Guillermo Knochenhauer
Haber dejado el sistema alimentario nacional al libre juego de las fuerzas del mercado, tiene al país desarmado ante la caída de la producción de granos por condiciones climáticas adversas, ante las crecientes importaciones a precios en gran medida especulativos y ante el encarecimiento de los alimentos populares.
Se juntaron la sequía y las heladas con la sequía del Estado y la inoperancia de los instrumentos de gobierno para enfrentar una crisis que no es coyuntural ni de precios altos, sino del sistema alimentario nacional.
Se inventan planes y programas, como el de Atención Integral para repartir 11 mil millones de pesos en los 19 estados más afectados por la sequía a fin de “mantener las capacidades productivas” sin que nada cambie.
Tendría que cambiar la orientación de los programas destinados desde hace décadas al fomento productivo agropecuario, que son ineficaces económica y socialmente: ni promueven la superación de rezagos productivos ni contribuyen a la superación de las condiciones de vida en el campo.
Una razón de ello es su orientación mercantil para “que capture los apoyos quien sea más eficiente”, lo que hace que llegue muy poco a campesinos con rezagos que podrían dar las mejores respuestas productivas: la mayor parte se los quedan unos 70 mil productores que han recibido millones de pesos en subsidios que hubieran servido para elevar la disponibilidad de tecnologías e insumos en las unidades agrícolas con mayor potencial desaprovechado, que son unas 750 mil en el país.
Además, en la lógica del mercado está permitido que los tiburones se coman a las sardinas; de ahí que la asignación de los subsidios con sentido mercantil, ha provocado que tengan un acentuado efecto regresivo del ingreso y que no contribuyan a un desarrollo rural sustentable.
Las cifras del desastre agrícola del 2011 todavía son manejables desde el punto de vista macroeconómico, aunque significan hambruna y hambre para miles de comunidades pobres, como sucede con los rarámuris de Chihuahua.
Calcula el Grupo Consultor de Mercados Agrícolas (GCMA) que la producción nacional de maíz bajó de los 22.3 millones de toneladas métricas que se obtuvieron en 2010, a 19.7 millones en 2011. La permanencia de la sequía en Sinaloa podría disminuir la producción de ese estado al 50 por ciento de lo habitual este 2012, lo que llevaría la cosecha nacional a niveles de 20 millones de toneladas. En México se consumen 31.6 millones de toneladas de maíz blanco y forrajero al año.
La baja producción en varios cultivos implica, según GCMA, que en 2011 aumentaran las importaciones de maíz en 21 por ciento, las de trigo en 12 por ciento y las de sorgo en 7 por ciento, por citar sólo esos cultivos. De 40 millones de toneladas de que se consumen de ellos en México, hubo que importar 12.6 millones, dos millones más que en 2010.
Son compras que se hacen en mercados volátiles a causa de la especulación financiera, animada por el exceso de liquidez debida a la crisis del capitalismo y por la eventual escasez de cosechas que pudieran provocar las alteraciones climáticas.
El contenido especulativo del precio del maíz amarillo en el mercado de futuros de Chicago, se puede estimar a partir de los 153 dólares en que cerró esta semana, casi un 20 por ciento menos de lo que costaba en enero del 2011, pero casi el doble del precio que tenía en la primera mitad de 2010.
Los precios bajaron pero no al nivel de hace dos años, a pesar de que la producción mundial de maíz aumentó 5 por ciento, la de trigo 6 por ciento y la de sorgo se mantuvo igual durante 2011. La baja en la producción de norteamérica (México y EUA) ha sido más que compensada por aumentos en otras regiones del mundo.
Esto significa que por lo pronto, no hay desabasto en el mercado mundial, lo que lleva a gente como el Senador Alberto Cárdenas a seguir diciendo que la seguridad alimentaria consiste en tener divisas para importar alimentos.
Ni la financiarización de la economía que da lugar a movimientos especulativos en mercados estratégicos, ni el deterioro ambiental, ni la desarticulación del sistema alimentario mexicano al someterlo al libre juego de las fuerzas del mercado, son asuntos coyunturales. Ningún gobierno consciente dejaría la alimentación del pueblo sujeta a tantas variables sobre las que no ejerce ningún control.
Aprovechar todos los recursos naturales y humanos disponibles a favor de la soberanía alimentaria, exige reorientar los cuantiosos recursos públicos asignados a las actividades agropecuarias a favor de quienes tienen potencial por aprovechar, que no son las grandes plantaciones tecnificadas, sino las 750 mil unidades agropecuarias intermedias.
knochenhauer@prodigy.net.mx
Haber dejado el sistema alimentario nacional al libre juego de las fuerzas del mercado, tiene al país desarmado ante la caída de la producción de granos por condiciones climáticas adversas, ante las crecientes importaciones a precios en gran medida especulativos y ante el encarecimiento de los alimentos populares.
Se juntaron la sequía y las heladas con la sequía del Estado y la inoperancia de los instrumentos de gobierno para enfrentar una crisis que no es coyuntural ni de precios altos, sino del sistema alimentario nacional.
Se inventan planes y programas, como el de Atención Integral para repartir 11 mil millones de pesos en los 19 estados más afectados por la sequía a fin de “mantener las capacidades productivas” sin que nada cambie.
Tendría que cambiar la orientación de los programas destinados desde hace décadas al fomento productivo agropecuario, que son ineficaces económica y socialmente: ni promueven la superación de rezagos productivos ni contribuyen a la superación de las condiciones de vida en el campo.
Una razón de ello es su orientación mercantil para “que capture los apoyos quien sea más eficiente”, lo que hace que llegue muy poco a campesinos con rezagos que podrían dar las mejores respuestas productivas: la mayor parte se los quedan unos 70 mil productores que han recibido millones de pesos en subsidios que hubieran servido para elevar la disponibilidad de tecnologías e insumos en las unidades agrícolas con mayor potencial desaprovechado, que son unas 750 mil en el país.
Además, en la lógica del mercado está permitido que los tiburones se coman a las sardinas; de ahí que la asignación de los subsidios con sentido mercantil, ha provocado que tengan un acentuado efecto regresivo del ingreso y que no contribuyan a un desarrollo rural sustentable.
Las cifras del desastre agrícola del 2011 todavía son manejables desde el punto de vista macroeconómico, aunque significan hambruna y hambre para miles de comunidades pobres, como sucede con los rarámuris de Chihuahua.
Calcula el Grupo Consultor de Mercados Agrícolas (GCMA) que la producción nacional de maíz bajó de los 22.3 millones de toneladas métricas que se obtuvieron en 2010, a 19.7 millones en 2011. La permanencia de la sequía en Sinaloa podría disminuir la producción de ese estado al 50 por ciento de lo habitual este 2012, lo que llevaría la cosecha nacional a niveles de 20 millones de toneladas. En México se consumen 31.6 millones de toneladas de maíz blanco y forrajero al año.
La baja producción en varios cultivos implica, según GCMA, que en 2011 aumentaran las importaciones de maíz en 21 por ciento, las de trigo en 12 por ciento y las de sorgo en 7 por ciento, por citar sólo esos cultivos. De 40 millones de toneladas de que se consumen de ellos en México, hubo que importar 12.6 millones, dos millones más que en 2010.
Son compras que se hacen en mercados volátiles a causa de la especulación financiera, animada por el exceso de liquidez debida a la crisis del capitalismo y por la eventual escasez de cosechas que pudieran provocar las alteraciones climáticas.
El contenido especulativo del precio del maíz amarillo en el mercado de futuros de Chicago, se puede estimar a partir de los 153 dólares en que cerró esta semana, casi un 20 por ciento menos de lo que costaba en enero del 2011, pero casi el doble del precio que tenía en la primera mitad de 2010.
Los precios bajaron pero no al nivel de hace dos años, a pesar de que la producción mundial de maíz aumentó 5 por ciento, la de trigo 6 por ciento y la de sorgo se mantuvo igual durante 2011. La baja en la producción de norteamérica (México y EUA) ha sido más que compensada por aumentos en otras regiones del mundo.
Esto significa que por lo pronto, no hay desabasto en el mercado mundial, lo que lleva a gente como el Senador Alberto Cárdenas a seguir diciendo que la seguridad alimentaria consiste en tener divisas para importar alimentos.
Ni la financiarización de la economía que da lugar a movimientos especulativos en mercados estratégicos, ni el deterioro ambiental, ni la desarticulación del sistema alimentario mexicano al someterlo al libre juego de las fuerzas del mercado, son asuntos coyunturales. Ningún gobierno consciente dejaría la alimentación del pueblo sujeta a tantas variables sobre las que no ejerce ningún control.
Aprovechar todos los recursos naturales y humanos disponibles a favor de la soberanía alimentaria, exige reorientar los cuantiosos recursos públicos asignados a las actividades agropecuarias a favor de quienes tienen potencial por aprovechar, que no son las grandes plantaciones tecnificadas, sino las 750 mil unidades agropecuarias intermedias.
knochenhauer@prodigy.net.mx
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