Guillermo Knochenhauer / El Financiero
El presidente Felipe Calderón intervino en el proceso electoral al decir, ante los consejeros de Banamex, que Josefina Vázquez Mota y Enrique Peña Nieto están casi empatados. Las oposiciones y la prensa armaron un escándalo por eso, pero han dejado pasar que en la misma reunión el mandatario se ufanó de que el salario de los trabajadores en México ya sea menor al de los obreros chinos.
Calderón consideró una buena nota para su gobierno decir que los salarios en México ya son menores que en China, aunque muchos de los presentes en esa reunión son capitanes de industria a quienes les conviene más un mercado interno en expansión.
El gobierno se vanagloria de que baje el poder adquisitivo real de los salarios, porque es el resultado de su política para ganar competitividad y que ha podido implantarse por la debilidad política de los obreros en sus negociaciones salariales.
Dice la Organización Internacional de Trabajo que la mayoría de los países se ha preocupado por aumentar los salarios a pesar de la crisis de 2008, y agrega que sólo en la cuarta parte de las 115 naciones a las que les da seguimiento se mantuvieron sin variación o perdieron valor real entre 2008 y 2010.
En esa treintena de países destaca México con menos 3.5 por ciento. En Estados Unidos no hubo cambios (cero por ciento). Otros movimientos negativos se registraron en Alemania (-0.6), Suiza (-0.7), Japón (-0.9), Singapur (-1), República de Corea (-1.5), y Panamá (-2.8).
Es obvio, pero hay que decirlo: por lo general es la demanda la que motiva las inversiones productivas, la que genera el crecimiento económico y del empleo; la demanda la forman fundamentalmente el gasto público, las inversiones públicas y privadas, las exportaciones y el consumo familiar que permiten los ingresos de su trabajo. La contracción de los salarios y del poder de consumo familiar contrae las inversiones privadas, el crecimiento productivo y el empleo. No debería haber motivo de presunción en ello.
El INEGI dice que tras la crisis de 2008 se redujo a 8.4 por ciento la proporción de los trabajadores que recibe más de cinco salarios mínimos al mes (siete mil 950 pesos) y que también se redujo el grupo de quienes ganan de tres a cinco salarios. En cambio aumentó el contingente de quienes ganan hasta cuatro mil 770 pesos, lo cual confirma que, además de escaso, el empleo disponible es de baja calificación y pésimas remuneraciones.
Las diferencias en el comportamiento de los salarios tienen enorme fuerza explicativa de otras diferencias como las que se dan, por ejemplo, entre las economías de Brasil y de México. Los trabajadores de la industria manufacturera de Brasil ganan 38 por ciento más que sus pares mexicanos, según el Departamento del Trabajo de Estados Unidos.
De ahí que la fuerza del mercado interno sea mayor en Brasil y el principal atractivo para inversionistas extranjeros en actividades productivas o mercantiles, que colocaran 66 mil 600 millones de dólares el año pasado. Aquí llegaron casi 20 mil millones de dólares, atraídos básicamente por la vecindad al mercado estadounidense.
De ahí también el PIB per cápita de Brasil, que hace tan sólo cuatro años era ligeramente inferior al de México, llegará en 2012 a 13 mil 300 dólares y el nuestro se quedará alrededor de 11 mil 200 dólares. El círculo se cierra en que el crecimiento de la economía brasileña entre 2005 y el estimado para 2012 promedia 3.8 por ciento anual y el de México apenas alcanza 2.4 por ciento.
La contracción salarial en México se enmarca en una política económica que apuesta a ganar competitividad en la economía global con salarios bajos. La implantación de tal política ha sido posible dadas la precariedad del mercado laboral y las desventajas políticas de los trabajadores.
La terrible escasez de empleos ha obligado a más de la mitad de la fuerza de trabajo a emplearse en el sector informal, mal pagado y carente de organización, de programas de capacitación y de protección social.
En el sector formal tampoco abundan las plazas bien remuneradas, pero sobre todo los trabajadores tampoco están bien organizados para negociar. Más de cuatro de cada cinco trabajadores no están sindicalizados, y los que están, salvo por excepción, no participan democráticamente en su organización, a la que aportan sus cuotas por las que sus dirigentes ni siquiera les rinden cuentas.
Eso lo heredó el panismo del priismo, para seguir tratando de insertar a México en la economía global como un país de mano de obra barata, que sirva a la competitividad de Norteamérica.
El presidente Felipe Calderón intervino en el proceso electoral al decir, ante los consejeros de Banamex, que Josefina Vázquez Mota y Enrique Peña Nieto están casi empatados. Las oposiciones y la prensa armaron un escándalo por eso, pero han dejado pasar que en la misma reunión el mandatario se ufanó de que el salario de los trabajadores en México ya sea menor al de los obreros chinos.
Calderón consideró una buena nota para su gobierno decir que los salarios en México ya son menores que en China, aunque muchos de los presentes en esa reunión son capitanes de industria a quienes les conviene más un mercado interno en expansión.
El gobierno se vanagloria de que baje el poder adquisitivo real de los salarios, porque es el resultado de su política para ganar competitividad y que ha podido implantarse por la debilidad política de los obreros en sus negociaciones salariales.
Dice la Organización Internacional de Trabajo que la mayoría de los países se ha preocupado por aumentar los salarios a pesar de la crisis de 2008, y agrega que sólo en la cuarta parte de las 115 naciones a las que les da seguimiento se mantuvieron sin variación o perdieron valor real entre 2008 y 2010.
En esa treintena de países destaca México con menos 3.5 por ciento. En Estados Unidos no hubo cambios (cero por ciento). Otros movimientos negativos se registraron en Alemania (-0.6), Suiza (-0.7), Japón (-0.9), Singapur (-1), República de Corea (-1.5), y Panamá (-2.8).
Es obvio, pero hay que decirlo: por lo general es la demanda la que motiva las inversiones productivas, la que genera el crecimiento económico y del empleo; la demanda la forman fundamentalmente el gasto público, las inversiones públicas y privadas, las exportaciones y el consumo familiar que permiten los ingresos de su trabajo. La contracción de los salarios y del poder de consumo familiar contrae las inversiones privadas, el crecimiento productivo y el empleo. No debería haber motivo de presunción en ello.
El INEGI dice que tras la crisis de 2008 se redujo a 8.4 por ciento la proporción de los trabajadores que recibe más de cinco salarios mínimos al mes (siete mil 950 pesos) y que también se redujo el grupo de quienes ganan de tres a cinco salarios. En cambio aumentó el contingente de quienes ganan hasta cuatro mil 770 pesos, lo cual confirma que, además de escaso, el empleo disponible es de baja calificación y pésimas remuneraciones.
Las diferencias en el comportamiento de los salarios tienen enorme fuerza explicativa de otras diferencias como las que se dan, por ejemplo, entre las economías de Brasil y de México. Los trabajadores de la industria manufacturera de Brasil ganan 38 por ciento más que sus pares mexicanos, según el Departamento del Trabajo de Estados Unidos.
De ahí que la fuerza del mercado interno sea mayor en Brasil y el principal atractivo para inversionistas extranjeros en actividades productivas o mercantiles, que colocaran 66 mil 600 millones de dólares el año pasado. Aquí llegaron casi 20 mil millones de dólares, atraídos básicamente por la vecindad al mercado estadounidense.
De ahí también el PIB per cápita de Brasil, que hace tan sólo cuatro años era ligeramente inferior al de México, llegará en 2012 a 13 mil 300 dólares y el nuestro se quedará alrededor de 11 mil 200 dólares. El círculo se cierra en que el crecimiento de la economía brasileña entre 2005 y el estimado para 2012 promedia 3.8 por ciento anual y el de México apenas alcanza 2.4 por ciento.
La contracción salarial en México se enmarca en una política económica que apuesta a ganar competitividad en la economía global con salarios bajos. La implantación de tal política ha sido posible dadas la precariedad del mercado laboral y las desventajas políticas de los trabajadores.
La terrible escasez de empleos ha obligado a más de la mitad de la fuerza de trabajo a emplearse en el sector informal, mal pagado y carente de organización, de programas de capacitación y de protección social.
En el sector formal tampoco abundan las plazas bien remuneradas, pero sobre todo los trabajadores tampoco están bien organizados para negociar. Más de cuatro de cada cinco trabajadores no están sindicalizados, y los que están, salvo por excepción, no participan democráticamente en su organización, a la que aportan sus cuotas por las que sus dirigentes ni siquiera les rinden cuentas.
Eso lo heredó el panismo del priismo, para seguir tratando de insertar a México en la economía global como un país de mano de obra barata, que sirva a la competitividad de Norteamérica.
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