permisible en materia económica. En los propios países industrializados toman cuerpo políticas poco ortodoxas.
El rescate de las instituciones financieras o empresas vulneródanos acosados por el desempleo, la reducción de las pensiones o las pérdidas de activos patrimoniales. Como consecuencia, frente a los riesgos los bancos aun saneados dejan de prestar, las familias abrumadas por las deudas y menores ingresos reducen su gasto y las empresas con capacidades ociosas no invierten.
Los efectos del rompimiento de la burbuja inmobiliaria y la de la banca prestamista pudieron atenuarse temporalmente financiando el rescate financiero con endeudamiento público masivo. De ahí el origen de la crisis de la deuda soberana que hace dudar de la capacidad de algunos gobiernos de saldar sus compromisos, según los pronunciamientos de las instituciones calificadoras de riesgos. En todo caso, los desequilibrios presupuestarios resultantes desatan presiones políticas conservadoras que inducen a establecer medidas de austeridad debilitadoras todavía más de la demanda.
En los hechos, la preocupación obsesiva sobre la inflación ha cedido el escenario a problemas como el de la desocupación humana y el de la recuperación de la crisis universal. Ello altera la configuración de las acciones estatales y los linderos de lo permisible en materia económica. En los propios países industrializados toman cuerpo políticas poco ortodoxas.
El rescate de las instituciones financieras o empresas vulneró la norma de acotar al máximo el intervencionismo estatal y de mantener el presupuesto en equilibrio. En materia de política monetaria, se olvidaron los criterios de evitar la emisión monetaria inorgánica y de limitar los préstamos a los gobiernos. Al propio tiempo reaparecen nuevas formas de proteccionismo limitativas de la libertad de mercados, sea mediante la manipulación de los tipos de cambio o de la proliferación de controles a los movimientos de capitales.
A regañadientes se constata que la desregulación mercantil irrestricta puede generar costos sociales desmesurados; que los propios mercados no son siempre eficientes y llevan aparejada la propensión a la volatilidad y la crisis; que la regulación y el intervencionismo estatales bien diseñados son indispensables para la estabilización y el desarrollo.
Además, surge un hecho demostrativo inocultable: la prosperidad se asocia a gobiernos activistas, intervencionistas, mientras abandona a los países dominados por nociones librecambistas. Modernización y desarrollo privan en naciones como China, Corea, Taiwán, Singapur, en tanto el estancamiento acompaña a los países seguidores de políticas ortodoxas, aunque pertenezcan al primer mundo.
Tardíamente América Latina comienza a aprender la lección. La innovación estratégica procede con lentitud, pero ya ensanchan los márgenes de maniobra y los resultados de la gestión económica en varios países. Los gobiernos de Argentina, Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia, Venezuela manifiestan preocupaciones vertidas al bienestar y los intereses sociales internos que hacen prevalecer frente a los dictados del librecambismo universal.
La misma recuperación de la región en 2010, después de la estrepitosa caída del año previo, fue resultado de medidas fiscales y monetarias heterodoxas, en favor del empleo y de la protección a los salarios reales, aplicados en buen número de países. Del mismo modo, en unos casos más que en otros, los gobiernos impulsaron la recuperación del crédito a la producción, sea directamente por la banca estatal o mediante estímulos a la banca privada. Frente al desplazamiento excesivo de los flujos financieros internacionales y los riesgos del contagio de las inestabilidades de los mercados internacionales, la región acumula reservas de divisas y, en varios casos, esteriliza el influjo de fondos externos.
Al efecto, se establecen controles de capitales y políticas cambiarias con el fin principal de defender la competitividad de las exportaciones o prevenir la desindustrialización interna. La recuperación lograda permitió que las cuentas fiscales y el gasto público mejorasen, que la inversión regional subiese ligeramente, así como acotar el endeudamiento público. Y, sin embargo, esas experiencias positivas podrían todavía malograrse por otro tropezón de la economía internacional que estorbase pasar de acciones contracíclicas a políticas de desarrollo de mayor envergadura. Ya en 2011 el ritmo de crecimiento (4.3%) resultó inferior al del año previo (5.9%).
América Latina se encuentra enfrentada a una seria disyuntiva: qué política económica y social instrumentar en el futuro para evadir los contagios depresivos de la economía mundial y recobrar alguna estabilidad en el crecimiento y el empleo. No hay duda de que la economía global desató fuerzas que incorporaron a la región en el torbellino de la depresión universal.
Pero en otra vertiente atemperó la influencia de los paradigmas dominantes al poner en tela de juicio muchas de las orientaciones del orden internacional, factor determinante en la política económica latinoamericana. Esto último invita a implantar estrategias con mayor atención a los temas sociales y políticos internos. Los grados de libertad de los gobiernos se ensanchan, mientras la gravedad de los problemas se acrecenta.
En opinión de la ONU, la economía mundial podría volver a derrumbarse. Ya la producción se desaceleró a lo largo de 2011 y continuará haciéndolo en el año en curso. En Estados Unidos la tasa de crecimiento proyectada será en 2012 la mitad de la del 2010 y en la Unión Europea la caída podría bajarla 65%-70%. Las tendencias recesivas alcanzarán a las naciones en desarrollo que de crecer a 7.5% en 2010, apenas lo harán alrededor de 5.5% en 2012. La correspondiente a México, se estima, caerá en más de 40% (hasta 2.5% anual).
El enfriamiento de las economías refleja entorpecimientos del primer mundo, tanto como la insuficiencia general de la demanda mundial frente a la oferta. Nótese el debilitamiento de la capacidad conjunta de compra de las sociedades globalizadas al desplazarse la ocupación a los países de salarios bajos y al crecer el desempleo o la informalidad en los países industrializados o de avance intermedio.
Contrapartida de ese fenómeno son el intenso proceso universal de concentración del ingreso en los estratos privilegiados de las poblaciones, el debilitamiento de las clases medias y la pobreza crónica que afecta a muchas sociedades. Junto a la inversión masiva y el acrecentamiento de la oferta que se observa en China y otros países en desarrollo, hay capacidades ociosas crecientes en las naciones desarrolladas que entorpecen la salida de la crisis. En una palabra, el mundo ha caído en la típica trampa keynesiana de desecuencia, frente a los riesgos los ba un gobi saneados dejan de prestar, las familias abrumadas por las deudas y menores ingresos reducen su gasto y las empresas con capacidades ociosas no invierten.
Los efectos del rompimiento de la burbuja inmobiliaria y la de la banca prestamista pudieron atenuarse temporalmente financiando el rescate financiero con endeudamiento público masivo. De ahí el origen de la crisis de la deuda soberana que hace dudar de la capacidad de algunos gobiernos de saldar sus compromisos, según los pronunciamientos de las instituciones calificadoras de riesgos. En todo caso, los desequilibrios presupuestarios resultantes desatan presiones políticas conservadoras que inducen a establecer medidas de austeridad debilitadoras todavía más de la demanda.
En los hechos, la preocupación obsesiva sobre la inflación ha cedido el escenario a problemas como el de la desocupación humana y el de la recuperación de la crisis universal. Ello altera la configuración de las acciones estatales y los linderos de lo permisible en materia económica. En los propios países industrializados toman cuerpo políticas poco ortodoxas.
El rescate de las instituciones financieras o empresas vulneródanos acosados por el desempleo, la reducción de las pensiones o las pérdidas de activos patrimoniales. Como consecuencia, frente a los riesgos los bancos aun saneados dejan de prestar, las familias abrumadas por las deudas y menores ingresos reducen su gasto y las empresas con capacidades ociosas no invierten.
Los efectos del rompimiento de la burbuja inmobiliaria y la de la banca prestamista pudieron atenuarse temporalmente financiando el rescate financiero con endeudamiento público masivo. De ahí el origen de la crisis de la deuda soberana que hace dudar de la capacidad de algunos gobiernos de saldar sus compromisos, según los pronunciamientos de las instituciones calificadoras de riesgos. En todo caso, los desequilibrios presupuestarios resultantes desatan presiones políticas conservadoras que inducen a establecer medidas de austeridad debilitadoras todavía más de la demanda.
En los hechos, la preocupación obsesiva sobre la inflación ha cedido el escenario a problemas como el de la desocupación humana y el de la recuperación de la crisis universal. Ello altera la configuración de las acciones estatales y los linderos de lo permisible en materia económica. En los propios países industrializados toman cuerpo políticas poco ortodoxas.
El rescate de las instituciones financieras o empresas vulneró la norma de acotar al máximo el intervencionismo estatal y de mantener el presupuesto en equilibrio. En materia de política monetaria, se olvidaron los criterios de evitar la emisión monetaria inorgánica y de limitar los préstamos a los gobiernos. Al propio tiempo reaparecen nuevas formas de proteccionismo limitativas de la libertad de mercados, sea mediante la manipulación de los tipos de cambio o de la proliferación de controles a los movimientos de capitales.
A regañadientes se constata que la desregulación mercantil irrestricta puede generar costos sociales desmesurados; que los propios mercados no son siempre eficientes y llevan aparejada la propensión a la volatilidad y la crisis; que la regulación y el intervencionismo estatales bien diseñados son indispensables para la estabilización y el desarrollo.
Además, surge un hecho demostrativo inocultable: la prosperidad se asocia a gobiernos activistas, intervencionistas, mientras abandona a los países dominados por nociones librecambistas. Modernización y desarrollo privan en naciones como China, Corea, Taiwán, Singapur, en tanto el estancamiento acompaña a los países seguidores de políticas ortodoxas, aunque pertenezcan al primer mundo.
Tardíamente América Latina comienza a aprender la lección. La innovación estratégica procede con lentitud, pero ya ensanchan los márgenes de maniobra y los resultados de la gestión económica en varios países. Los gobiernos de Argentina, Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia, Venezuela manifiestan preocupaciones vertidas al bienestar y los intereses sociales internos que hacen prevalecer frente a los dictados del librecambismo universal.
La misma recuperación de la región en 2010, después de la estrepitosa caída del año previo, fue resultado de medidas fiscales y monetarias heterodoxas, en favor del empleo y de la protección a los salarios reales, aplicados en buen número de países. Del mismo modo, en unos casos más que en otros, los gobiernos impulsaron la recuperación del crédito a la producción, sea directamente por la banca estatal o mediante estímulos a la banca privada. Frente al desplazamiento excesivo de los flujos financieros internacionales y los riesgos del contagio de las inestabilidades de los mercados internacionales, la región acumula reservas de divisas y, en varios casos, esteriliza el influjo de fondos externos.
Al efecto, se establecen controles de capitales y políticas cambiarias con el fin principal de defender la competitividad de las exportaciones o prevenir la desindustrialización interna. La recuperación lograda permitió que las cuentas fiscales y el gasto público mejorasen, que la inversión regional subiese ligeramente, así como acotar el endeudamiento público. Y, sin embargo, esas experiencias positivas podrían todavía malograrse por otro tropezón de la economía internacional que estorbase pasar de acciones contracíclicas a políticas de desarrollo de mayor envergadura. Ya en 2011 el ritmo de crecimiento (4.3%) resultó inferior al del año previo (5.9%).
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