Octavio Granado / elEconomista.es
Este pasado fin de semana ha tenido lugar en Madrid el XII Foro sobre Tendencias Sociales, organizado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED, promovido y supervisado directamente por José Félix Tezanos. Para el tema central de este Foro, que ya se ha consolidado como un encuentro de primer nivel, se han escogido los nuevos problemas sociales, y en ellos ha desempeñado un papel central la mutua influencia de la desigualdad y su influencia sobre el crecimiento económico, de la mano de economistas como Emilio Ontiveros y Josep Borrell, que ahora preside el instituto Universitario Europeo de Florencia, o de sociólogos como Göran Therborn, catedrático de Sociología de la Universidad de Cambridge.
La relevancia de la desigualdad social en la generación de crecimiento económico ha hecho que en el Foro se discutieran y comentaran el informe de la OCDE Divided We Stand: Why Inequality Keeps Rising; los informes monográficos del Banco Mundial sobre hambre, desigualdad de género, etc., o los más recientes textos del execonomista jefe del FMI Kenneth Rogoff, que señalan como uno de los principales problemas a abordar la salida de la crisis económica la creciente desigualdad social (véase elEconomista de 2.12.2011). Ninguna de estas fuentes es sospechosa por su doctrinarismo izquierdista.
Bien sean economistas o sociólogos, aplicando diferentes metodologías, la práctica unanimidad de los estudiosos afirman que la ola igualitaria que se generó en los países de la OCDE después de la Segunda Guerra Mundial por diferentes motivos (en EEUU por el efecto keynesiano de los presupuestos de guerra, en Japón por la extensión de derechos individuales y sociales, y en Europa Occidental por la construcción de sistemas universales en sanidad, educación y servicios sociales, financiados con altas exacciones fiscales), se frena con la primera crisis del petróleo y con la revolución conservadora de Thatcher y Reagan, continuada desde diferentes parámetros.
Con cualesquiera de los indicadores conocidos (coeficiente de Gini, relación entre la primera o las dos primeras decilas en ingresos o capacidad de compra, y la última o las dos últimas -10/10, 20/20-), es evidente que el mundo se ha hecho mucho más desigual. Algunos de los estudios citados dan datos bastante sorprendentes; mientras que en España la desigualdad ha tenido crecimientos muy bruscos durante los últimos años, comparativamente con los países anglosajones estos crecimientos son muy moderados; en Estados Unidos, por ejemplo, el 1% más rico de la población pasó de acumular el 8% de la riqueza nacional al 25% con los Gobiernos de Reagan, y este porcentaje no sólo no se ha reducido, sino que ha aumentado. Durante la actual crisis económica, el 1% de la población del mundo ha acumulado el 93% del crecimiento de la riqueza producida.
Esta enorme desigualdad no sólo lastra el crecimiento en la actualidad, al deprimir la capacidad de compra de buena parte de la población, sino que ha estado en parte en el origen y la morfología de la crisis. En las sociedades sometidas a procesos crecientes de desigualdad, se ha ofrecido a los grupos con menores ingresos reales una alternativa, permitiendo financiar bienes y servicios con mayores tasas de endeudamiento. Cuando la laxitud financiera se ha frenado, estos grupos sociales (la clase media baja) no sólo se han encontrado descendiendo peldaño a peldaño en la escala social, en su comparación con quienes ganan mejores salarios o mayores beneficios por falta de capacidad de compra, sino que en algunos casos han entrado aceleradamente en el tobogán de pérdida de estatus si acumulaban deudas que no podían pagar.
En España después de cuatro años de crisis, algunos de los prestatarios entran en la categoría de ninja (ni rentas, ni trabajo, ni capital -patrimonio-) y buscamos alternativas para su desahucio, lo que nos les libra de entrar en procesos de pobreza grave u otro tipo de exclusión. Y es que la revolución conservadora de hace 30 años en el Reino Unido o en EEUU intentó convertir en propietarios a los trabajadores de bajos ingresos facilitándoles la compra de sus viviendas sociales, o incrementando el presupuesto del Estado a la vez que disminuían las cargas fiscales. Ahora, después del fiasco de las subprime sólo ofrecemos contratos de trabajo de muy baja calidad como remedo de las políticas igualitarias.
Pero entonces, si la coyuntura impide claramente aplicar presupuestos expansivos, reducciones fiscales, o mejorar el acceso a la propiedad, ¿qué va a permitir que las familias endeudadas mejoren su situación social y económica? La extensión de la colocación, vía reforma laboral, sólo rendirá frutos, en el supuesto de que tenga éxito, después de un año muy duro, en el que el ajuste de las Administraciones Públicas va a tener efectos devastadores sobre el empleo y el consumo interno. Con un incremento tan intenso de la desigualdad es muy difícil que se genere crecimiento, y éste el principal de los motivos de desconfianza sobre la economía española.
Octavio Granado, Exsecretario de Estado de la Seguridad Social.
Este pasado fin de semana ha tenido lugar en Madrid el XII Foro sobre Tendencias Sociales, organizado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED, promovido y supervisado directamente por José Félix Tezanos. Para el tema central de este Foro, que ya se ha consolidado como un encuentro de primer nivel, se han escogido los nuevos problemas sociales, y en ellos ha desempeñado un papel central la mutua influencia de la desigualdad y su influencia sobre el crecimiento económico, de la mano de economistas como Emilio Ontiveros y Josep Borrell, que ahora preside el instituto Universitario Europeo de Florencia, o de sociólogos como Göran Therborn, catedrático de Sociología de la Universidad de Cambridge.
La relevancia de la desigualdad social en la generación de crecimiento económico ha hecho que en el Foro se discutieran y comentaran el informe de la OCDE Divided We Stand: Why Inequality Keeps Rising; los informes monográficos del Banco Mundial sobre hambre, desigualdad de género, etc., o los más recientes textos del execonomista jefe del FMI Kenneth Rogoff, que señalan como uno de los principales problemas a abordar la salida de la crisis económica la creciente desigualdad social (véase elEconomista de 2.12.2011). Ninguna de estas fuentes es sospechosa por su doctrinarismo izquierdista.
Bien sean economistas o sociólogos, aplicando diferentes metodologías, la práctica unanimidad de los estudiosos afirman que la ola igualitaria que se generó en los países de la OCDE después de la Segunda Guerra Mundial por diferentes motivos (en EEUU por el efecto keynesiano de los presupuestos de guerra, en Japón por la extensión de derechos individuales y sociales, y en Europa Occidental por la construcción de sistemas universales en sanidad, educación y servicios sociales, financiados con altas exacciones fiscales), se frena con la primera crisis del petróleo y con la revolución conservadora de Thatcher y Reagan, continuada desde diferentes parámetros.
Con cualesquiera de los indicadores conocidos (coeficiente de Gini, relación entre la primera o las dos primeras decilas en ingresos o capacidad de compra, y la última o las dos últimas -10/10, 20/20-), es evidente que el mundo se ha hecho mucho más desigual. Algunos de los estudios citados dan datos bastante sorprendentes; mientras que en España la desigualdad ha tenido crecimientos muy bruscos durante los últimos años, comparativamente con los países anglosajones estos crecimientos son muy moderados; en Estados Unidos, por ejemplo, el 1% más rico de la población pasó de acumular el 8% de la riqueza nacional al 25% con los Gobiernos de Reagan, y este porcentaje no sólo no se ha reducido, sino que ha aumentado. Durante la actual crisis económica, el 1% de la población del mundo ha acumulado el 93% del crecimiento de la riqueza producida.
Esta enorme desigualdad no sólo lastra el crecimiento en la actualidad, al deprimir la capacidad de compra de buena parte de la población, sino que ha estado en parte en el origen y la morfología de la crisis. En las sociedades sometidas a procesos crecientes de desigualdad, se ha ofrecido a los grupos con menores ingresos reales una alternativa, permitiendo financiar bienes y servicios con mayores tasas de endeudamiento. Cuando la laxitud financiera se ha frenado, estos grupos sociales (la clase media baja) no sólo se han encontrado descendiendo peldaño a peldaño en la escala social, en su comparación con quienes ganan mejores salarios o mayores beneficios por falta de capacidad de compra, sino que en algunos casos han entrado aceleradamente en el tobogán de pérdida de estatus si acumulaban deudas que no podían pagar.
En España después de cuatro años de crisis, algunos de los prestatarios entran en la categoría de ninja (ni rentas, ni trabajo, ni capital -patrimonio-) y buscamos alternativas para su desahucio, lo que nos les libra de entrar en procesos de pobreza grave u otro tipo de exclusión. Y es que la revolución conservadora de hace 30 años en el Reino Unido o en EEUU intentó convertir en propietarios a los trabajadores de bajos ingresos facilitándoles la compra de sus viviendas sociales, o incrementando el presupuesto del Estado a la vez que disminuían las cargas fiscales. Ahora, después del fiasco de las subprime sólo ofrecemos contratos de trabajo de muy baja calidad como remedo de las políticas igualitarias.
Pero entonces, si la coyuntura impide claramente aplicar presupuestos expansivos, reducciones fiscales, o mejorar el acceso a la propiedad, ¿qué va a permitir que las familias endeudadas mejoren su situación social y económica? La extensión de la colocación, vía reforma laboral, sólo rendirá frutos, en el supuesto de que tenga éxito, después de un año muy duro, en el que el ajuste de las Administraciones Públicas va a tener efectos devastadores sobre el empleo y el consumo interno. Con un incremento tan intenso de la desigualdad es muy difícil que se genere crecimiento, y éste el principal de los motivos de desconfianza sobre la economía española.
Octavio Granado, Exsecretario de Estado de la Seguridad Social.
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