- La crisis expone la escasa experiencia del equipo de seguridad del presidente de EE UU y abre una ventana sobre el funcionamiento de un equipo creado para ser leal a su jefe
Macarena Vidal Liy - Washington - El País
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, declara admirar a predecesores en el cargo como William McKinley o Ronald Reagan, el gran icono republicano contemporáneo. Pero con quien más se identifica, según sus charlas con algunos historiadores, es con Richard Nixon, el republicano que ganó la Casa Blanca por la mayor avalancha de votos hasta entonces, y que como él buscó la venganza contra sus enemigos políticos. Del único presidente dimitido en la historia de EE UU comenta que jamás debió entregar los documentos sobre el escándalo Watergate, ni haberse marchado. Aquel, considera, fue su gran error, una concesión a los medios que él no se hubiera planteado.
Ahora, la Administración de Trump vive su propio escándalo terminado en “gate” e intenta minimizar su alcance. Es el Signalgate, el caso de las conversaciones de los altos cargos de la seguridad nacional en un grupo de la app de mensajería Signal en el que se incluyó por error a un prominente periodista progresista —el director de la revista The Atlantic, Jeffrey Goldberg— y donde trataron, pese al riesgo de filtración, los planes para bombardear posiciones de la guerrilla de los hutíes en Yemen el pasado 15 de marzo. En el chat, creado por el consejero de Seguridad Nacional, Mike Waltz, estaban todos los pesos pesados de la Administración: el vicepresidente, J. D. Vance; el secretario de Estado, Marco Rubio; el secretario de Defensa, Pete Hegseth; la directora nacional de Inteligencia, Tulsi Gabbard, entre otros. El caso pone de manifiesto la escasa experiencia en sus cargos del equipo de seguridad del republicano.
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