Alejandro Nadal / La Jornada
Debe ser la temporada o simplemente la ceguera temporal por tanta polinización. Lo cierto es que nuevamente se desborda la retórica sobre la recuperación: por todas partes los observadores anuncian la presencia de retoños que anunciarían la salida de la crisis y el reverdecer de la erosionada economía mundial. Surge una pregunta importante: ¿qué tan real es la supuesta recuperación?
Por supuesto esta pregunta se aplica a la economía mundial y, en especial, a la de Estados Unidos. Para la economía mexicana, tan vulnerable y lastimada, con tres décadas de estancamiento, habría que pensar en interrogantes distintas y más pertinentes. Pero también es cierto que las tendencias en la economía mundial dicen mucho sobre lo que le espera a México.
Primero, los signos del reverdecimiento. La primera señal está en el comportamiento del mercado de trabajo en Estados Unidos. Durante los últimos tres meses la generación de empleos ha mostrado una tendencia positiva nada despreciable. En febrero se crearon 233 mil nuevos empleos, lo que es inferior al número de empleos creados en enero (284 mil), pero muy por arriba de lo que se esperaba. Todo esto contribuyó a que el principal indicador sobre desempleo se mantuviera constante en 8.3 por ciento. Aunque eso puede parecer insuficiente, hay que tomar en cuenta que la fuerza de trabajo aumentó en 475 mil trabajadores en febrero y la creación de empleos pudo absorber buena parte de este aumento.
El otro indicador es el del mercado de bienes raíces: el inventario de casas nuevas no vendidas se ha reducido y el precio promedio de una casa nueva aumentó durante los últimos dos meses, lo que podría significar la estabilización del precio de activos residenciales. Por otra parte, los índices de confianza del consumidor estadunidense han ido mejorando paulatinamente, lo que parece entrañar un repunte de la demanda final en los próximos meses. Si a esto le agregamos el optimismo que ha desplegado el mercado de valores, el cuadro se transforma en un paisaje cada vez más floreciente.
Esos son los tipos de indicadores que la prensa de negocios ha estado exhibiendo con gran optimismo. Ahora un poco de realismo. La mayor contribución a la creación de empleos está en el sector servicios, y en especial en empleos temporales, salud y esparcimiento. Eso no es buen síntoma y más bien dice algo importante sobre las debilidades estructurales de la economía estadunidense a partir de su desindustrialización. Por otro lado, las medidas más amplias (y más certeras) sobre desempleo acusan una mejoría muy débil. La desocupación sigue en nivel de depresión: si se incluye a los que han abandonado la búsqueda de empleo y a los que trabajan a tiempo parcial y desean trabajar tiempo completo la medida de desempleo alcanza 14.9 por ciento. Finalmente, un estudio reciente revela que aquellos que perdieron su empleo y volvieron a ser contratados perciben un ingreso inferior en 17.5 por ciento (en promedio) al que tenían antes de la crisis.
En cuanto al mercado de bienes raíces, las buenas noticias provienen de un ajuste estadístico a la baja en los inventarios de diciembre, lo que contribuye a una reducción en el número de casas no vendidas. Si se examinan los datos ajustados para dar cuenta de variaciones estacionales para una serie de tiempo larga, se observa que las ventas de casas nuevas se sitúan hoy en niveles comparables a los de 1982. Los precios de activos residenciales no se van a recuperar en un buen rato y no se puede esperar que vuelvan a desempeñar su papel como apalancamiento del consumo, como en los tiempos dorados de la burbuja de bienes raíces. Finalmente, los índices de confianza del consumidor son algo artificiales y no deberían ser considerados un indicador robusto sobre la evolución futura de la economía.
De todos modos, la tendencia al desendeudamiento sigue marcando el comportamiento de los hogares y no parece que se va a detener este año. Eso es normal dado el estancamiento de los salarios en las últimas tres décadas y el fuerte endeudamiento asociado. Los datos sobre ingresos del censo de 2010 ya están disponibles y revelan que para 60 por ciento de los hogares, el nivel de ingresos real (ajustados para inflación) se sitúa en niveles de hace tres décadas (www.census.gov).
Si a estas consideraciones le añadimos los riesgos que entraña la evolución de la crisis en Europa, la pérdida de dinamismo en el comercio internacional en los últimos meses y el efecto de un mayor incremento en los precios del petróleo, el escenario se oscurece y los brotes verdes corren peligro de marchitarse.
Más allá del debate sobre si la recuperación es real, es importante reflexionar sobre el lugar al que conduce la supuesta mejoría. El mundo está amenazado por el desempleo, desigualdad y pobreza, pero ya lo estaba antes de la crisis. Y la imparable destrucción ambiental también avanzaba desde entonces. Así que cuando se habla de brotes verdes, hay que preguntarse si no se trata de retoños de mala hierba.
Debe ser la temporada o simplemente la ceguera temporal por tanta polinización. Lo cierto es que nuevamente se desborda la retórica sobre la recuperación: por todas partes los observadores anuncian la presencia de retoños que anunciarían la salida de la crisis y el reverdecer de la erosionada economía mundial. Surge una pregunta importante: ¿qué tan real es la supuesta recuperación?
Por supuesto esta pregunta se aplica a la economía mundial y, en especial, a la de Estados Unidos. Para la economía mexicana, tan vulnerable y lastimada, con tres décadas de estancamiento, habría que pensar en interrogantes distintas y más pertinentes. Pero también es cierto que las tendencias en la economía mundial dicen mucho sobre lo que le espera a México.
Primero, los signos del reverdecimiento. La primera señal está en el comportamiento del mercado de trabajo en Estados Unidos. Durante los últimos tres meses la generación de empleos ha mostrado una tendencia positiva nada despreciable. En febrero se crearon 233 mil nuevos empleos, lo que es inferior al número de empleos creados en enero (284 mil), pero muy por arriba de lo que se esperaba. Todo esto contribuyó a que el principal indicador sobre desempleo se mantuviera constante en 8.3 por ciento. Aunque eso puede parecer insuficiente, hay que tomar en cuenta que la fuerza de trabajo aumentó en 475 mil trabajadores en febrero y la creación de empleos pudo absorber buena parte de este aumento.
El otro indicador es el del mercado de bienes raíces: el inventario de casas nuevas no vendidas se ha reducido y el precio promedio de una casa nueva aumentó durante los últimos dos meses, lo que podría significar la estabilización del precio de activos residenciales. Por otra parte, los índices de confianza del consumidor estadunidense han ido mejorando paulatinamente, lo que parece entrañar un repunte de la demanda final en los próximos meses. Si a esto le agregamos el optimismo que ha desplegado el mercado de valores, el cuadro se transforma en un paisaje cada vez más floreciente.
Esos son los tipos de indicadores que la prensa de negocios ha estado exhibiendo con gran optimismo. Ahora un poco de realismo. La mayor contribución a la creación de empleos está en el sector servicios, y en especial en empleos temporales, salud y esparcimiento. Eso no es buen síntoma y más bien dice algo importante sobre las debilidades estructurales de la economía estadunidense a partir de su desindustrialización. Por otro lado, las medidas más amplias (y más certeras) sobre desempleo acusan una mejoría muy débil. La desocupación sigue en nivel de depresión: si se incluye a los que han abandonado la búsqueda de empleo y a los que trabajan a tiempo parcial y desean trabajar tiempo completo la medida de desempleo alcanza 14.9 por ciento. Finalmente, un estudio reciente revela que aquellos que perdieron su empleo y volvieron a ser contratados perciben un ingreso inferior en 17.5 por ciento (en promedio) al que tenían antes de la crisis.
En cuanto al mercado de bienes raíces, las buenas noticias provienen de un ajuste estadístico a la baja en los inventarios de diciembre, lo que contribuye a una reducción en el número de casas no vendidas. Si se examinan los datos ajustados para dar cuenta de variaciones estacionales para una serie de tiempo larga, se observa que las ventas de casas nuevas se sitúan hoy en niveles comparables a los de 1982. Los precios de activos residenciales no se van a recuperar en un buen rato y no se puede esperar que vuelvan a desempeñar su papel como apalancamiento del consumo, como en los tiempos dorados de la burbuja de bienes raíces. Finalmente, los índices de confianza del consumidor son algo artificiales y no deberían ser considerados un indicador robusto sobre la evolución futura de la economía.
De todos modos, la tendencia al desendeudamiento sigue marcando el comportamiento de los hogares y no parece que se va a detener este año. Eso es normal dado el estancamiento de los salarios en las últimas tres décadas y el fuerte endeudamiento asociado. Los datos sobre ingresos del censo de 2010 ya están disponibles y revelan que para 60 por ciento de los hogares, el nivel de ingresos real (ajustados para inflación) se sitúa en niveles de hace tres décadas (www.census.gov).
Si a estas consideraciones le añadimos los riesgos que entraña la evolución de la crisis en Europa, la pérdida de dinamismo en el comercio internacional en los últimos meses y el efecto de un mayor incremento en los precios del petróleo, el escenario se oscurece y los brotes verdes corren peligro de marchitarse.
Más allá del debate sobre si la recuperación es real, es importante reflexionar sobre el lugar al que conduce la supuesta mejoría. El mundo está amenazado por el desempleo, desigualdad y pobreza, pero ya lo estaba antes de la crisis. Y la imparable destrucción ambiental también avanzaba desde entonces. Así que cuando se habla de brotes verdes, hay que preguntarse si no se trata de retoños de mala hierba.
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