Las fantasías paranoicas de la derecha agudizan una tendencia peligrosa en la política de EE UU
Los republicanos acusan a Obama de querer que suba el precio de la gasolina
Una parte se explica porque los medios de la derecha crean una realidad alternativa
Paul Krugman / El País
Alto, escuchen, ¿qué es eso que se oye? En realidad, es el ruido que hace un gran partido político cuando pierde lo que le queda de cabeza. Y ha ocurrido —¿dónde si no?— en los informativos de la Fox el domingo, cuando Mitt Romney aceptó sin ningún reparo la afirmación de que los precios de la gasolina están altos por culpa de un complot del Gobierno de Obama.
Esta afirmación no solo es un desvarío; es una especie de locura elevada al cubo (una mentira envuelta en un disparate revestido de paranoia). Es la clase de cosas que antes solo oíamos decir a la gente que también creía que el agua fluorada era un complot comunista. Pero ahora la teoría de la conspiración sobre los precios de la gasolina ha sido respaldada formalmente por el probable candidato republicano a la presidencia.
Antes de entrar en las repercusiones más generales que tiene este respaldo, aclaremos los hechos sobre los precios de la gasolina.
Primero, la mentira: no, el presidente Obama no dijo, como ahora afirman muchos republicanos, que quería que los precios de la gasolina fuesen más altos. Es verdad que en una ocasión dijo que un sistema de límites máximos e intercambio de derechos para las emisiones de carbono haría que los precios de la electricidad se “disparasen” (una elección de palabras desafortunada). Pero decir que un sistema así haría subir los precios de la energía era solo una afirmación objetiva, no una declaración sobre la intención de castigar a los consumidores estadounidenses. La afirmación de que Obama quería unos precios más altos es pura y llanamente una mentira.
Y es una mentira envuelta en un disparate porque el presidente de Estados Unidos no controla los precios de la gasolina
Vale, todo esto tiene su graucho en o también da muchísimo miedo. Como Richard Hofstadter señalaba en su conocido ensayo de 1964 The paranoid style in american politics (El estilo paranoico en la política estadounidense), las teorías de la conspiración descabelladas han sido una tradición estadounidense desde que los clérigos empezaron a advertir de que Thomas Jefferson era un agente de los illuminati bávaros. Pero una cosa es tener a un sector paranoico desempeñando una función marginal en la vida política de un país, y otra muy diferente que ese sector se apodere de un partido entero, hasta el punto de que los candidatos deban compartir, o fingir que comparten, la paranoia de ese sector para recibir el visto bueno del partido en la carrera presidencial.
Y, por supuesto, no se trata solo de los precios de la gasolina. De hecho, las teorías de la conspiración proliferan con tanta rapidez que es difícil mantenerse al día. De este modo, un gran número de republicanos —y estamos hablando de figuras políticas importantes, no de un simpatizante cualquiera— cree firmemente que el calentamiento del planeta es una enorme patraña inventada én iba a decir que Dagny Taggart, la ejecutiva ferroviaria y heroína de La rebelión de Atlas, era una roja?
Vale, todo esto tiene su gracia. Pero también da muchísimo miedo. Como Richard Hofstadter señalaba en su conocido ensayo de 1964 The paranoid style in american politics (El estilo paranoico en la política estadounidense), las teorías de la conspiración descabelladas han sido una tradición estadounidense desde que los clérigos empezaron a advertir de que Thomas Jefferson era un agente de los illuminati bávaros. Pero una cosa es tener a un sector paranoico desempeñando una función marginal en la vida política de un país, y otra muy diferente que ese sector se apodere de un partido entero, hasta el punto de que los candidatos deban compartir, o fingir que comparten, la paranoia de ese sector para recibir el visto bueno del partido en la carrera presidencial.
Y, por supuesto, no se trata solo de los precios de la gasolina. De hecho, las teorías de la conspiración proliferan con tanta rapidez que es difícil mantenerse al día. De este modo, un gran número de republicanos —y estamos hablando de figuras políticas importantes, no de un simpatizante cualquiera— cree firmemente que el calentamiento del planeta es una enorme patraña inventada por una conspiración mundial en la que participan miles de científicos, ninguno de los cuales ha roto el código de silencio. Mientras tanto, otros atribuyen la reciente mejora de las noticias económicas a un complot ruin para retener los fondos de estímulo y liberarlos justo antes de las elecciones de 2012. Y mejor no entrar siquiera en la reforma sanitaria.
¿Por qué está pasando esto? Al menos una parte de la respuesta debe de encontrarse en el modo en que los medios de comunicación de derechas crean una realidad alternativa. Por ejemplo, ¿han oído que el coste del Obamacare acaba de duplicarse? No ha sido así, pero millones de telespectadores de la Fox y seguidores de Rush creen que sí. Naturalmente, las personas que oyen hablar constantemente sobre el mal que hacen los liberales están completamente dispuestas a creer que todo lo malo es consecuencia de un ruin complot liberal. Y estas son las personas que votan en las primarias republicanas.
¿Pero qué pasa con el electorado en general? En caso de que consiga la designación como candidato, Romney intentará, como decía un desventurado asesor, borrar su pizarra mágica, es decir, eliminar el historial de sus concesiones a la derecha enloquecida y convencer a los votantes de que en realidad es un moderado. Y a lo mejor lo consigue.
Pero esperemos que no pueda, porque la clase de concesiones que ha hecho en su intento por hacerse con la designación tiene importancia. Independientemente de lo que Romney pueda creer personalmente, el hecho es que al respaldar las fantasías paranoicas de la derecha está contribuyendo a intensificar una tendencia peligrosa de la vida política de EE UU. Y debería responder de sus actos.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.
Los republicanos acusan a Obama de querer que suba el precio de la gasolina
Una parte se explica porque los medios de la derecha crean una realidad alternativa
Paul Krugman / El País
Alto, escuchen, ¿qué es eso que se oye? En realidad, es el ruido que hace un gran partido político cuando pierde lo que le queda de cabeza. Y ha ocurrido —¿dónde si no?— en los informativos de la Fox el domingo, cuando Mitt Romney aceptó sin ningún reparo la afirmación de que los precios de la gasolina están altos por culpa de un complot del Gobierno de Obama.
Esta afirmación no solo es un desvarío; es una especie de locura elevada al cubo (una mentira envuelta en un disparate revestido de paranoia). Es la clase de cosas que antes solo oíamos decir a la gente que también creía que el agua fluorada era un complot comunista. Pero ahora la teoría de la conspiración sobre los precios de la gasolina ha sido respaldada formalmente por el probable candidato republicano a la presidencia.
Antes de entrar en las repercusiones más generales que tiene este respaldo, aclaremos los hechos sobre los precios de la gasolina.
Primero, la mentira: no, el presidente Obama no dijo, como ahora afirman muchos republicanos, que quería que los precios de la gasolina fuesen más altos. Es verdad que en una ocasión dijo que un sistema de límites máximos e intercambio de derechos para las emisiones de carbono haría que los precios de la electricidad se “disparasen” (una elección de palabras desafortunada). Pero decir que un sistema así haría subir los precios de la energía era solo una afirmación objetiva, no una declaración sobre la intención de castigar a los consumidores estadounidenses. La afirmación de que Obama quería unos precios más altos es pura y llanamente una mentira.
Y es una mentira envuelta en un disparate porque el presidente de Estados Unidos no controla los precios de la gasolina
Vale, todo esto tiene su graucho en o también da muchísimo miedo. Como Richard Hofstadter señalaba en su conocido ensayo de 1964 The paranoid style in american politics (El estilo paranoico en la política estadounidense), las teorías de la conspiración descabelladas han sido una tradición estadounidense desde que los clérigos empezaron a advertir de que Thomas Jefferson era un agente de los illuminati bávaros. Pero una cosa es tener a un sector paranoico desempeñando una función marginal en la vida política de un país, y otra muy diferente que ese sector se apodere de un partido entero, hasta el punto de que los candidatos deban compartir, o fingir que comparten, la paranoia de ese sector para recibir el visto bueno del partido en la carrera presidencial.
Y, por supuesto, no se trata solo de los precios de la gasolina. De hecho, las teorías de la conspiración proliferan con tanta rapidez que es difícil mantenerse al día. De este modo, un gran número de republicanos —y estamos hablando de figuras políticas importantes, no de un simpatizante cualquiera— cree firmemente que el calentamiento del planeta es una enorme patraña inventada én iba a decir que Dagny Taggart, la ejecutiva ferroviaria y heroína de La rebelión de Atlas, era una roja?
Vale, todo esto tiene su gracia. Pero también da muchísimo miedo. Como Richard Hofstadter señalaba en su conocido ensayo de 1964 The paranoid style in american politics (El estilo paranoico en la política estadounidense), las teorías de la conspiración descabelladas han sido una tradición estadounidense desde que los clérigos empezaron a advertir de que Thomas Jefferson era un agente de los illuminati bávaros. Pero una cosa es tener a un sector paranoico desempeñando una función marginal en la vida política de un país, y otra muy diferente que ese sector se apodere de un partido entero, hasta el punto de que los candidatos deban compartir, o fingir que comparten, la paranoia de ese sector para recibir el visto bueno del partido en la carrera presidencial.
Y, por supuesto, no se trata solo de los precios de la gasolina. De hecho, las teorías de la conspiración proliferan con tanta rapidez que es difícil mantenerse al día. De este modo, un gran número de republicanos —y estamos hablando de figuras políticas importantes, no de un simpatizante cualquiera— cree firmemente que el calentamiento del planeta es una enorme patraña inventada por una conspiración mundial en la que participan miles de científicos, ninguno de los cuales ha roto el código de silencio. Mientras tanto, otros atribuyen la reciente mejora de las noticias económicas a un complot ruin para retener los fondos de estímulo y liberarlos justo antes de las elecciones de 2012. Y mejor no entrar siquiera en la reforma sanitaria.
¿Por qué está pasando esto? Al menos una parte de la respuesta debe de encontrarse en el modo en que los medios de comunicación de derechas crean una realidad alternativa. Por ejemplo, ¿han oído que el coste del Obamacare acaba de duplicarse? No ha sido así, pero millones de telespectadores de la Fox y seguidores de Rush creen que sí. Naturalmente, las personas que oyen hablar constantemente sobre el mal que hacen los liberales están completamente dispuestas a creer que todo lo malo es consecuencia de un ruin complot liberal. Y estas son las personas que votan en las primarias republicanas.
¿Pero qué pasa con el electorado en general? En caso de que consiga la designación como candidato, Romney intentará, como decía un desventurado asesor, borrar su pizarra mágica, es decir, eliminar el historial de sus concesiones a la derecha enloquecida y convencer a los votantes de que en realidad es un moderado. Y a lo mejor lo consigue.
Pero esperemos que no pueda, porque la clase de concesiones que ha hecho en su intento por hacerse con la designación tiene importancia. Independientemente de lo que Romney pueda creer personalmente, el hecho es que al respaldar las fantasías paranoicas de la derecha está contribuyendo a intensificar una tendencia peligrosa de la vida política de EE UU. Y debería responder de sus actos.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008.
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