Aunque Estados Unidos y sus aliados no dicten ya el programa mundial, la crisis dista mucho de ser irreversible
Shlomo Ben Ami / El País
Desde la publicación en 1918 del primer volumen de La decadencia de Occidente de Oswald Spengler, las profecías sobre la muerte segura de lo que llamó la "civilización fáustica" han sido un tema recurrente para los pensadores y los intelectuales públicos. Se podría considerar que las crisis actuales en los Estados Unidos y en Europa, consecuencia primordialmente de los fallos éticos inherentes al capitalismo de los Estados Unidos y a las deficiencias de funcionamiento de Europa, atribuyen crédito a la opinión de Spengler sobre la insuficiencia de la democracia y a su rechazo de la civilización occidental por estar impulsada esencialmente por una corruptora avidez de dinero.
Pero el determinismo en la Historia siempre ha sido derrotado por las imprevisibles fuerzas de la voluntad humana y en este caso por la extraordinaria capacidad de Occidente para renovarse, aun después de derrotas cataclismáticas. Cierto es que Occidente ya no está solo al dictar el programa mundial y sus valores han de verse cada vez más impugnados por potencias en ascenso, pero el proceso de su decadencia no es lineal e irreversible.
No cabe la menor duda de que el dominio militar de Occidente y su ventaja económica han quedado gravemente reducidos recientemente. En 2000, el PIB de los Estados Unidos era ocho veces mayor que el de China; hoy sólo lo es dos veces. Peor aún: unas atroces desigualdades de renta, una clase media exprimida y la evidencia de unos deslices éticos y una impunidad generalizados están alimentando un desencanto con la democracia y una pérdida cada vez mayor de la confianza en un sistema que ha traicionado el sueño americano de un progreso y una mejora constantes.
Hay una pérdida de confianza en un sistema que ha traicionado el sueño americano
Sin embargo, ésta no sería la primera vez que los valores de los Estados Unidos prevalecieran sobre la amenaza del populismo en tiempos de crisis económica. En el decenio de 1930, apareció en los Estados Unidos una variación del programa fascista con la acometida populista del padre Charles Coughlin contra la "alianza con los banqueros" de Franklin Roosevelt. La Unión Nacional por la Justicia Social de Coughlin, que llegó a contar con millones de miembros, acabó derrotada por los poderosos anticuerpos democráticos del sistema americano.
En cuanto a Europa, la crisis de la zona del euro ha expuesto las deficiencias de la democracia al abordar emergencias económicas importantes, además de los fallos en la concepción de la Unión Europea. En Grecia y en Italia, unos políticos fracasados han sido substituidos por gobiernos tecnocráticos. En Hungría, el Primer Ministro, Viktor Orbán, ha presionado en pro de un "restablecimiento [autoritario] del Estado". Casos así parecen indicar el regreso a un pasado europeo en el que fracasos de la democracia dieron paso a formas de gobierno más "oportunas".
Y, sin embargo, mientras que el futuro de Europa sigue estando en el aire, el crecimiento económico y la creación de empleo, por frágiles que sean, han reaparecido en los Estados Unidos. Además, aun cuando China llegara a ser la mayor economía del mundo en 2018, pongamos por caso, los americanos seguirían siendo mucho más ricos que los chinos, con un PIB por habitante en los Estados Unidos cuatro veces mayor que en China.
Desde luego, la desigualdad de renta y la injusticia social son concomitantes a la cultura capitalista en todo Occidente, pero competidores como China y la India no están en condiciones de predicar. En comparación con el capitalismo indio, los fallos éticos del capitalismo en otros países parecen particularmente benignos. Un centenar de oligarcas de la India poseen activos equivalentes al 25 por ciento del PIB, mientras que 800 millones de sus compatriotas sobreviven con menos de un dólar al día. Se compran políticos y jueces y se venden a grandes empresas poderosas por una miseria recursos naturales que valen billones de dólares.
Contar con la mayor economía es decisivo para una potencia que aspire a mantener la superioridad militar y la capacidad para determinar el orden internacional. Así, pues, el poder en retroceso de Occidente significa una lucha más denodada para defender la pertinencia de componentes fundamentales de su sistema de valores, como, por ejemplo, la democracia y los derechos universales.
En China no se ha resuelto la incoherencia entre su capitalismo y la falta de libertades
Europa, con su mentalidad casi poshistórica, hace mucho que abandonó la pretensión de ser una potencia militar. No se puede decir lo mismo de los Estados Unidos, pero, en lugar de reflejar una decadencia de su superioridad militar, sus reveses en Irak y el Afganistán han sido consecuencia de políticas mal encaminadas con las que se intentó recurrir a la fuerza para resolver conflictos para los que, sencillamente, no estaba indicada.
Los recientes recortes en gran escala en el presupuesto militar de los Estados Unidos no tienen por qué indicar una decadencia; pueden iniciar una época de defensa más inteligente, basada en ideas innovadoras, alianzas fuertes y creación de capacidad de los socios. El traslado de prioridades militares de los Estados Unidos a la región de Asía y el Pacífico es un reequilibrio estratégico comprensible, en vista de que los Estados Unidos estaban excesivamente centrados en Oriente Medio y resulta innecesario el mantenimiento de una presencia militar en Europa.
El celo misionero de los Estados Unidos por salvar el mundo de la perversidad de autócratas lejanos, moderado por la fatiga de la población de Estados Unidos con las aventuras exteriores, quedará reducido en gran medida, pero eso no necesariamente significa que China vaya a hacerse automáticamente con el terreno del que los Estados Unidos se retiren. Pese a los recientes recortes, el presupuesto para defensa de los Estados Unidos sigue siendo cinco veces mayor que el de China. Más importante es que la estrategia de China a largo plazo requiere que se centre en el corto plazo para satisfacer su inmensa ansia de energía y materias primas.
No nos engañemos: el eurocentrismo y el desmedido orgullo occidental han recibido golpes duros en los últimos años, pero, para quienes en Occidente se sienten vencidos por el fatalismo y las dudas sobre sí mismos, de la "primavera árabe" y de la reanudación en Rusia de la revolución inconclusa que acabó con el comunismo emana ahora un mensaje de esperanza. Tampoco se ha resuelto la incoherencia entre el capitalismo de China y su falta de libertades civiles. No se puede descartar una "primavera china".
Occidente afronta amenazas graves… como siempre, pero los valores de la libertad y la dignidad humanas que impulsan la civilización occidental siguen siendo el sueño de la inmensa mayoría de la Humanidad.
Shlomo Ben Ami, ex ministro de Asuntos Exteriores de Israel y actualmente Vicepresidente del Centro Internacional para la Paz de Toledo, es autor de Cicatrices de guerra, heridas de paz. La tragedia árabo-israelí.
Shlomo Ben Ami / El País
Desde la publicación en 1918 del primer volumen de La decadencia de Occidente de Oswald Spengler, las profecías sobre la muerte segura de lo que llamó la "civilización fáustica" han sido un tema recurrente para los pensadores y los intelectuales públicos. Se podría considerar que las crisis actuales en los Estados Unidos y en Europa, consecuencia primordialmente de los fallos éticos inherentes al capitalismo de los Estados Unidos y a las deficiencias de funcionamiento de Europa, atribuyen crédito a la opinión de Spengler sobre la insuficiencia de la democracia y a su rechazo de la civilización occidental por estar impulsada esencialmente por una corruptora avidez de dinero.
Pero el determinismo en la Historia siempre ha sido derrotado por las imprevisibles fuerzas de la voluntad humana y en este caso por la extraordinaria capacidad de Occidente para renovarse, aun después de derrotas cataclismáticas. Cierto es que Occidente ya no está solo al dictar el programa mundial y sus valores han de verse cada vez más impugnados por potencias en ascenso, pero el proceso de su decadencia no es lineal e irreversible.
No cabe la menor duda de que el dominio militar de Occidente y su ventaja económica han quedado gravemente reducidos recientemente. En 2000, el PIB de los Estados Unidos era ocho veces mayor que el de China; hoy sólo lo es dos veces. Peor aún: unas atroces desigualdades de renta, una clase media exprimida y la evidencia de unos deslices éticos y una impunidad generalizados están alimentando un desencanto con la democracia y una pérdida cada vez mayor de la confianza en un sistema que ha traicionado el sueño americano de un progreso y una mejora constantes.
Hay una pérdida de confianza en un sistema que ha traicionado el sueño americano
Sin embargo, ésta no sería la primera vez que los valores de los Estados Unidos prevalecieran sobre la amenaza del populismo en tiempos de crisis económica. En el decenio de 1930, apareció en los Estados Unidos una variación del programa fascista con la acometida populista del padre Charles Coughlin contra la "alianza con los banqueros" de Franklin Roosevelt. La Unión Nacional por la Justicia Social de Coughlin, que llegó a contar con millones de miembros, acabó derrotada por los poderosos anticuerpos democráticos del sistema americano.
En cuanto a Europa, la crisis de la zona del euro ha expuesto las deficiencias de la democracia al abordar emergencias económicas importantes, además de los fallos en la concepción de la Unión Europea. En Grecia y en Italia, unos políticos fracasados han sido substituidos por gobiernos tecnocráticos. En Hungría, el Primer Ministro, Viktor Orbán, ha presionado en pro de un "restablecimiento [autoritario] del Estado". Casos así parecen indicar el regreso a un pasado europeo en el que fracasos de la democracia dieron paso a formas de gobierno más "oportunas".
Y, sin embargo, mientras que el futuro de Europa sigue estando en el aire, el crecimiento económico y la creación de empleo, por frágiles que sean, han reaparecido en los Estados Unidos. Además, aun cuando China llegara a ser la mayor economía del mundo en 2018, pongamos por caso, los americanos seguirían siendo mucho más ricos que los chinos, con un PIB por habitante en los Estados Unidos cuatro veces mayor que en China.
Desde luego, la desigualdad de renta y la injusticia social son concomitantes a la cultura capitalista en todo Occidente, pero competidores como China y la India no están en condiciones de predicar. En comparación con el capitalismo indio, los fallos éticos del capitalismo en otros países parecen particularmente benignos. Un centenar de oligarcas de la India poseen activos equivalentes al 25 por ciento del PIB, mientras que 800 millones de sus compatriotas sobreviven con menos de un dólar al día. Se compran políticos y jueces y se venden a grandes empresas poderosas por una miseria recursos naturales que valen billones de dólares.
Contar con la mayor economía es decisivo para una potencia que aspire a mantener la superioridad militar y la capacidad para determinar el orden internacional. Así, pues, el poder en retroceso de Occidente significa una lucha más denodada para defender la pertinencia de componentes fundamentales de su sistema de valores, como, por ejemplo, la democracia y los derechos universales.
En China no se ha resuelto la incoherencia entre su capitalismo y la falta de libertades
Europa, con su mentalidad casi poshistórica, hace mucho que abandonó la pretensión de ser una potencia militar. No se puede decir lo mismo de los Estados Unidos, pero, en lugar de reflejar una decadencia de su superioridad militar, sus reveses en Irak y el Afganistán han sido consecuencia de políticas mal encaminadas con las que se intentó recurrir a la fuerza para resolver conflictos para los que, sencillamente, no estaba indicada.
Los recientes recortes en gran escala en el presupuesto militar de los Estados Unidos no tienen por qué indicar una decadencia; pueden iniciar una época de defensa más inteligente, basada en ideas innovadoras, alianzas fuertes y creación de capacidad de los socios. El traslado de prioridades militares de los Estados Unidos a la región de Asía y el Pacífico es un reequilibrio estratégico comprensible, en vista de que los Estados Unidos estaban excesivamente centrados en Oriente Medio y resulta innecesario el mantenimiento de una presencia militar en Europa.
El celo misionero de los Estados Unidos por salvar el mundo de la perversidad de autócratas lejanos, moderado por la fatiga de la población de Estados Unidos con las aventuras exteriores, quedará reducido en gran medida, pero eso no necesariamente significa que China vaya a hacerse automáticamente con el terreno del que los Estados Unidos se retiren. Pese a los recientes recortes, el presupuesto para defensa de los Estados Unidos sigue siendo cinco veces mayor que el de China. Más importante es que la estrategia de China a largo plazo requiere que se centre en el corto plazo para satisfacer su inmensa ansia de energía y materias primas.
No nos engañemos: el eurocentrismo y el desmedido orgullo occidental han recibido golpes duros en los últimos años, pero, para quienes en Occidente se sienten vencidos por el fatalismo y las dudas sobre sí mismos, de la "primavera árabe" y de la reanudación en Rusia de la revolución inconclusa que acabó con el comunismo emana ahora un mensaje de esperanza. Tampoco se ha resuelto la incoherencia entre el capitalismo de China y su falta de libertades civiles. No se puede descartar una "primavera china".
Occidente afronta amenazas graves… como siempre, pero los valores de la libertad y la dignidad humanas que impulsan la civilización occidental siguen siendo el sueño de la inmensa mayoría de la Humanidad.
Shlomo Ben Ami, ex ministro de Asuntos Exteriores de Israel y actualmente Vicepresidente del Centro Internacional para la Paz de Toledo, es autor de Cicatrices de guerra, heridas de paz. La tragedia árabo-israelí.
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