Salomón Chertorivsky - El Siglo de Durango
Un país que deja de invertir renuncia, literalmente, a su futuro. Hasta septiembre, la inversión física del sector público federal había caído 32.5% en términos reales, y sólo en ese mes se desplomó 21%: los datos más recientes de la Secretaría de Hacienda deberían preocuparnos a todos porque no son aislados sino señal clara de que estamos comprometiendo la viabilidad material del país.
Desde hace siete años, la inversión pública ha sido la variable de ajuste del presupuesto, sacrificada para cubrir el crecimiento inercial de pensiones y del costo financiero de la deuda. No es que invertir en pensiones esté mal; el error es que el país haya decidido hacerlo a costa del futuro de quienes aún no nacen. Es una injusticia intergeneracional que se agrava cada año.
La tendencia es sostenida. Tras el pico de inversión de 2023, el nivel proyectado para 2025 retrocede a cifras comparables a las de 1999-2001. El presupuesto 2026 propone un aumento marginal incapaz de revertir el deterioro. Y Hacienda anticipa que entre 2028 y 2031 la inversión pública se estabilizará en apenas 2.2-2.3% del PIB.
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