lunes, 16 de enero de 2012

LA RECONSTRUCCIÓN DEL ESTADO DE BIENESTAR

México es un país muy inequitativo y, además, con un porcentaje excesivo de su población viviendo en pobreza.
Jorge A. Chávez Presa | El Universal
México es un país muy inequitativo y, además, con un porcentaje excesivo de su población viviendo en pobreza. La gran tragedia del Estado mexicano en el siglo XXI, con 11 años de competencia democrática y con los ingresos petroleros más altos en la historia moderna, es que tanto en términos relativos como en absolutos el bienestar no se ha generalizado.
Puede haber una gran inequidad, pero no tanta pobreza. Ejemplo de ello es Estados Unidos, donde el ingreso está sumamente concentrado, pero prácticamente no tiene pobreza alimentaria. Sin embargo, en nuestro país sobresale que 20% de la población con los ingresos más altos concentra 51.9% del total del ingreso monetario y, en contraste, el 20% con los ingresos más bajos recibe sólo 3.2%.
De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en el año 2010, 52 millones de personas, que representan 46.2% de la población, padecieron de alguna carencia que los hace vivir en condiciones de pobreza entre extrema y moderada. La población restante, esto es 60.6 millones de personas, es considerada no pobre, pero dentro de ésta 6.5 millones es vulnerable por ingresos y 32.3 millones por alguna carencia social. Son sólo 21.8 millones los que no son pobres y no vulnerables, lo que obliga a que las políticas públicas generen resultados positivos para elevar las condiciones de vida del 80% restante de la población.
Sin abundar mucho sobre las causas, se puede afirmar categóricamente que la gran mayoría de los mexicanos son víctimas de la falta de crecimiento económico ocasionado por políticas públicas equivocadas que se han puesto en práctica durante los últimos 40 años, y que para su buena o mala suerte coincidieron con una explosión demográfica impresionante: en 1970 éramos 48.2 millones de habitantes, y en tan sólo 20 años la población aumentó en 32.9 millones personas; en los siguientes 20 años a partir de 1990 aumentamos otros 31.2 millones. Para ponerlo en contexto con países que en esos lapsos han mostrado grandes mejorías, en 1970 Corea del Sur y España tenían una población de 32 y 34 millones, respectivamente, y en el 2010 llegaron a 50 y 47 millones también en ese orden.
En este periodo crítico desde el punto de vista poblacional, el cual requería de muchos aciertos y pocos errores, se pusieron en práctica medidas tanto de corte ‘social’ o de izquierda como de ‘mercado’ o de derecha que no han sido las adecuadas. Más aún, en la conciencia colectiva deberá cargarse el despilfarro de la riqueza petrolera que se ha materializado en ingresos fiscales desde 1980 a la fecha, los cuales han ascendido a más de un billón de dólares, monto ligeramente inferior al valor del PIB que México logró en el 2010. De ahí la exigencia a los partidos políticos y a sus candidatos que buscan ganar la Presidencia de la República y el Congreso de la Unión a que concentren el debate con las propuestas de cómo, con qué y con quiénes van a mejorar los niveles de vida de los mexicanos. Una de ellas definitivamente va a ser la de tener propuestas que relacionen las reformas necesarias en la hacienda pública y la protección social para crecer y tener más equidad y menos pobreza.
Lo que ni siquiera pudo ser posible durante la mayor parte del siglo XX en materia de seguridad social, de ofrecer salud y pensiones, hoy es fundamental tener propuestas específicas de cómo sí puede lograrse. Y esto implica cambiar la forma de financiar la seguridad social que requiere una relación patronal formal o de promover un seguro popular sin sustento fiscal. Definitivamente no habrá mayor bienestar si la economía mexicana crece poco, con empleo creciente en la informalidad y con una hacienda pública que no recauda para pagar los servicios públicos, que son insuficientes y de mala calidad. El crecimiento económico es la gran condición necesaria, mas no suficiente, para abatir la pobreza y tener un Estado de bienestar viable.
Si nos ofrecen más de lo mismo, como más ambigüedades en lugar de definiciones claras y específicas de lo que hay que hacer, simplemente permaneceremos donde estamos si bien nos va. Ahora que se habla del cambio verdadero, éste empieza por desprenderse y enterrar los prejuicios que dominan a nuestros políticos. Necesitamos que todos paguemos impuestos de manera proporcional y equitativa; que los gobiernos federal, estatal y municipales gasten mucho mejor de como lo han hecho hasta ahora tanto en ejecución como destino de los recursos públicos. También tenemos que repensar cómo podemos tener un sector energético competitivo, y que no haya lugar a prácticas monopolísticas que nos expolian como consumidores. No hay almuerzo gratis, decimos los economistas, por lo que evitemos que la demagogia nos embauque.


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