Samuel García / El Semanario
El viernes 18 de los corrientes la noticia de que el grupo empresarial de Carlos Slim, el mayor conglomerado de México, rompía los acuerdos comerciales para anunciarse en las cadenas de televisión de la poderosa Televisa, que preside Emilio Azcárraga Jean, sorprendió a medio mundo.
Y cuando la nube de polvo aún no terminaba de asentarse después de la batalla entre los dos gigantes empresariales, ayer los medios de prensa dieron cuenta de un nuevo rompimiento comercial en las alturas, esta vez protagonizado por el mismo Grupo Carso de Carlos Slim con Televisión Azteca, de Ricardo Salinas Pliego, la segunda cadena de televisión abierta del país.
El triángulo empresarial Slim-Azcárraga-Salinas reúne una fortuna monetaria calculada, por la revista estadounidense Forbes, en poco más de 65 mil millones de dólares según el reporte de multimillonarios globales de octubre de 2010, en el que figuran nueve empresarios mexicanos.
Sin embargo el poder efectivo de estos tres empresarios no está referido solo a la acumulación histórica de activos financieros, como el que intenta calcular Forbes. Va mucho más allá. Los negocios y las decisiones estratégicas empresariales en México se dirimen en una arena que entremezcla el poder económico, las relaciones políticas y la debilidad institucional.
Slim, Azcárraga y Salinas juegan en una arena en la que Forbes no está familiarizada. Una en la que el marco de referencia no es, precisamente, el de las reglas del juego establecidas con anterioridad bajo condiciones de igualdad. Una arena en la que los árbitros de las contiendas no tienen el peso específico para aplicar los escasos reglamentos que existen y son vulnerables a la fuerza de los propios regulados. Una arena en la que quienes debieran escribir las reglas en base al interés general (como legisladores y gobiernos) han sucumbido bajo las trampas de lo que se denomina ‘capitalismo de amiguetes’, una versión bananera, simulada, del capitalismo de mercado en el cual se entremezclan y privan los intereses políticos y económicos privados, producto de una democracia incipiente y frágil.
La lucha que hemos visto en los últimos días entre estos tres hombres del dinero, si bien se expresa a través de los malogrados acuerdos comerciales que nos han dado a conocer, es solo la expresión inevitable de este tipo de capitalismo.
Son tres gigantes que, por la necesaria extensión de sus intereses empresariales para seguir reproduciendo la rentabilidad deseada, reclaman para sí condiciones que ya chocan con las del gigante de enfrente.
Es Slim haciendo valer su condición de dominancia en la red de telefonía nacional imponiendo precios elevados a sus competidores. Son Azcárraga y Salinas mostrando que la publicidad puede y debe pasar por las dos cadenas nacionales de televisión abierta bajo las condiciones que imponen. Y claro, esto es posible porque las reglas del juego y los árbitros simplemente no aparecen o simulan su tibia aplicación.
La lucha, pues, es expresión de una evolución natural de este capitalismo bananero que, por cierto, se ha topado con un enemigo formidable en el sector de las telecomunicaciones: la inevitable convergencia tecnológica que forzará a cambiar las reglas del juego, a pesar… de todo.
El viernes 18 de los corrientes la noticia de que el grupo empresarial de Carlos Slim, el mayor conglomerado de México, rompía los acuerdos comerciales para anunciarse en las cadenas de televisión de la poderosa Televisa, que preside Emilio Azcárraga Jean, sorprendió a medio mundo.
Y cuando la nube de polvo aún no terminaba de asentarse después de la batalla entre los dos gigantes empresariales, ayer los medios de prensa dieron cuenta de un nuevo rompimiento comercial en las alturas, esta vez protagonizado por el mismo Grupo Carso de Carlos Slim con Televisión Azteca, de Ricardo Salinas Pliego, la segunda cadena de televisión abierta del país.
El triángulo empresarial Slim-Azcárraga-Salinas reúne una fortuna monetaria calculada, por la revista estadounidense Forbes, en poco más de 65 mil millones de dólares según el reporte de multimillonarios globales de octubre de 2010, en el que figuran nueve empresarios mexicanos.
Sin embargo el poder efectivo de estos tres empresarios no está referido solo a la acumulación histórica de activos financieros, como el que intenta calcular Forbes. Va mucho más allá. Los negocios y las decisiones estratégicas empresariales en México se dirimen en una arena que entremezcla el poder económico, las relaciones políticas y la debilidad institucional.
Slim, Azcárraga y Salinas juegan en una arena en la que Forbes no está familiarizada. Una en la que el marco de referencia no es, precisamente, el de las reglas del juego establecidas con anterioridad bajo condiciones de igualdad. Una arena en la que los árbitros de las contiendas no tienen el peso específico para aplicar los escasos reglamentos que existen y son vulnerables a la fuerza de los propios regulados. Una arena en la que quienes debieran escribir las reglas en base al interés general (como legisladores y gobiernos) han sucumbido bajo las trampas de lo que se denomina ‘capitalismo de amiguetes’, una versión bananera, simulada, del capitalismo de mercado en el cual se entremezclan y privan los intereses políticos y económicos privados, producto de una democracia incipiente y frágil.
La lucha que hemos visto en los últimos días entre estos tres hombres del dinero, si bien se expresa a través de los malogrados acuerdos comerciales que nos han dado a conocer, es solo la expresión inevitable de este tipo de capitalismo.
Son tres gigantes que, por la necesaria extensión de sus intereses empresariales para seguir reproduciendo la rentabilidad deseada, reclaman para sí condiciones que ya chocan con las del gigante de enfrente.
Es Slim haciendo valer su condición de dominancia en la red de telefonía nacional imponiendo precios elevados a sus competidores. Son Azcárraga y Salinas mostrando que la publicidad puede y debe pasar por las dos cadenas nacionales de televisión abierta bajo las condiciones que imponen. Y claro, esto es posible porque las reglas del juego y los árbitros simplemente no aparecen o simulan su tibia aplicación.
La lucha, pues, es expresión de una evolución natural de este capitalismo bananero que, por cierto, se ha topado con un enemigo formidable en el sector de las telecomunicaciones: la inevitable convergencia tecnológica que forzará a cambiar las reglas del juego, a pesar… de todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario