Guillermo Knochenhauer / El Financiero
La guerra que México tendría que organizar es contra la inseguridad alimentaria. En tiempos de guerra se movilizan todos los recursos disponibles con criterios no mercantiles, para no perder ante el poderoso enemigo, en este caso inasible y con muchas caras que amenaza por tres frentes la disponibilidad de alimentos en México.
Uno es la desarticulación de las capacidades internas de producción, que ha dejado recursos humanos y naturales ociosos y subutilizados. A pesar de que casi se ha triplicado el presupuesto rural durante la última década, cada año disminuye la superficie que se siembra de maíz, frijol, trigo, arroz y otros cultivos básicos.
Las razones son tan elementales como, por ejemplo, que mientras los subsidios están diseñados para que la mayor parte se concentre en unos cuantos agricultores, se han desplomado el crédito y los seguros para todos, excepto para el mismo pequeño grupo de grandes agricultores; el VII Censo Agropecuario del INEGI (2008) consigna que en 2007 sólo 2.6 por ciento de las unidades de producción rural disponían de crédito (contra 17 por ciento en 1990) y 0.2 por ciento tenían seguro agrícola.
Por razones como ésas, México ha profundizado en pocos años su dependencia del mercado internacional para alimentarse. En 1995 se importaba 23.1 por ciento de los granos y oleaginosas que se consumían, y hoy se tienen que comprar fuera el 42 por ciento.
La volatilidad de ese mercado es el segundo gran riesgo para la disponibilidad de alimentos en México. Esta semana se publicó que los precios del maíz y de la soya se acercan a niveles sin precedente; son movimientos alcistas que seguiremos viendo durante diez o 15 años más. Tres razones, entre otras, sostienen la afirmación anterior: el aumento de la demanda de granos para dedicarlos a la producción de bioenergéticos, el cambio climático y la presencia de capitales especulativos en los mercados.
La competencia de los bioenergéticos con los alimentos por tierras y agua se agudizó hace una década, cuando el gobierno de Estados Unidos decidió impulsar la fabricación de agrocombustibles a partir del maíz, cereal del que es el principal exportador del mundo y cuyo precio tenía más de un cuarto de siglo a la baja. Actualmente Estados Unidos dedica más de cien millones de toneladas -la tercera parte de su cosecha de maíz- a la producción de etanol, lo que ha encarecido sus exportaciones del cereal.
Ya es palpable el clima "atípico" de temperaturas extremas, inundaciones y sequías en varias regiones del planeta. El cambio climático, dice el Premio Nobel Mario Molina, es "la mayor amenaza para la seguridad alimentaria" de la humanidad.
En México ya se registran lluvias atípicas, granizadas y, sobre todo, sequía. En varios estados del norte no ha llovido durante 15 meses y "desafortunadamente el pronóstico es sin lluvia", dijo hace días José Luis Luege, director de la Comisión Nacional del Agua.
De acuerdo con estimaciones del Servicio Meteorológico Nacional, durante abril se registrará en todo el país un 69 por ciento menos lluvia que el promedio histórico. En mayo sería 61 por ciento menos.
Entre los estados más afectados destacan Sinaloa y Jalisco, dos de los principales productores de maíz; Zacatecas, el principal productor de frijol; Sonora y Baja California, productores excedentarios de trigo, además de Baja California Sur, Chihuahua, Coahuila, Nayarit y Colima.
Demanda creciente por cereales y cambio climático atraen capitales especulativos a los mercados de futuros en los que se fija el precio internacional de los granos. El Reporte sobre Comercio y Desarrollo de 2009 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, reconoce el aumento del "tamaño y número de los cambios en los precios que no están relacionados con los fundamentales del mercado" (es decir precios independientes de la oferta, demanda y reservas).
Hay que desarrollar ciencia, tecnologías y conocimientos acerca del cambio climático, y reducir lo más posible la dependencia de los mercados externos.
La buena noticia es que en el territorio nacional hay extensiones de tierra sin cultivar (se estima que son siete millones de hectáreas), que en el sureste hay agua de sobra que no llega a las parcelas por falta de infraestructura de riego, que hay fuerza laboral ociosa e instituciones de investigación prestigiadas, como el INIFAP.
Son los recursos que hay que movilizar, como en una guerra, de la mejor manera posible, aunque no sea comercialmente óptima, teniendo en cuenta que el enemigo es el hambre, a la que se enfrentarían más millones de conciudadanos por encarecimiento o escasez, o la combinación de ambas cosas, de alimentos.
La guerra que México tendría que organizar es contra la inseguridad alimentaria. En tiempos de guerra se movilizan todos los recursos disponibles con criterios no mercantiles, para no perder ante el poderoso enemigo, en este caso inasible y con muchas caras que amenaza por tres frentes la disponibilidad de alimentos en México.
Uno es la desarticulación de las capacidades internas de producción, que ha dejado recursos humanos y naturales ociosos y subutilizados. A pesar de que casi se ha triplicado el presupuesto rural durante la última década, cada año disminuye la superficie que se siembra de maíz, frijol, trigo, arroz y otros cultivos básicos.
Las razones son tan elementales como, por ejemplo, que mientras los subsidios están diseñados para que la mayor parte se concentre en unos cuantos agricultores, se han desplomado el crédito y los seguros para todos, excepto para el mismo pequeño grupo de grandes agricultores; el VII Censo Agropecuario del INEGI (2008) consigna que en 2007 sólo 2.6 por ciento de las unidades de producción rural disponían de crédito (contra 17 por ciento en 1990) y 0.2 por ciento tenían seguro agrícola.
Por razones como ésas, México ha profundizado en pocos años su dependencia del mercado internacional para alimentarse. En 1995 se importaba 23.1 por ciento de los granos y oleaginosas que se consumían, y hoy se tienen que comprar fuera el 42 por ciento.
La volatilidad de ese mercado es el segundo gran riesgo para la disponibilidad de alimentos en México. Esta semana se publicó que los precios del maíz y de la soya se acercan a niveles sin precedente; son movimientos alcistas que seguiremos viendo durante diez o 15 años más. Tres razones, entre otras, sostienen la afirmación anterior: el aumento de la demanda de granos para dedicarlos a la producción de bioenergéticos, el cambio climático y la presencia de capitales especulativos en los mercados.
La competencia de los bioenergéticos con los alimentos por tierras y agua se agudizó hace una década, cuando el gobierno de Estados Unidos decidió impulsar la fabricación de agrocombustibles a partir del maíz, cereal del que es el principal exportador del mundo y cuyo precio tenía más de un cuarto de siglo a la baja. Actualmente Estados Unidos dedica más de cien millones de toneladas -la tercera parte de su cosecha de maíz- a la producción de etanol, lo que ha encarecido sus exportaciones del cereal.
Ya es palpable el clima "atípico" de temperaturas extremas, inundaciones y sequías en varias regiones del planeta. El cambio climático, dice el Premio Nobel Mario Molina, es "la mayor amenaza para la seguridad alimentaria" de la humanidad.
En México ya se registran lluvias atípicas, granizadas y, sobre todo, sequía. En varios estados del norte no ha llovido durante 15 meses y "desafortunadamente el pronóstico es sin lluvia", dijo hace días José Luis Luege, director de la Comisión Nacional del Agua.
De acuerdo con estimaciones del Servicio Meteorológico Nacional, durante abril se registrará en todo el país un 69 por ciento menos lluvia que el promedio histórico. En mayo sería 61 por ciento menos.
Entre los estados más afectados destacan Sinaloa y Jalisco, dos de los principales productores de maíz; Zacatecas, el principal productor de frijol; Sonora y Baja California, productores excedentarios de trigo, además de Baja California Sur, Chihuahua, Coahuila, Nayarit y Colima.
Demanda creciente por cereales y cambio climático atraen capitales especulativos a los mercados de futuros en los que se fija el precio internacional de los granos. El Reporte sobre Comercio y Desarrollo de 2009 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, reconoce el aumento del "tamaño y número de los cambios en los precios que no están relacionados con los fundamentales del mercado" (es decir precios independientes de la oferta, demanda y reservas).
Hay que desarrollar ciencia, tecnologías y conocimientos acerca del cambio climático, y reducir lo más posible la dependencia de los mercados externos.
La buena noticia es que en el territorio nacional hay extensiones de tierra sin cultivar (se estima que son siete millones de hectáreas), que en el sureste hay agua de sobra que no llega a las parcelas por falta de infraestructura de riego, que hay fuerza laboral ociosa e instituciones de investigación prestigiadas, como el INIFAP.
Son los recursos que hay que movilizar, como en una guerra, de la mejor manera posible, aunque no sea comercialmente óptima, teniendo en cuenta que el enemigo es el hambre, a la que se enfrentarían más millones de conciudadanos por encarecimiento o escasez, o la combinación de ambas cosas, de alimentos.
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