JOAQUÍN ESTEFANÍA / EL PAÍS
A río frevuelto, la epeculación crece en los mercados de futuros del petroleo
Las revueltas en el Norte de África y Oriente Próximo tienen ya efectos muy significativos sobre la economía, independientemente de cual sea su estación término y el tiempo que duren. La primera secuencia es la tradicional: la subida del precio del petróleo y gas significa una revisión de la inflación, lo que supondrá aumentos de los tipos de interés en una coyuntura todavía muy anémica, e incremento del déficit comercial de los países importadores. Los cuadros macroeconómicos habrán de ser revisados a la baja ya que los Presupuestos nacionales están elaborados con un precio más bajo del crudo (los españoles contemplan un precio de 81,8 dólares el barril cuando la semana pasada rondó los 120 dólares). Tres de las últimas cinco recesiones mundiales (1973, con la guerra del Yon Kippur; 1979, con la revolución iraní; y 1990, con la invasión iraquí de Kuwait) tuvieron su epicentro en las turbulencias geopolíticas de Oriente Próximo.
Apenas hace tres meses el planeta coqueteaba con el fantasma de la deflación. Ahora, los principales bancos centrales (Reserva Federal, Banco Central Europeo, Banco de Inglaterra, Banco de Japón,...) subrayan en sus actas, comunicados o declaraciones la posibilidad de tener que reaccionar al aumento del precio de las materias primas con subidas del precio del dinero, lo cual es contradictorio con la atonía de la economía europea y la debilidad de la americana o la japonesa. Un estudio de la Agencia Internacional de la Energía de 2004 (la fecha hace cuestionar un poco los resultados exactos de la estimación, pues la economía probablemente es hoy más eficiente que entonces) calculaba que una subida de 10 dólares en el precio del barril significaba una reducción del crecimiento de los países desarrollados en un 0,4% anual, más un aumento de la inflación del 0,5%.
La escalada del precio del petróleo aún no ha llegado a las tasas de 2008, en el momento de la caída de Lehman Brothers, en que el barril llegó a los 152 dólares. En realidad, lo sucedido hasta ahora no justifica tan extraordinaria alza (Libia supone, por ejemplo, sólo el 4,5% de las reservas mundiales). Pero la confluencia de tres factores explica lo que está ocurriendo: primero, la prima del miedo y del contagio de las revueltas a otros países más centrales en el suministro, como Arabia Saudí, Bahrein o los Emiratos Árabes. Segundo, la sobreactuación de los mercados y su gregarismo: lo que hace uno, lo practican los demás. Y por último, el componente financiero del mercado del petróleo y el gas, la especulación en los mercados de futuros de estos productos; nunca como ahora se ha manifestado la necesidad de una regulación de estos mercados en línea con lo que había propuesto Sarkozy -sin éxito- al G-20, un impuesto que obstaculice la especulación. Máxime teniendo en cuenta el exceso de liquidez que existe en el mundo (estimulada, por ejemplo, por la expansión cuantitativa de la Reserva Federal).
Europa había establecido un cinturón de seguridad en el Norte de África, que se está agujereando poco a poco. Los países del sur de la UE (y en especial, España, la más cercana de África en la frontera sur de la UE) han de preocuparse más que nadie por la extensión y las consecuencias de las revueltas en marcha.
Hace pocos días, los ministros de Asuntos Exteriores de España, Francia, Grecia, Eslovenia, Chipre y Malta dirigieron una carta a la jefa de la diplomacia europea, Catherine Ashton, en la que planteaban una especie de Plan Marshall para el Norte de África, con una fuerte condicionalidad política; un plan Marshall que contemplase no sólo la multiplicación de la ayuda gubernamental (escasa en tiempos de tanta estabilidad presupuestaria) sino una acción público-privada, dadas las enormes inversiones empresariales en la zona.
A ello se le une la posibilidad de creación de un banco de reconstrucción para la zona (en línea de lo que se hizo con los países del Este), un mayor énfasis en la acción del Banco Europeo de Inversiones, la liberalización del comercio y una mayor libertad en el movimiento de personas. Pero ¿alguien cree que una Europa inoperante y paralizada está en condiciones de llegar a un consenso político rápido sobre estas cuestiones?
A río frevuelto, la epeculación crece en los mercados de futuros del petroleo
Las revueltas en el Norte de África y Oriente Próximo tienen ya efectos muy significativos sobre la economía, independientemente de cual sea su estación término y el tiempo que duren. La primera secuencia es la tradicional: la subida del precio del petróleo y gas significa una revisión de la inflación, lo que supondrá aumentos de los tipos de interés en una coyuntura todavía muy anémica, e incremento del déficit comercial de los países importadores. Los cuadros macroeconómicos habrán de ser revisados a la baja ya que los Presupuestos nacionales están elaborados con un precio más bajo del crudo (los españoles contemplan un precio de 81,8 dólares el barril cuando la semana pasada rondó los 120 dólares). Tres de las últimas cinco recesiones mundiales (1973, con la guerra del Yon Kippur; 1979, con la revolución iraní; y 1990, con la invasión iraquí de Kuwait) tuvieron su epicentro en las turbulencias geopolíticas de Oriente Próximo.
Apenas hace tres meses el planeta coqueteaba con el fantasma de la deflación. Ahora, los principales bancos centrales (Reserva Federal, Banco Central Europeo, Banco de Inglaterra, Banco de Japón,...) subrayan en sus actas, comunicados o declaraciones la posibilidad de tener que reaccionar al aumento del precio de las materias primas con subidas del precio del dinero, lo cual es contradictorio con la atonía de la economía europea y la debilidad de la americana o la japonesa. Un estudio de la Agencia Internacional de la Energía de 2004 (la fecha hace cuestionar un poco los resultados exactos de la estimación, pues la economía probablemente es hoy más eficiente que entonces) calculaba que una subida de 10 dólares en el precio del barril significaba una reducción del crecimiento de los países desarrollados en un 0,4% anual, más un aumento de la inflación del 0,5%.
La escalada del precio del petróleo aún no ha llegado a las tasas de 2008, en el momento de la caída de Lehman Brothers, en que el barril llegó a los 152 dólares. En realidad, lo sucedido hasta ahora no justifica tan extraordinaria alza (Libia supone, por ejemplo, sólo el 4,5% de las reservas mundiales). Pero la confluencia de tres factores explica lo que está ocurriendo: primero, la prima del miedo y del contagio de las revueltas a otros países más centrales en el suministro, como Arabia Saudí, Bahrein o los Emiratos Árabes. Segundo, la sobreactuación de los mercados y su gregarismo: lo que hace uno, lo practican los demás. Y por último, el componente financiero del mercado del petróleo y el gas, la especulación en los mercados de futuros de estos productos; nunca como ahora se ha manifestado la necesidad de una regulación de estos mercados en línea con lo que había propuesto Sarkozy -sin éxito- al G-20, un impuesto que obstaculice la especulación. Máxime teniendo en cuenta el exceso de liquidez que existe en el mundo (estimulada, por ejemplo, por la expansión cuantitativa de la Reserva Federal).
Europa había establecido un cinturón de seguridad en el Norte de África, que se está agujereando poco a poco. Los países del sur de la UE (y en especial, España, la más cercana de África en la frontera sur de la UE) han de preocuparse más que nadie por la extensión y las consecuencias de las revueltas en marcha.
Hace pocos días, los ministros de Asuntos Exteriores de España, Francia, Grecia, Eslovenia, Chipre y Malta dirigieron una carta a la jefa de la diplomacia europea, Catherine Ashton, en la que planteaban una especie de Plan Marshall para el Norte de África, con una fuerte condicionalidad política; un plan Marshall que contemplase no sólo la multiplicación de la ayuda gubernamental (escasa en tiempos de tanta estabilidad presupuestaria) sino una acción público-privada, dadas las enormes inversiones empresariales en la zona.
A ello se le une la posibilidad de creación de un banco de reconstrucción para la zona (en línea de lo que se hizo con los países del Este), un mayor énfasis en la acción del Banco Europeo de Inversiones, la liberalización del comercio y una mayor libertad en el movimiento de personas. Pero ¿alguien cree que una Europa inoperante y paralizada está en condiciones de llegar a un consenso político rápido sobre estas cuestiones?
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