domingo, 18 de octubre de 2009

ESTUPOR Y TEMBLORES

JOAQUÍN ESTEFANÍA
Algunos economistas temen que la salida de la crisis tenga forma de "W", es decir, una nueva caída
Hay que arreglar lo que queda de canceroso en los bancos y sostener con dinero público la demanda
Hace poco tiempo, la presidenta del Comité de Asesores Económicos de la Casa Blanca, Cristina Rohmer, advertía de que no podemos proclamar victoria prematuramente y pensar que ya estamos en el camino definitivo de la salida de la Gran Recesión y sus secuelas. Y lo hacía desde Estados Unidos, que es uno de los países en donde ese sendero de recuperación parece estar mejor trazado. Sin embargo, los datos tampoco son allí unidireccionales: el paro ronda el 10% de la población activa, el mismo porcentaje es el del déficit público (el más alto desde el final de la II Guerra Mundial) y los beneficios de la banca son desconcertantes (mientras unas entidades cuadriplican los beneficios, otros, entre los más importantes, continúan en pérdidas).
Incluso algunos de los economistas que pronostican el final de los peores momentos, temen que la salida a la crisis tenga forma de "W"; es decir, que una vez que se adquiera la velocidad de crucero, los desequilibrios que se han generado para obtenerla provoquen una nueva caída. Por ello ya no se insiste apenas en la tesis de los brotes verdes, sospechando que sólo sea lo que describe Antonio Machado en sus Campos de Castilla: "Al olmo viejo, hendido por el rayo / y en su mitad podrido, / con la lluvia de abril y el sol de mayo / algunas hojas verdes le han salido".
¿Qué hacer para evitar esa salida de alazán y parada de burro? El consenso traza esta hoja de ruta: primero, arreglar lo que queda de canceroso en el sistema financiero; todavía la semana pasada el Gobierno holandés intervenía una entidad mediana, el DSB, y, además, hay que resolver el caso de los bancos que no pueden quebrar por ser demasiado grandes y tener riesgo sistemático, ya que si no la ayuda masiva se convierte en "un atraco a mano armada" (Stiglitz).
En segundo lugar, seguir sosteniendo con dinero público la demanda ya que, de forma autónoma, sigue sin funcionar; aquí es donde se han manifestado más diferencias políticas: mientras unos opinan que mantener elevados niveles de demanda pasa por la reducción de impuestos, la mayoría entiende que gastar en servicios sociales o los programas de inversiones públicas tiene mayor efecto multiplicador. Por último, preparar la retirada ordenada de los estímulos llegada la recuperación, en el entendido keynesiano de que se requieren presupuestos más o menos equilibrados a lo largo del ciclo económico.
La mención a Keynes no es artificial. Dado que se ha producido un fallo sistémico en la teoría económica con la llegada de la Gran Recesión, la cuestión es si habrá cambios en la política económica futura sin una nueva teoría económica. Como recuerda Robert Skidelsky, el mejor biógrafo del economista más influyente de la historia, en su último libro El regreso de Keynes (editorial Crítica), las dos lecciones centrales de éste fueron la de insuflar aire a la economía cuando ésta empieza a deshincharse y la de minimizar las posibilidades de que vuelvan a ocurrir conmociones como la que estamos viviendo.
La primera se ha practicado más o menos en los dos últimos años (ésta es una de las grandes diferencias con la Gran Depresión), pero la segunda no se ha aplicado con la misma vehemencia, ya que los gobernantes parecen haberse puesto de acuerdo en que todo lo que se necesita son unas pocas reformas cosméticas. Lo que significa preparar el escenario para la siguiente crisis.
Lo reconocía con desestimiento irreparable el presidente del HSBC (primer banco del mundo), Stephen Green, en una reciente entrevista: "Habrá más crisis financieras, sería ingenuo creer que está todo arreglado".
En el libro citado, Skidelsky hace un canto a la superioridad del modelo keynesiano frente al modelo conservador (el del Consenso de Washington, lo denomina), apelando a los datos empíricos: mientras el primero fue el dominante (hasta el año 1973) hubo menos desempleo, más crecimiento, menos inestabilidad de los tipos de cambio y menor desigualdad. La era del Consenso de Washington (los últimos 30 años) padeció cinco recesiones mundiales y ahora ha dado lugar a una sexta, la mayor y más profunda desde la Gran Depresión. Esta última época se caracteriza por una cadencia de crisis que hace recordar el título de una de las novelas de la escritora de lengua francesa, Amélie Nothomb: Estupor y temblores permanentes.
Fuente: El País

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