Gustavo Duch Guillot* / La Jornada
Goldman Sachs y sus fondos de inversiones están hasta en la sopa. Literalmente.
Desde hace poco sabemos que sus legiones de ejecutivos goldmanitas controlan a cara descubierta gobiernos, ministerios, bancos centrales y otras instituciones públicas en Europa y Estados Unidos. Pero con antifaz y en la sombra, ¿desde cuándo lo están haciendo?
Los encontramos en su salsa cuando hablamos de petróleo, vivienda o cría de puercos. No sería extraño que estén presentes en negocios tan suculentos como el armamentístico.
En el Estado español, almorzamos con Goldman Sachs. Como ha denunciado el investigador Carles Soler, "Goldman & Sachs es propietaria de una de las grandes multinacionales de la restauración colectiva (ISS Facility Services), que en el Estado español sirve 22 millones de comidas anuales".
En restaurantes de escuelas, hospitales o de residencias de la tercera edad, te alimentan para el buen provecho del mismo banco de inversiones responsable del hambre del siglo XXI. Porque Goldman Sachs no ha descuidado para nada el sector agrícola como fuente, no de comida, sino de beneficios económicos.
En 1991, los cerebros de Goldman Sachs repletos de ideas jugosas para las gentes de la bolsa, crearon un instrumento financiero que permite a cualquier pájaro invertir sus riquezas en productos básicos como el trigo, arroz o café. De lo que se come se cría, y criaron toneladas de beneficios.
Tantas apuestas sobre la ruleta de los mercados de los granos básicos son las responsables de la subida de precios de éstos, y por tanto, responsables de que millones de personas no puedan adquirir sus alimentos necesarios.
Desde el año 2000 hasta ahora, sin otras burbujas que inflar, el precio de los alimentos básicos prácticamente se ha triplicado en paralelo al incremento de los activos financieros en estos exquisitos platos financieros.
Para Goldman Sachs, invertir en panes y peces esperando su mágica multiplicación, les representa al año beneficios de 5 mil millones de dólares. Mucho dinero que en pocos años daría para reparar el hambre global, pero claro, ese no es su propósito, ese no es su negocio, es todo lo contrario. Fabrican hambre, son hambreadores.
Un nuevo negocio, también hambreador, ha salido al escenario. Comprar las mejores tierras fértiles para exigirles (hasta su agotamiento) la producción de biomasa –la energía que moverá el mundo y resolverá buena parte de los problemas ecológicos del Planeta. Dicen, pero es pura farsa.
Y, efectivamente, algunos personajes hechos en Goldman Sachs ya están en él. Como Joakim Helenius, y su fondo de inversiones Trigon Agri Fund, que se sepa lleva acumuladas sobre 170 mil hectáreas de tierras cultivables en la región de tierras negras en Rusia y Ucrania. O Neil Crowder que con el fondo Chayton Capital ha arrendado para los próximos 14 años 20 mil hectáreas en Zambia.
Abanderando la lucha contra el hambre, más hambre. Abanderando la lucha contra el cambio climático, más hambre.
* Coordinador de la revista Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas. Autor de Sin lavarse las manos y Alimentos bajo sospecha
Goldman Sachs y sus fondos de inversiones están hasta en la sopa. Literalmente.
Desde hace poco sabemos que sus legiones de ejecutivos goldmanitas controlan a cara descubierta gobiernos, ministerios, bancos centrales y otras instituciones públicas en Europa y Estados Unidos. Pero con antifaz y en la sombra, ¿desde cuándo lo están haciendo?
Los encontramos en su salsa cuando hablamos de petróleo, vivienda o cría de puercos. No sería extraño que estén presentes en negocios tan suculentos como el armamentístico.
En el Estado español, almorzamos con Goldman Sachs. Como ha denunciado el investigador Carles Soler, "Goldman & Sachs es propietaria de una de las grandes multinacionales de la restauración colectiva (ISS Facility Services), que en el Estado español sirve 22 millones de comidas anuales".
En restaurantes de escuelas, hospitales o de residencias de la tercera edad, te alimentan para el buen provecho del mismo banco de inversiones responsable del hambre del siglo XXI. Porque Goldman Sachs no ha descuidado para nada el sector agrícola como fuente, no de comida, sino de beneficios económicos.
En 1991, los cerebros de Goldman Sachs repletos de ideas jugosas para las gentes de la bolsa, crearon un instrumento financiero que permite a cualquier pájaro invertir sus riquezas en productos básicos como el trigo, arroz o café. De lo que se come se cría, y criaron toneladas de beneficios.
Tantas apuestas sobre la ruleta de los mercados de los granos básicos son las responsables de la subida de precios de éstos, y por tanto, responsables de que millones de personas no puedan adquirir sus alimentos necesarios.
Desde el año 2000 hasta ahora, sin otras burbujas que inflar, el precio de los alimentos básicos prácticamente se ha triplicado en paralelo al incremento de los activos financieros en estos exquisitos platos financieros.
Para Goldman Sachs, invertir en panes y peces esperando su mágica multiplicación, les representa al año beneficios de 5 mil millones de dólares. Mucho dinero que en pocos años daría para reparar el hambre global, pero claro, ese no es su propósito, ese no es su negocio, es todo lo contrario. Fabrican hambre, son hambreadores.
Un nuevo negocio, también hambreador, ha salido al escenario. Comprar las mejores tierras fértiles para exigirles (hasta su agotamiento) la producción de biomasa –la energía que moverá el mundo y resolverá buena parte de los problemas ecológicos del Planeta. Dicen, pero es pura farsa.
Y, efectivamente, algunos personajes hechos en Goldman Sachs ya están en él. Como Joakim Helenius, y su fondo de inversiones Trigon Agri Fund, que se sepa lleva acumuladas sobre 170 mil hectáreas de tierras cultivables en la región de tierras negras en Rusia y Ucrania. O Neil Crowder que con el fondo Chayton Capital ha arrendado para los próximos 14 años 20 mil hectáreas en Zambia.
Abanderando la lucha contra el hambre, más hambre. Abanderando la lucha contra el cambio climático, más hambre.
* Coordinador de la revista Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas. Autor de Sin lavarse las manos y Alimentos bajo sospecha
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