Los disidentes denuncian una "limpieza ideológica" para impedirles asistir a las misas del Pontífice
Pablo Ordaz Roma / El País
La Iglesia guarda muchos misterios. El último, la oportunidad del viaje del Papa a México y Cuba. ¿Qué necesidad tenía Benedicto XVI, a punto de cumplir 85 años, enfermo y estrenando bastón, de meterse en tremendo berenjenal? ¿Quiénes saldrán beneficiados, los católicos locales o los Gobiernos de sus respectivos países, una derecha mexicana más papista que el Papa y la monarquía comunista de los hermanos Castro? Ambas preguntas son contestadas con un gesto de perplejidad por quienes, desde dentro del Vaticano y casi en secreto de confesión, expresan serias dudas sobre la conveniencia del viaje. Sobre todo, en lo que respecta a Cuba. “El Papa tendrá que ser muy hábil”, señala un alto representante del clero destinado en Roma, “para evitar que Raúl y Fidel Castro conviertan la visita en un balón de oxígeno para el régimen”.
La cuestión es si Benedicto XVI tiene la salud, el carácter y, sobre todo, el asesoramiento adecuado para evitar que tal cosa suceda. Si el Papa, que hoy llega a Santiago, se marcha el miércoles de La Habana dejando satisfecho al dictador y desolados a disidentes y católicos de base, las consecuencias para la imagen de su pontificado serán graves. Y los augurios no son los mejores. Berta Soler, la líder de las Damas de Blanco, arrestada la pasada semana en el interior de la iglesia de Santa Rita, anda suplicando un minuto, “solo un minuto”, para contarle al Pontífice qué sucede realmente en su país. Y la periodista Yoani Sánchez, acosada por el régimen, lleva días denunciando una “limpieza ideológica” para impedir a activistas y disidentes asistir a las misas del Papa. Desde el Vaticano, sin embargo, no parecen receptivos a tales reclamos, y no por falta de información: este corresponsal ha podido comprobar en los últimos días que la información que tiene la Santa Sede de lo que sucede en Cuba es puntual y exhaustiva. Y, pese a todo, el Papa —o quienes escriben sus pasos— parece dispuesto a propiciar un encuentro con Fidel y no con sus víctimas.
La cuestión es si el Papa tiene salud, carácter y, sobre todo, asesoramiento
Uno de los argumentos, sottovoce, es que Juan Pablo II tampoco se reunió con la disidencia cuando visitó Cuba en 1998. Pero la comparación no se sostiene. Para empezar, han pasado 14 años y aquella frase famosa del papa Wojtyla —“que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba”— se quedó en eso, en una bella y bienintencionada frase vacía. El régimen castrista ha redoblado sus mecanismos de represión. Y su contraparte, Estados Unidos, sigue manteniendo un bloqueo inútil que martiriza a la población pero del que se salvan los siempre bien nutridos caciques del partido. Además, Juan Pablo II era un Papa joven, enérgico, experto en relaciones públicas y muy bien asesorado mediáticamente por su portavoz, Joaquín Navarro Vals. No hay ni que recordar que Benedicto XVI es todo lo contrario. Anciano, enfermo e introvertido, sus últimos meses de pontificado han estado marcados por las luchas de poder aireadas, de forma jamás vista, por la filtración de documentos secretos. La diplomacia vaticana considera que su secretario de Estado, Tarcisio Bertone, e incluso su portavoz, Federico Lombardi, no vuelan a la altura que exigen los tiempos. Y, si nos atenemos a lo sucedido en México con los Legionarios de Cristo, puede que tengan razón.
Si algo hay que reconocerle a Benedicto XVI es su “basta ya”, tardío pero sonoro y público, a los abusos sexuales a menores en el seno de la Iglesia. La celebración, el pasado febrero, de un simposio que reunió en Roma a la jerarquía y a las víctimas supuso un valioso giro copernicano en la forma de enfrentar el problema. Pues bien, a su paso por México, el Papa no se ha querido reunir con las numerosas víctimas del mexicano padre Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y paradigma del abuso y la mentira. ¿Volverá en las próximas horas Benedicto XVI a actuar así en Cuba? La Habana espera del Papa algo más que una frase bonita y otra cita para dentro de 14 años…
Pablo Ordaz Roma / El País
La Iglesia guarda muchos misterios. El último, la oportunidad del viaje del Papa a México y Cuba. ¿Qué necesidad tenía Benedicto XVI, a punto de cumplir 85 años, enfermo y estrenando bastón, de meterse en tremendo berenjenal? ¿Quiénes saldrán beneficiados, los católicos locales o los Gobiernos de sus respectivos países, una derecha mexicana más papista que el Papa y la monarquía comunista de los hermanos Castro? Ambas preguntas son contestadas con un gesto de perplejidad por quienes, desde dentro del Vaticano y casi en secreto de confesión, expresan serias dudas sobre la conveniencia del viaje. Sobre todo, en lo que respecta a Cuba. “El Papa tendrá que ser muy hábil”, señala un alto representante del clero destinado en Roma, “para evitar que Raúl y Fidel Castro conviertan la visita en un balón de oxígeno para el régimen”.
La cuestión es si Benedicto XVI tiene la salud, el carácter y, sobre todo, el asesoramiento adecuado para evitar que tal cosa suceda. Si el Papa, que hoy llega a Santiago, se marcha el miércoles de La Habana dejando satisfecho al dictador y desolados a disidentes y católicos de base, las consecuencias para la imagen de su pontificado serán graves. Y los augurios no son los mejores. Berta Soler, la líder de las Damas de Blanco, arrestada la pasada semana en el interior de la iglesia de Santa Rita, anda suplicando un minuto, “solo un minuto”, para contarle al Pontífice qué sucede realmente en su país. Y la periodista Yoani Sánchez, acosada por el régimen, lleva días denunciando una “limpieza ideológica” para impedir a activistas y disidentes asistir a las misas del Papa. Desde el Vaticano, sin embargo, no parecen receptivos a tales reclamos, y no por falta de información: este corresponsal ha podido comprobar en los últimos días que la información que tiene la Santa Sede de lo que sucede en Cuba es puntual y exhaustiva. Y, pese a todo, el Papa —o quienes escriben sus pasos— parece dispuesto a propiciar un encuentro con Fidel y no con sus víctimas.
La cuestión es si el Papa tiene salud, carácter y, sobre todo, asesoramiento
Uno de los argumentos, sottovoce, es que Juan Pablo II tampoco se reunió con la disidencia cuando visitó Cuba en 1998. Pero la comparación no se sostiene. Para empezar, han pasado 14 años y aquella frase famosa del papa Wojtyla —“que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba”— se quedó en eso, en una bella y bienintencionada frase vacía. El régimen castrista ha redoblado sus mecanismos de represión. Y su contraparte, Estados Unidos, sigue manteniendo un bloqueo inútil que martiriza a la población pero del que se salvan los siempre bien nutridos caciques del partido. Además, Juan Pablo II era un Papa joven, enérgico, experto en relaciones públicas y muy bien asesorado mediáticamente por su portavoz, Joaquín Navarro Vals. No hay ni que recordar que Benedicto XVI es todo lo contrario. Anciano, enfermo e introvertido, sus últimos meses de pontificado han estado marcados por las luchas de poder aireadas, de forma jamás vista, por la filtración de documentos secretos. La diplomacia vaticana considera que su secretario de Estado, Tarcisio Bertone, e incluso su portavoz, Federico Lombardi, no vuelan a la altura que exigen los tiempos. Y, si nos atenemos a lo sucedido en México con los Legionarios de Cristo, puede que tengan razón.
Si algo hay que reconocerle a Benedicto XVI es su “basta ya”, tardío pero sonoro y público, a los abusos sexuales a menores en el seno de la Iglesia. La celebración, el pasado febrero, de un simposio que reunió en Roma a la jerarquía y a las víctimas supuso un valioso giro copernicano en la forma de enfrentar el problema. Pues bien, a su paso por México, el Papa no se ha querido reunir con las numerosas víctimas del mexicano padre Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y paradigma del abuso y la mentira. ¿Volverá en las próximas horas Benedicto XVI a actuar así en Cuba? La Habana espera del Papa algo más que una frase bonita y otra cita para dentro de 14 años…
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