sábado, 3 de marzo de 2012

MÉXICO Y BRASIL

JULIO FAESLER / EL SIGLO DE TORREÓN
La globalización presenta al menos dos alternativas de acción para los países. Un camino es el de emprender programas nacionales de desarrollo, para con ellos fortalecer los recursos propios para competir con éxito en el escenario mundial para elevar las condiciones de vida e integrarse así, individualmente, al gran esquema de desarrollo social y económico mundial. Otra solución es la de buscar en los acuerdos regionales sumar fuerzas con otros para con ellas abrirse paso y enfrentar los retos políticos y económicos internacionales.
Los propósitos de mejorar sus circunstancias y niveles de vida pueden encontrar en las raíces culturales semejantes un apoyo. Los ejemplos de coordinación europea y los intentos que hemos emprendido en América Latina han demostrado esa posibildad.
Los esquemas de cooperación regional han tenido siempre un elemento impulsor. La Unión Europea tuvo en la República Federal de Alemania y en Francia los líderes visionarios, Conrad Adenauer y Robert Schuman, que idearon y lucharon para instituir el proceso que comenzó con la Unión del Carbón y Acero, precursor del Tratado de Roma, hasta la Comunidad Europea actual. Los albores de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, ALAC, fue la CEPAL, bajo la dirección de Raúl Prébisch, quien echó a andar el proyecto que pudo haber producido la Comunidad Latinoamericna aún por alcanzarse.
El dilema sigue siendo actual. Sólo tres países parecerían estar en posibilidades de escoger una vía con relativa autonomía: Estados Unidos, aún el país más poderoso del mundo, India y China que tienen las reservas poblacionales mayores del planeta y abundancia de recursos.
En América Latina, con sus 600 millones de habitantes, dos países, México y Brasil, son los ejes que influyen en el futuro del continente que tiene un potencial más definido que el del total de Asia o África. Sin embargo, son precisamente esos dos países que más han dificultado la meta de una integración latinoamericana.
Somos dos los poderes de relevancia en el área. El futuro de América Latina está muy dependiente de si el desarrollo pujante de los dos gigantes se realiza mancomunadamente o si se mantiene la tendencia que hasta la fecha revela su intención de ser paralelas que jamás se juntan. Esta realidad está confirmándose en las dificultades que estamos viendo cernirse sobre las relaciones económicas entre ellos. La presente desavenencia respecto a los intercambios económicos y concretamente en la rama automotriz, ilustra lo que queda dicho arriba.
Si México y Brasil no nos ponemos de acuerdo sobre cómo caber dentro de un marco compartido neoeconómico y político, no será posible realizar la integración de de desarrollos socioeconómicos e toda la región. Los dos serán los que pierdan las ventajas de haberlo realizado.
Hasta ahora la política de Brasil ha sido de imponer a sus 10 países limítrofes sus intereses y uncirlos a un destino que tiene por destino servir y fortalecer los de Brasilia. Cuando se trata de buscar aliados, Brasilia los ha encontrado en países remotos, pero no de México que le presenta una opción de fuerza análoga.
Brasil ha hecho una alianza estratégica tripartita con Sudáfrica e India. México ha buscado y obtenido una relación especial con su vecino los Estados Unidos acompañándose de Canadá, que encuentra en el TLCAN un cierto contrapeso a lo desequilibrado de su vinculación norteamericana.
De continuar la tendencia actual, el futuro que se extiende para México y Brasil es de una separación cada vez más pronunciada. La convicción brasileña de estar señalado por el destino a ser uno de los tres o cuatro poderes mundiales al lado de los dos colosos asiáticos irá cumpliéndose.
México, por su parte, ha mantenido desde hace muchas décadas la profesada actitud de no buscar liderazgos en el continente. La convicción ha sido reflejada consistentemente y esa reiterada actitud nos ha acomodado hasta el grado de sentirnos cómodos hasta en momento en que somos, justamente, relegados por otros países como consecuencia de haber convencido a todos que ni somos ni queremos ser líderes.
El contraste es claro. Brasil y México tenemos un concepto distinto de nuestro papel en el mundo. No hay vacilación en los brasileños en postularse a posiciones de preeminencia en toda oportunidad. El resultado está en su constante presencia en todos los campos internacionales y en la lógica conclusión para el resto del mundo que Brasil es el natural representante de América Latina cuando de candidaturas se trata.
¿Queremos segur así?

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