LORENZO MEYER / REFORMA
"Las movilizaciones antidictatoriales del mundo arabe han surgido de un medio social y político no muy diferente del nuestro"
Lorenzo Meyer
El encabezado de esta columna no se refiere a México. Sin embargo, la razón de ser de ese título es una problemática política, social y económica que no nos es ajena y que conviene entender.
"El pueblo quiere que caiga el régimen" es un eslogan que surgió al calor de los movimientos sociales que hoy sacuden al mundo árabe y que sirve de título a un libro coordinado por Luis Mesa, cuyo subtítulo es: Protestas sociales y conflictos en África del Norte y en Medio Oriente, (El Colegio de México, 2012). Lo que llevó a 21 especialistas a reunirse en México y elaborar esta obra, es extraordinario: la caída de una dictadura egipcia de 30 años -la encabezada por Hosni Mubarak- que estaba apoyada por un poderoso ejército -el décimo más numeroso a nivel mundial- y que, sin embargo, se vino abajo tras 18 días de protestas populares. Las razones y consecuencias de ese hecho que tuvo lugar en 2011 y al que le antecedió la caída fulminante en Túnez de otra dictadura de 23 años -la de Zine El Abidine Ben Alí- y a la que le siguió la de Ali Abdullah Saleh en Yemen, son muy complejas y añejas y nadie puede predecir cómo terminará el drama. Sea cual sea su destino, la protesta árabe -pacífica y efectiva- merece la solidaridad y el reconocimiento de todos los identificados con la democracia.
. Vistas desde lejos, lo primero que llama la atención de las protestas en el mundo árabe es lo sorpresivo de su aparición en un entorno que parecía estático. No es esta la primera vez que la explosión en la base de una sociedad toma por sorpresa a quienes están en el pináculo de la pirámide. Si Luis XVI hubiera tenido alguna sospecha de lo que se le venía encima nunca hubiera convocado a los Estados Generales en París en 1789. Lo mismo sucedió en México en 1810 o 1910; en ambas ocasiones los gobernantes nunca supusieron que estaban al filo del agua. La ciencia política tiene poco poder de predicción y es mejor que sea así, pues ningún sistema de dominación debe dar por sentada la docilidad de los gobernados.
. Entre los conceptos que destacan en El pueblo quiere que caiga el régimen está el "hartazgo". En Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen o Bahréin, pero también en Marruecos o Jordania, la población se hartó del autoritarismo y de la corrupción que le acompañaba. De lo expresado por los inconformes se desprende que la acumulación de un sentimiento de humillación fue lo que provocó que personajes insatisfechos de las ciudades urbanas perdieran el miedo a la represión y públicamente acusaran a sus gobernantes de ilegitimidad.
Por décadas las élites del mundo árabe vivieron al amparo de un "pacto poscolonial" cuya esencia, según Camila Pastor, consistió en la aceptación de las clases medias del autoritarismo de los gobernantes a cambio de laicismo y modernidad. Pero se abusó del pacto y en los años ochenta éste perdió vigencia. Las clases dominantes no quisieron reconocer el hecho y supusieron que los de abajo seguirían sumisos a pesar de que había antecedentes de su potencial para la protesta, (p. 4). La autoinmolación del joven Mohamed Bouazizi en Túnez en diciembre de 2010 por la falta de empleo y de respeto por parte de la Policía, fue la gota que derramó un vaso que quizá ni el propio Bouazizi, sabía que ya estaba lleno.
Las elites árabes, como hoy las nuestras, no quisieron explorar las posibilidades del gatopartidismo, de ese "cambiar para que todo siga (casi) igual", de ceder algo para evitar ceder todo más tarde. Mubarak, Ben Alí, Gadafi, Saleh y sus familias simplemente se negaron a ceder a tiempo. Bashar al-Asad va por el mismo camino en Siria. En contraste, los reyes de Jordania y Marruecos están tratando de combinar represión con concesiones. Aún es muy pronto para saber si la apuesta de represión moderada acompañada de cambio les ha comprado a estas monarquías suficiente tiempo y espacio de maniobra.
. La corrupción desde o al amparo del poder es una experiencia ampliamente compartida en esa región y un fenómeno que también ha caracterizado a los regímenes de México y Latinoamérica. Esa corrupción institucionalizada y en gran escala desempeñó un papel central en la deslegitimación de casi todos los regímenes árabes y es una de las razones esgrimidas por las que los muchos se han insubordinado. Es obvio que también en este lado del Atlántico la corrupción como sistema, de persistir, también pudiera llegar a operar en el sentido que lo hizo en Túnez, Egipto, Libia, Yemen o Siria.
Todos los autores de la obra aquí examinada subrayan el papel central del sentimiento de injusticia social como combustible de las movilizaciones. Capítulo tras capítulo, los especialistas acentúan que el corazón de las demandas de los árabes inconformes no está movido por razones religiosas sino fundamentalmente por inconformidades con la estructura social y con la ausencia de democracia. Hasta hoy el Islam político no es factor explicativo importante de la insurgencia.
Como en América Latina, en el mundo árabe el tipo de economía dominante, la neoliberal y globalizadora, ha acentuado mucho las desigualdades sociales ya existentes, (p. 40). En Egipto, por ejemplo, el 20% de la fuerza de trabajo está desempleada y, como acá, la ausencia de oportunidades se siente de manera más aguda entre los jóvenes y en una región donde la mitad de la población tiene menos de 30 años. Nada tiene de extraño que sean esos jóvenes los más indignados y los más disponibles para la protesta, pues combinan preparación con desocupación.
Ya es claro que un producto inesperado de la globalización es la universalidad de las inconformidades. El mismo tipo de público reacciona de manera parecida no obstante sus diferencias nacionales. En la obra se explora como la inconformidad árabe alentó algo similar en España, Estados Unidos e incluso en Israel, (pp. 40-41, 53-55).
. Del examen de los casos individuales se desprende una conclusión que también es válida para México y otras regiones: los partidos políticos por ser poco representativos no estuvieron ni están a la altura de las circunstancias. En buena medida las espectaculares movilizaciones que se enfrentaron a la antidemocracia del mundo árabe tuvieron un alto grado de espontaneidad y se desarrollaron al margen o en contra del sistema de partidos, (p. 34).
El caso que mejor ilustra el punto anterior es el de La Hermandad Musulmana, (HM). Esta organización, creada en 1928 y presente en un buen número de países árabes, hoy domina ya los procesos políticos en Egipto y Túnez. Es verdad que por decenios la HM se dedicó a resistir, organizar y a proveer servicios sociales a poblaciones pobres, pero también es cierto que la actual movilización social le tomó desprevenida; el descontento simplemente la rebasó aunque hoy ya se está poniendo al día e intentado aprovechar la situación. En fin, que la sorprendente explosión de energía democrática árabe de 2011 -la parte que sobreviva a su desgaste- puede terminar beneficiando a las burocracias partidistas, un destino injusto, pero casi inevitable.
. Este factor no podía faltar, y allá como aquí es básicamente norteamericano. Las dictaduras árabes han perdido lo que para Washington y sus aliados en Europa es su principal valor: su capacidad de garantizar la estabilidad y por eso se les deja a su suerte, (p. 37). El caso de Egipto es el ejemplo perfecto. Pero Washington no abandona a todos; la capacidad de la monarquía de Bahréin para resistir las protestas se explica, en gran medida, por el factor externo: el apoyo directo de Arabia Saudita e indirecto de Estados Unidos. Libia es el ejemplo contrario; la resistencia de Gadafi al cambio no tuvo éxito porque el factor externo jugó a favor de los insurgentes. Libia también ilustra que el fin de una dictadura no asegura el éxito y la explicación está en la falta de instituciones ¿Cómo hacer de la Libia de 140 tribus una república democrática y viable?
Ahí donde el régimen cayó, como lo quiso el pueblo -en Túnez, Egipto o Yemen-, los insurgentes demandan mejoras efectivas en sus condiciones de vida. Sin embargo, la estructura económica es la de antes y no puede responder a esa demanda. En tales condiciones, ¿cómo evitar la desilusión democrática y sus consecuencias?
En fin, los árabes tienen experiencias útiles para América Latina y nosotros otras para ellos. Ojalá, estudios como El pueblo quiere que el régimen caiga, nos permitan comunicarnos y comprendernos mejor, directamente, ya sin la mediación de ninguna potencia interesada.
"Las movilizaciones antidictatoriales del mundo arabe han surgido de un medio social y político no muy diferente del nuestro"
Lorenzo Meyer
El encabezado de esta columna no se refiere a México. Sin embargo, la razón de ser de ese título es una problemática política, social y económica que no nos es ajena y que conviene entender.
"El pueblo quiere que caiga el régimen" es un eslogan que surgió al calor de los movimientos sociales que hoy sacuden al mundo árabe y que sirve de título a un libro coordinado por Luis Mesa, cuyo subtítulo es: Protestas sociales y conflictos en África del Norte y en Medio Oriente, (El Colegio de México, 2012). Lo que llevó a 21 especialistas a reunirse en México y elaborar esta obra, es extraordinario: la caída de una dictadura egipcia de 30 años -la encabezada por Hosni Mubarak- que estaba apoyada por un poderoso ejército -el décimo más numeroso a nivel mundial- y que, sin embargo, se vino abajo tras 18 días de protestas populares. Las razones y consecuencias de ese hecho que tuvo lugar en 2011 y al que le antecedió la caída fulminante en Túnez de otra dictadura de 23 años -la de Zine El Abidine Ben Alí- y a la que le siguió la de Ali Abdullah Saleh en Yemen, son muy complejas y añejas y nadie puede predecir cómo terminará el drama. Sea cual sea su destino, la protesta árabe -pacífica y efectiva- merece la solidaridad y el reconocimiento de todos los identificados con la democracia.
. Vistas desde lejos, lo primero que llama la atención de las protestas en el mundo árabe es lo sorpresivo de su aparición en un entorno que parecía estático. No es esta la primera vez que la explosión en la base de una sociedad toma por sorpresa a quienes están en el pináculo de la pirámide. Si Luis XVI hubiera tenido alguna sospecha de lo que se le venía encima nunca hubiera convocado a los Estados Generales en París en 1789. Lo mismo sucedió en México en 1810 o 1910; en ambas ocasiones los gobernantes nunca supusieron que estaban al filo del agua. La ciencia política tiene poco poder de predicción y es mejor que sea así, pues ningún sistema de dominación debe dar por sentada la docilidad de los gobernados.
. Entre los conceptos que destacan en El pueblo quiere que caiga el régimen está el "hartazgo". En Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen o Bahréin, pero también en Marruecos o Jordania, la población se hartó del autoritarismo y de la corrupción que le acompañaba. De lo expresado por los inconformes se desprende que la acumulación de un sentimiento de humillación fue lo que provocó que personajes insatisfechos de las ciudades urbanas perdieran el miedo a la represión y públicamente acusaran a sus gobernantes de ilegitimidad.
Por décadas las élites del mundo árabe vivieron al amparo de un "pacto poscolonial" cuya esencia, según Camila Pastor, consistió en la aceptación de las clases medias del autoritarismo de los gobernantes a cambio de laicismo y modernidad. Pero se abusó del pacto y en los años ochenta éste perdió vigencia. Las clases dominantes no quisieron reconocer el hecho y supusieron que los de abajo seguirían sumisos a pesar de que había antecedentes de su potencial para la protesta, (p. 4). La autoinmolación del joven Mohamed Bouazizi en Túnez en diciembre de 2010 por la falta de empleo y de respeto por parte de la Policía, fue la gota que derramó un vaso que quizá ni el propio Bouazizi, sabía que ya estaba lleno.
Las elites árabes, como hoy las nuestras, no quisieron explorar las posibilidades del gatopartidismo, de ese "cambiar para que todo siga (casi) igual", de ceder algo para evitar ceder todo más tarde. Mubarak, Ben Alí, Gadafi, Saleh y sus familias simplemente se negaron a ceder a tiempo. Bashar al-Asad va por el mismo camino en Siria. En contraste, los reyes de Jordania y Marruecos están tratando de combinar represión con concesiones. Aún es muy pronto para saber si la apuesta de represión moderada acompañada de cambio les ha comprado a estas monarquías suficiente tiempo y espacio de maniobra.
. La corrupción desde o al amparo del poder es una experiencia ampliamente compartida en esa región y un fenómeno que también ha caracterizado a los regímenes de México y Latinoamérica. Esa corrupción institucionalizada y en gran escala desempeñó un papel central en la deslegitimación de casi todos los regímenes árabes y es una de las razones esgrimidas por las que los muchos se han insubordinado. Es obvio que también en este lado del Atlántico la corrupción como sistema, de persistir, también pudiera llegar a operar en el sentido que lo hizo en Túnez, Egipto, Libia, Yemen o Siria.
Todos los autores de la obra aquí examinada subrayan el papel central del sentimiento de injusticia social como combustible de las movilizaciones. Capítulo tras capítulo, los especialistas acentúan que el corazón de las demandas de los árabes inconformes no está movido por razones religiosas sino fundamentalmente por inconformidades con la estructura social y con la ausencia de democracia. Hasta hoy el Islam político no es factor explicativo importante de la insurgencia.
Como en América Latina, en el mundo árabe el tipo de economía dominante, la neoliberal y globalizadora, ha acentuado mucho las desigualdades sociales ya existentes, (p. 40). En Egipto, por ejemplo, el 20% de la fuerza de trabajo está desempleada y, como acá, la ausencia de oportunidades se siente de manera más aguda entre los jóvenes y en una región donde la mitad de la población tiene menos de 30 años. Nada tiene de extraño que sean esos jóvenes los más indignados y los más disponibles para la protesta, pues combinan preparación con desocupación.
Ya es claro que un producto inesperado de la globalización es la universalidad de las inconformidades. El mismo tipo de público reacciona de manera parecida no obstante sus diferencias nacionales. En la obra se explora como la inconformidad árabe alentó algo similar en España, Estados Unidos e incluso en Israel, (pp. 40-41, 53-55).
. Del examen de los casos individuales se desprende una conclusión que también es válida para México y otras regiones: los partidos políticos por ser poco representativos no estuvieron ni están a la altura de las circunstancias. En buena medida las espectaculares movilizaciones que se enfrentaron a la antidemocracia del mundo árabe tuvieron un alto grado de espontaneidad y se desarrollaron al margen o en contra del sistema de partidos, (p. 34).
El caso que mejor ilustra el punto anterior es el de La Hermandad Musulmana, (HM). Esta organización, creada en 1928 y presente en un buen número de países árabes, hoy domina ya los procesos políticos en Egipto y Túnez. Es verdad que por decenios la HM se dedicó a resistir, organizar y a proveer servicios sociales a poblaciones pobres, pero también es cierto que la actual movilización social le tomó desprevenida; el descontento simplemente la rebasó aunque hoy ya se está poniendo al día e intentado aprovechar la situación. En fin, que la sorprendente explosión de energía democrática árabe de 2011 -la parte que sobreviva a su desgaste- puede terminar beneficiando a las burocracias partidistas, un destino injusto, pero casi inevitable.
. Este factor no podía faltar, y allá como aquí es básicamente norteamericano. Las dictaduras árabes han perdido lo que para Washington y sus aliados en Europa es su principal valor: su capacidad de garantizar la estabilidad y por eso se les deja a su suerte, (p. 37). El caso de Egipto es el ejemplo perfecto. Pero Washington no abandona a todos; la capacidad de la monarquía de Bahréin para resistir las protestas se explica, en gran medida, por el factor externo: el apoyo directo de Arabia Saudita e indirecto de Estados Unidos. Libia es el ejemplo contrario; la resistencia de Gadafi al cambio no tuvo éxito porque el factor externo jugó a favor de los insurgentes. Libia también ilustra que el fin de una dictadura no asegura el éxito y la explicación está en la falta de instituciones ¿Cómo hacer de la Libia de 140 tribus una república democrática y viable?
Ahí donde el régimen cayó, como lo quiso el pueblo -en Túnez, Egipto o Yemen-, los insurgentes demandan mejoras efectivas en sus condiciones de vida. Sin embargo, la estructura económica es la de antes y no puede responder a esa demanda. En tales condiciones, ¿cómo evitar la desilusión democrática y sus consecuencias?
En fin, los árabes tienen experiencias útiles para América Latina y nosotros otras para ellos. Ojalá, estudios como El pueblo quiere que el régimen caiga, nos permitan comunicarnos y comprendernos mejor, directamente, ya sin la mediación de ninguna potencia interesada.
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