Jorge G. Castañeda - El Siglo de Torreón
En cada país la tensión sobre los primeros cien días de Donald Trump en la presidencia se centra en lo que afecta a sus habitantes, a su economía, a su sociedad. Esto sucede en México, pero también, desde luego, en Ucrania, en Israel, en Gaza, y en cualquier país del mundo. Algunos se sienten más afectados que otros, algunos ponen más atención que otros, pero finalmente el interés se enfoca principalmente en la manera en que a cada quien le va en la feria. Esto ha generado, sin embargo, una paradoja que puede terminar por ser especialmente dañina para muchos países, pero sobre todo para Estados Unidos.
En efecto, donde quizás Trump está llevando a cabo acciones más radicales, extremas, insólitas, y en algunos casos francamente escandalosas, no es en México, o en China, o en Sudáfrica, sino justamente en Estados Unidos. Y, en particular, lo que comienza a ser altamente preocupante radica en su ataque al Poder Judicial norteamericano, y a las instituciones y el imperio de la ley en ese país. Nunca ha sido el Poder Judicial ni el estado de derecho estadounidense lo que los propios norteamericanos han creído. Las lagunas, las debilidades, las contradicciones, las aberraciones que se remontan a mediados del siglo XIX siempre han estado presentes y la realidad nunca ha correspondido perfectamente a la idea que se hacen los estadounidenses de este aspecto de su vida institucional. Pero algo de independencia del Poder Judicial sí existía; algo de respeto por las decisiones de jueces sí se mantenía; algo de debido proceso y respeto por el imperio de la ley subsistió a lo largo de los ya casi 250 años de vida de la Unión Americana. Esto empieza a cambiar.
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