Alberto Aziz Nassif / El Universal
El partido que nació el 6 de julio de 1988, PRD, como lo anunció su fundador, Cuauhtémoc Cárdenas, en un Zócalo repleto, enfrenta una vez más una severa crisis interna. Más de 22 años de historia pueden terminar en una polarización que parece romper las últimas costuras de un traje que ha sido convertido en harapos.
Poco a poco el PRD se ha ido vaciando de liderazgos. De la generación fundadora que gobernó al partido en sus primeros años, ya no queda casi nadie. Andrés Manuel López Obrador acaba de anunciar su retiro, “licencia”, pero ya se había distanciado desde hace unos años; Cuauhtémoc dejó hace tiempo su militancia activa; ahora su hijo Lázaro declinó liderar el PRD, y Porfirio Muñoz Ledo ha declarado que si el PRD desaparece, “no le pasa nada a este país”. ¿De qué tamaño es la crisis de la izquierda partidista? ¿Qué puede pasar con el PRD en próximos meses?
De la coalición de grupos y liderazgos que formaron al PRD no se pudo evolucionar hacia un partido institucional. El PRD estuvo conformado por liderazgos fuertes, que fueron sus principales dirigentes. No se puede descartar que el registro, financiamiento público y juego de puestos y posiciones también cohesionan la cultura partidista del perredismo. La disputa por las posiciones significa rebatiña por recursos, sueldos, choferes, celulares, asesores y toda la amalgama de incentivos y parafernalia que rodea a la política. El esquema de financiamiento público y acceso a medios es un problema que interfiere en la relación de los dirigentes con sus bases, sobre todo porque genera distancia. La partidocracia, élite encerrada en sus propios intereses, no es exclusiva del PRD, pero en este partido tiene impactos singulares.
La vida institucional perredista empezó a tener crisis periódicas relacionadas con la elección de sus dirigentes. Los grupos se volvieron tribus y empezaron a disputarse cada peso y cada puesto. Una vez que pasó la generación de liderazgos fundadores, no se supo resolver de forma institucional el mecanismo de elección abierta de dirigentes, que muchas veces terminó en conflicto e impugnaciones por fraude. El último fue el más largo y lamentable, porque el Tribunal Electoral determinó quién era el “ganador”. El actual conflicto no se entendería sin el contexto de lo que sucedió con la sucesión presidencial de 2006 y el derrumbe de la imagen de AMLO y el PRD por sus estrategias poselectorales (toma de Reforma, presidencia legítima, etcétera). Ahora se vive una segunda fase de conflicto, que separó a AMLO del PRD, porque el grupo de Ortega, Los Chuchos, se quedó con el partido, mientras AMLO se dedicó a organizar un movimiento social. Hasta aquí no hay novedad. Pero la derrota de las elecciones intermedias del 2009 (donde el PRD regresó al nivel de votos de 1991) llevó a las alianzas electorales con el PAN, que han sido fuente de polarización interna entre dos posturas irreconciliables. Desde 2010 ha habido una confrontación permanente entre AMLO y Chuchos, por una posible alianza con el PAN en el Estado de México. Pero el trasfondo es el 2012, porque ambas partes consideran estratégicos los resultados en el territorio de Peña Nieto, que sería el adversario a vencer.
El rompecabezas del Estado de México muestra dos conjuntos de piezas en disputa, vinculadas a la candidatura de la izquierda en 2012: por una parte, la alianza PRD-PAN, la consulta que se hará, la búsqueda de un candidato competitivo y la postura aliancista de Marcelo Ebrard; de la otra queda AMLO, la posición de ir por fuera del PRD y el factor Alejandro Encinas.
En estas condiciones de tensión y de una polarización creciente llegará el perredismo a la renovación de su dirigencia el 19 de marzo. Las disputas han llevado al PRD a un nivel de agotamiento que se expresa en el altísimo porcentaje de voto negativo, que le dan una imagen bastante deteriorada. ¿Qué queda del PRD como una opción atractiva de izquierda? ¿Qué queda del PRD como factor competitivo para el 2012? Sin duda, las causas que defiende el PRD y la izquierda permanecen y cada día son más necesarias, pero el instrumento, el partido, está en una severa crisis. Se ha perdido la confianza, no hay acuerdos básicos, el consenso se ha esfumado y los choques de liderazgos han terminado en rupturas. Los vientos que soplan en el PRD son adversos. El agotamiento del PRD lo puede conducir a instalarse en la inercia y administrar la crisis como partido del 10% o 12% del voto. ¿Podrá surgir un nuevo intento? Por lo pronto, no se ve la dinámica y el liderazgo para ello.
Investigador del CIESAS
El partido que nació el 6 de julio de 1988, PRD, como lo anunció su fundador, Cuauhtémoc Cárdenas, en un Zócalo repleto, enfrenta una vez más una severa crisis interna. Más de 22 años de historia pueden terminar en una polarización que parece romper las últimas costuras de un traje que ha sido convertido en harapos.
Poco a poco el PRD se ha ido vaciando de liderazgos. De la generación fundadora que gobernó al partido en sus primeros años, ya no queda casi nadie. Andrés Manuel López Obrador acaba de anunciar su retiro, “licencia”, pero ya se había distanciado desde hace unos años; Cuauhtémoc dejó hace tiempo su militancia activa; ahora su hijo Lázaro declinó liderar el PRD, y Porfirio Muñoz Ledo ha declarado que si el PRD desaparece, “no le pasa nada a este país”. ¿De qué tamaño es la crisis de la izquierda partidista? ¿Qué puede pasar con el PRD en próximos meses?
De la coalición de grupos y liderazgos que formaron al PRD no se pudo evolucionar hacia un partido institucional. El PRD estuvo conformado por liderazgos fuertes, que fueron sus principales dirigentes. No se puede descartar que el registro, financiamiento público y juego de puestos y posiciones también cohesionan la cultura partidista del perredismo. La disputa por las posiciones significa rebatiña por recursos, sueldos, choferes, celulares, asesores y toda la amalgama de incentivos y parafernalia que rodea a la política. El esquema de financiamiento público y acceso a medios es un problema que interfiere en la relación de los dirigentes con sus bases, sobre todo porque genera distancia. La partidocracia, élite encerrada en sus propios intereses, no es exclusiva del PRD, pero en este partido tiene impactos singulares.
La vida institucional perredista empezó a tener crisis periódicas relacionadas con la elección de sus dirigentes. Los grupos se volvieron tribus y empezaron a disputarse cada peso y cada puesto. Una vez que pasó la generación de liderazgos fundadores, no se supo resolver de forma institucional el mecanismo de elección abierta de dirigentes, que muchas veces terminó en conflicto e impugnaciones por fraude. El último fue el más largo y lamentable, porque el Tribunal Electoral determinó quién era el “ganador”. El actual conflicto no se entendería sin el contexto de lo que sucedió con la sucesión presidencial de 2006 y el derrumbe de la imagen de AMLO y el PRD por sus estrategias poselectorales (toma de Reforma, presidencia legítima, etcétera). Ahora se vive una segunda fase de conflicto, que separó a AMLO del PRD, porque el grupo de Ortega, Los Chuchos, se quedó con el partido, mientras AMLO se dedicó a organizar un movimiento social. Hasta aquí no hay novedad. Pero la derrota de las elecciones intermedias del 2009 (donde el PRD regresó al nivel de votos de 1991) llevó a las alianzas electorales con el PAN, que han sido fuente de polarización interna entre dos posturas irreconciliables. Desde 2010 ha habido una confrontación permanente entre AMLO y Chuchos, por una posible alianza con el PAN en el Estado de México. Pero el trasfondo es el 2012, porque ambas partes consideran estratégicos los resultados en el territorio de Peña Nieto, que sería el adversario a vencer.
El rompecabezas del Estado de México muestra dos conjuntos de piezas en disputa, vinculadas a la candidatura de la izquierda en 2012: por una parte, la alianza PRD-PAN, la consulta que se hará, la búsqueda de un candidato competitivo y la postura aliancista de Marcelo Ebrard; de la otra queda AMLO, la posición de ir por fuera del PRD y el factor Alejandro Encinas.
En estas condiciones de tensión y de una polarización creciente llegará el perredismo a la renovación de su dirigencia el 19 de marzo. Las disputas han llevado al PRD a un nivel de agotamiento que se expresa en el altísimo porcentaje de voto negativo, que le dan una imagen bastante deteriorada. ¿Qué queda del PRD como una opción atractiva de izquierda? ¿Qué queda del PRD como factor competitivo para el 2012? Sin duda, las causas que defiende el PRD y la izquierda permanecen y cada día son más necesarias, pero el instrumento, el partido, está en una severa crisis. Se ha perdido la confianza, no hay acuerdos básicos, el consenso se ha esfumado y los choques de liderazgos han terminado en rupturas. Los vientos que soplan en el PRD son adversos. El agotamiento del PRD lo puede conducir a instalarse en la inercia y administrar la crisis como partido del 10% o 12% del voto. ¿Podrá surgir un nuevo intento? Por lo pronto, no se ve la dinámica y el liderazgo para ello.
Investigador del CIESAS
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