Arnaldo Córdova / La Jornada
En alguna ocasión, el gran revolucionario cardenista de Michoacán Natalio Vázquez Pallares me decía que, en la cuestión del petróleo, la izquierda estaba en la letra de la Constitución y la derecha en el gobierno. Cárdenas no tuvo tiempo para demostrar, desde la Presidencia, lo que quería decir hacer de la industria una palanca para el desarrollo nacional y lo que nos dejó como herencia fueron sólo meros apuntes: utilizar los recursos que produjera para impulsar el crecimiento de la infraestructura del país, de la industria, del campo, de todas las actividades económicas y del intercambio de lo que todos producían, en pequeña o en gran escala. Eso fue lo que quedó inscrito en la Carta Magna.
En la historia real, todos los gobiernos, priístas y panistas, no han hecho más que desperdiciar, despilfarrar y pervertir aquel proyecto histórico. Pemex sólo ha servido para cubrir presupuestos siempre insuficientes por una malísima política de recaudación de impuestos, para endeudar irresponsablemente al Estado y a la nación, y para enriquecer sin medida a políticos y empresarios ladrones y a líderes sindicales corruptos. Eso no ha variado desde la época de Cárdenas, como no sea en el sentido de empeorar cada vez más las cosas.
No sólo se trataba de sacar dinero de Pemex, que es lo único a lo que se ha reducido la política petrolera; se trataba de que la gran industria nacional fuera el detonador del desarrollo, tanto a nivel nacional como a nivel local. Que los requerimientos de la misma, por ejemplo, fueran motivo para que aparecieran por todos lados proveedores de bienes y servicios y las derramas productivas sirvieran para elevar el nivel económico, cultural y social de todos los sectores. Cárdenas había imaginado una industria líder, conductora del esfuerzo nacional que, al desarrollarse a sí misma, empujara a todas las demás. ¡Qué diferente resultó todo!
Claro que, aunque a tirones, la empresa se desarrolló. El auge petrolero de los setenta ayudó en ello. Pero todos los esfuerzos hechos al respecto se desperdiciaron miserablemente y, después de los experimentos sobrexplotadores y depredadores de Díaz Serrano (director de Pemex con López Portillo), la empresa se estancó sin remedio y se volvió presa de la corrupción gubernamental y privada, y de un sistemático y permanente saqueo de sus finanzas (incluido su endeudamiento desenfrenado). A muchos les parece que es una gracia el que ya no se hayan construido más plantas petroquímicas ni se hayan hecho más ductos.
El ex embajador estadunidense Antonio O. Garza veía en la penuria financiera de la empresa nacional la oportunidad para abrirla a la iniciativa privada. Y otro ex embajador, Carlos Pascual, informó al Departamento de Estado que en México la explotación petrolera estaba en franco declive y que el país corría el riesgo, a muy corto plazo, de convertirse en un importador de petróleo. Los documentos de Wikileaks que La Jornada publicó los días 16 y 17 de los corrientes revelan un doble juego: por un lado, de los gobernantes mexicanos, rogando a los gringos que les ayuden a abrir Pemex al capital privado y, por el otro, de los gringos, dándose a querer y mostrando que no están muy convencidos.
Pascual reveló que el 13 de agosto de 2009 la ex secretaria de Energía Georgina Kessel le dijo que la propuesta mexicana para negociar un tratado bilateral para la explotación de los yacimientos transfronterizos buscaba apoyar los esfuerzos de los dos países para permitir que Petróleos Mexicanos realizara "alianzas estratégicas con compañías petroleras internacionales". “Kessel –dice Pascual– quiere utilizar la cooperación en el tema de los yacimientos transfronterizos como medio para incorporar a las compañías petroleras internacionales en el desarrollo de las reservas mexicanas, abriendo las puertas a las compañías petroleras internacionales en el sector petrolero de México.”
La derecha siempre nos ha querido aleccionar con el ejemplo de Petrobras, una compañía exitosa a más no poder en todos los renglones: tecnológico, productivo, comercial. La comparación no puede ser más odiosa pues, luego de la política privatizadora de Cardoso, sus gobiernos de izquierda se han aplicado a fortalecer sus finanzas y su política independiente; aparte, Lula creó una nueva empresa dedicada a explorar y explotar los nuevos yacimientos petroleros sin ninguna participación de privados. La que permite Petrobras, por cierto, está bien regulada y sujeta a un riguroso seguimiento.
La derecha no puede ir más allá de la expoliación de la industria y su saqueo sistemático. Y eso es muy actual. Podemos verlo en los planteamientos de los candidatos presidenciales de esa corriente política, Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota. El 18 de este mes, publicaron, junto con López Obrador, sendos artículos en Refos devuelven. Si se realizan los planes de la derecha priísta y panista, México sería víctima indefensa de los monopolios y la depredación (como los gasolinazos) dejaría al Estado y a la nación sin recursos propios. Al abatir la corrupción y el latrocinio, para empezar, se liberarían ingentes medios financieros para reinvertir en la planta energética, construyendo nuevas refinerías (las cinco que nos hacen falta desde hace tiempo) y renovando y ampliando la red de ductos. Al florecer la industria, habría nuevas disposiciones de capital. Justo el camino que han seguido los brasileños.
En el libro sobre el nuevo proyecto de nación, quien guste enterarse encontrará múltiples planteamientos de carácter técnico en todos los aspectos que muestran que la tarea de restaurar el proyecto original de la industria petrolera nacional como palanca y detonador de la economía mexicana será ardua y difícil, pero enteramente posible y factible.
En alguna ocasión, el gran revolucionario cardenista de Michoacán Natalio Vázquez Pallares me decía que, en la cuestión del petróleo, la izquierda estaba en la letra de la Constitución y la derecha en el gobierno. Cárdenas no tuvo tiempo para demostrar, desde la Presidencia, lo que quería decir hacer de la industria una palanca para el desarrollo nacional y lo que nos dejó como herencia fueron sólo meros apuntes: utilizar los recursos que produjera para impulsar el crecimiento de la infraestructura del país, de la industria, del campo, de todas las actividades económicas y del intercambio de lo que todos producían, en pequeña o en gran escala. Eso fue lo que quedó inscrito en la Carta Magna.
En la historia real, todos los gobiernos, priístas y panistas, no han hecho más que desperdiciar, despilfarrar y pervertir aquel proyecto histórico. Pemex sólo ha servido para cubrir presupuestos siempre insuficientes por una malísima política de recaudación de impuestos, para endeudar irresponsablemente al Estado y a la nación, y para enriquecer sin medida a políticos y empresarios ladrones y a líderes sindicales corruptos. Eso no ha variado desde la época de Cárdenas, como no sea en el sentido de empeorar cada vez más las cosas.
No sólo se trataba de sacar dinero de Pemex, que es lo único a lo que se ha reducido la política petrolera; se trataba de que la gran industria nacional fuera el detonador del desarrollo, tanto a nivel nacional como a nivel local. Que los requerimientos de la misma, por ejemplo, fueran motivo para que aparecieran por todos lados proveedores de bienes y servicios y las derramas productivas sirvieran para elevar el nivel económico, cultural y social de todos los sectores. Cárdenas había imaginado una industria líder, conductora del esfuerzo nacional que, al desarrollarse a sí misma, empujara a todas las demás. ¡Qué diferente resultó todo!
Claro que, aunque a tirones, la empresa se desarrolló. El auge petrolero de los setenta ayudó en ello. Pero todos los esfuerzos hechos al respecto se desperdiciaron miserablemente y, después de los experimentos sobrexplotadores y depredadores de Díaz Serrano (director de Pemex con López Portillo), la empresa se estancó sin remedio y se volvió presa de la corrupción gubernamental y privada, y de un sistemático y permanente saqueo de sus finanzas (incluido su endeudamiento desenfrenado). A muchos les parece que es una gracia el que ya no se hayan construido más plantas petroquímicas ni se hayan hecho más ductos.
El ex embajador estadunidense Antonio O. Garza veía en la penuria financiera de la empresa nacional la oportunidad para abrirla a la iniciativa privada. Y otro ex embajador, Carlos Pascual, informó al Departamento de Estado que en México la explotación petrolera estaba en franco declive y que el país corría el riesgo, a muy corto plazo, de convertirse en un importador de petróleo. Los documentos de Wikileaks que La Jornada publicó los días 16 y 17 de los corrientes revelan un doble juego: por un lado, de los gobernantes mexicanos, rogando a los gringos que les ayuden a abrir Pemex al capital privado y, por el otro, de los gringos, dándose a querer y mostrando que no están muy convencidos.
Pascual reveló que el 13 de agosto de 2009 la ex secretaria de Energía Georgina Kessel le dijo que la propuesta mexicana para negociar un tratado bilateral para la explotación de los yacimientos transfronterizos buscaba apoyar los esfuerzos de los dos países para permitir que Petróleos Mexicanos realizara "alianzas estratégicas con compañías petroleras internacionales". “Kessel –dice Pascual– quiere utilizar la cooperación en el tema de los yacimientos transfronterizos como medio para incorporar a las compañías petroleras internacionales en el desarrollo de las reservas mexicanas, abriendo las puertas a las compañías petroleras internacionales en el sector petrolero de México.”
La derecha siempre nos ha querido aleccionar con el ejemplo de Petrobras, una compañía exitosa a más no poder en todos los renglones: tecnológico, productivo, comercial. La comparación no puede ser más odiosa pues, luego de la política privatizadora de Cardoso, sus gobiernos de izquierda se han aplicado a fortalecer sus finanzas y su política independiente; aparte, Lula creó una nueva empresa dedicada a explorar y explotar los nuevos yacimientos petroleros sin ninguna participación de privados. La que permite Petrobras, por cierto, está bien regulada y sujeta a un riguroso seguimiento.
La derecha no puede ir más allá de la expoliación de la industria y su saqueo sistemático. Y eso es muy actual. Podemos verlo en los planteamientos de los candidatos presidenciales de esa corriente política, Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota. El 18 de este mes, publicaron, junto con López Obrador, sendos artículos en Refos devuelven. Si se realizan los planes de la derecha priísta y panista, México sería víctima indefensa de los monopolios y la depredación (como los gasolinazos) dejaría al Estado y a la nación sin recursos propios. Al abatir la corrupción y el latrocinio, para empezar, se liberarían ingentes medios financieros para reinvertir en la planta energética, construyendo nuevas refinerías (las cinco que nos hacen falta desde hace tiempo) y renovando y ampliando la red de ductos. Al florecer la industria, habría nuevas disposiciones de capital. Justo el camino que han seguido los brasileños.
En el libro sobre el nuevo proyecto de nación, quien guste enterarse encontrará múltiples planteamientos de carácter técnico en todos los aspectos que muestran que la tarea de restaurar el proyecto original de la industria petrolera nacional como palanca y detonador de la economía mexicana será ardua y difícil, pero enteramente posible y factible.
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