Alberto Matellán / elEconomista.es
Los planes de ajuste en los países europeos están orientados a rebajar la deuda sobre el Producto Interior Bruto. Identifican la sostenibilidad de esta magnitud con la solvencia. Y lograr eso depende principalmente de tres variables. La primera es el déficit, puesto que éste necesita financiarse y, por tanto, es el responsable último de que la deuda crezca. De ahí la insistencia en los planes de austeridad para revertirlo... Aunque con escaso éxito.
La segunda son los intereses, que al crecer encarecen la financiación de la nueva deuda generada por el déficit. De este modo, la carga financiera no para de aumentar. Pero además suponen un problema añadido para los paquetes de rescate. En estos planes se planteaba que los Gobiernos que recibieron ayudas volverían a salir al mercado en breve. La primera señal de que eso es inviable es, precisamente, el coste de la deuda en el mercado secundario. Y el caso más claro es Portugal.
Con rentabilidades superiores al 15% no emitirá bonos el año próximo. Suponiendo que lograra colocarlos, los intereses serían tan elevados que provocarían por sí mismos un aumento explosivo de la deuda.
El tercero es el crecimiento nominal. Es decir, la generación de los recursos necesarios para pagar la deuda existente y los intereses que origina. A su vez, ésta tiene otros dos componentes, el crecimiento real y la inflación. El aumento de la actividad real en los países periféricos resulta una necesidad para reconducir los desequilibrios acumulados en la UE. Por eso, se habla desde hace dos años de reformas estructurales que contribuyan a igualar la competitividad entre los países europeos. Pero esas medidas necesitan un plazo prolongado para que surtan efecto, además de que no en todos los casos se estén implementando.
Desde este punto de vista, es alentador el giro hacia el crecimiento que se ha producido recientemente entre unas autoridades que antes sólo insistían en el déficit. Aunque ello implica un riesgo de simplificación que les lleve a centrarse sólo en esa variable, igual que ha sucedido con la austeridad. El problema es que un ajuste excesivo drena el crecimiento y viceversa, de modo que atender a ambas variables simultáneamente puede convertirse en una tarea muy difícil. De ahí la necesidad de establecer medidas estructurales de competitividad, que son precisamente las que permiten compatibilizarlas. Sin embargo, éstas requieren tiempo.
El PIB nominal también puede crecer gracias a los precios. Dicho de otra forma, la inflación contribuye a reducir el valor de la deuda, estrategia que se ha utilizado profusamente en el pasado y que, en varios países también se ha intentado durante la presente crisis. Pero en este caso es imposible, porque el proceso de fondo es deflacionista. Durante el periodo de excesos se produjo un flujo de fondos masivo hacia los países periféricos. Y éste se ha revertido bruscamente en los últimos dos años, lo que ha contribuido a producir una contracción monetaria de dimensiones desconocidas hasta el momento. Justo esto es lo que al final se encuentra detrás del problema: al no entrar flujos de fondos, no es posible crecer, con lo que no se puede recaudar lo suficiente para reducir el déficit ni la deuda y, al mismo tiempo, la rentabilidad exigida a la financiación no para de aumentar.
Vías para recuperar el flujo
Lo que permite reconciliar la dinámica conjunta de las tres variables es recuperar los flujos de dinero real que circulan hacia la economía. Dicho de otra forma, hay que ofrecer a los inversores un motivo para retornar a los países periféricos. De ese modo no dependeríamos de que otros, como el BCE, compren tiempo, sino que nosotros mismos nos lo ganaríamos. Pero de nuevo entramos en un problema circular, puesto que la mala perspectiva de crecimiento y deuda es lo que aleja esas inversiones. La buena noticia es que las autoridades tienen los medios para romper el círculo vicioso.
Primero enviando un mensaje unificado y coherente. Las batallas internas sólo sirven para empeorar aún más las cosas. Segundo, deben reconocer la realidad. Cuanto antes se asuman las pérdidas reales en los balances o la caída esperada del PIB, antes comenzarán las sorpresas positivas para el mercado y, por tanto, la llegada de flujos. Y, finalmente, hay que depurar el sistema de los excesos que le han conducido hasta aquí, como por ejemplo los derroches administrativos. Quizá para algunos países como Grecia o Portugal ya sea demasiado tarde. Para España no. Y lo que es más, siguiendo esas tres premisas, podría hasta conseguirlo con independencia de las acciones del resto de actores.
Alberto Matellán. Director de Estrategia y Macroeconomía de Inverseguros SVB. Profesor de Análisis Financiero de Cunef.
Los planes de ajuste en los países europeos están orientados a rebajar la deuda sobre el Producto Interior Bruto. Identifican la sostenibilidad de esta magnitud con la solvencia. Y lograr eso depende principalmente de tres variables. La primera es el déficit, puesto que éste necesita financiarse y, por tanto, es el responsable último de que la deuda crezca. De ahí la insistencia en los planes de austeridad para revertirlo... Aunque con escaso éxito.
La segunda son los intereses, que al crecer encarecen la financiación de la nueva deuda generada por el déficit. De este modo, la carga financiera no para de aumentar. Pero además suponen un problema añadido para los paquetes de rescate. En estos planes se planteaba que los Gobiernos que recibieron ayudas volverían a salir al mercado en breve. La primera señal de que eso es inviable es, precisamente, el coste de la deuda en el mercado secundario. Y el caso más claro es Portugal.
Con rentabilidades superiores al 15% no emitirá bonos el año próximo. Suponiendo que lograra colocarlos, los intereses serían tan elevados que provocarían por sí mismos un aumento explosivo de la deuda.
El tercero es el crecimiento nominal. Es decir, la generación de los recursos necesarios para pagar la deuda existente y los intereses que origina. A su vez, ésta tiene otros dos componentes, el crecimiento real y la inflación. El aumento de la actividad real en los países periféricos resulta una necesidad para reconducir los desequilibrios acumulados en la UE. Por eso, se habla desde hace dos años de reformas estructurales que contribuyan a igualar la competitividad entre los países europeos. Pero esas medidas necesitan un plazo prolongado para que surtan efecto, además de que no en todos los casos se estén implementando.
Desde este punto de vista, es alentador el giro hacia el crecimiento que se ha producido recientemente entre unas autoridades que antes sólo insistían en el déficit. Aunque ello implica un riesgo de simplificación que les lleve a centrarse sólo en esa variable, igual que ha sucedido con la austeridad. El problema es que un ajuste excesivo drena el crecimiento y viceversa, de modo que atender a ambas variables simultáneamente puede convertirse en una tarea muy difícil. De ahí la necesidad de establecer medidas estructurales de competitividad, que son precisamente las que permiten compatibilizarlas. Sin embargo, éstas requieren tiempo.
El PIB nominal también puede crecer gracias a los precios. Dicho de otra forma, la inflación contribuye a reducir el valor de la deuda, estrategia que se ha utilizado profusamente en el pasado y que, en varios países también se ha intentado durante la presente crisis. Pero en este caso es imposible, porque el proceso de fondo es deflacionista. Durante el periodo de excesos se produjo un flujo de fondos masivo hacia los países periféricos. Y éste se ha revertido bruscamente en los últimos dos años, lo que ha contribuido a producir una contracción monetaria de dimensiones desconocidas hasta el momento. Justo esto es lo que al final se encuentra detrás del problema: al no entrar flujos de fondos, no es posible crecer, con lo que no se puede recaudar lo suficiente para reducir el déficit ni la deuda y, al mismo tiempo, la rentabilidad exigida a la financiación no para de aumentar.
Vías para recuperar el flujo
Lo que permite reconciliar la dinámica conjunta de las tres variables es recuperar los flujos de dinero real que circulan hacia la economía. Dicho de otra forma, hay que ofrecer a los inversores un motivo para retornar a los países periféricos. De ese modo no dependeríamos de que otros, como el BCE, compren tiempo, sino que nosotros mismos nos lo ganaríamos. Pero de nuevo entramos en un problema circular, puesto que la mala perspectiva de crecimiento y deuda es lo que aleja esas inversiones. La buena noticia es que las autoridades tienen los medios para romper el círculo vicioso.
Primero enviando un mensaje unificado y coherente. Las batallas internas sólo sirven para empeorar aún más las cosas. Segundo, deben reconocer la realidad. Cuanto antes se asuman las pérdidas reales en los balances o la caída esperada del PIB, antes comenzarán las sorpresas positivas para el mercado y, por tanto, la llegada de flujos. Y, finalmente, hay que depurar el sistema de los excesos que le han conducido hasta aquí, como por ejemplo los derroches administrativos. Quizá para algunos países como Grecia o Portugal ya sea demasiado tarde. Para España no. Y lo que es más, siguiendo esas tres premisas, podría hasta conseguirlo con independencia de las acciones del resto de actores.
Alberto Matellán. Director de Estrategia y Macroeconomía de Inverseguros SVB. Profesor de Análisis Financiero de Cunef.
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