Por: Arturo Damm Arnal - La Razón de México
El fin de la economía es el bienestar de las personas, que depende, no exclusivamente, pero sí de manera importante, de los bienes y servicios de los que disponen para satisfacer sus necesidades, la mayoría de los cuales hay que comprar, para lo cual hay que pagar un precio, para lo cual hay que generar ingreso, para lo cual hay que trabajar.
Lo ideal: (i) tener un buen trabajo que responda a la vocación; (ii) generar, por medio de ese trabajo, ingreso suficiente para, por lo menos, poder satisfacer las necesidades básicas que, de quedar insatisfechas, atentan contra la vida, la salud y la dignidad de las personas y, por lo más, para poder ahorrar; (iii) que, en el peor de los casos, el dinero no pierda poder adquisitivo (que no haya inflación) o, en el mejor, que lo aumente (que haya deflación, ¡todo un tema que, por lo menos, deberíamos estar discutiendo en México!).
¿Cómo andamos en estos temas? Parte de la respuesta la encontramos en las Líneas de Pobreza que mensualmente publica el Inegi, con las que se mide, en los ámbitos rural y urbano, el precio de la canasta básica alimentaria, integrada por 38 productos alimenticios básicos, y el de la canasta básica alimentaria y no alimentaria, integrada por los 38 productos alimenticios más 270 productos, para las áreas urbanas, y 263 para las rurales.
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