Por Arturo Damm Arnal - La Razón de México
Los dos anteriores Pesos y Contrapesos los dediqué a los temas del mercado y del dinero, centrando la atención en lo que pasaría si alguien decidiera no usar dinero y no participar en el mercado.
Definí al dinero como cualquier cosa que los agentes económicos acepten como medio de intercambio, por lo que no hay algo que, por su propia naturaleza, sea dinero, por más que sí hay cosas que, por sus cualidades (escasez, durabilidad, divisibilidad, valoración generalizada), desempeñan mejor la función de medio de intercambio que otras, como es el caso de la plata, que dejó de usarse como dinero hace tiempo. En México fue en 1967 cuando dejaron de acuñarse los pesos de plata, último vestigio del sistema monetario basado en metales preciosos, momento de consolidación del sistema monetario de dinero fiduciario, sin valor intrínseco, sin respaldo de ningún tipo, ofrecido monopólicamente por una entidad estatal (el banco central), e impuesto como dinero de curso legal.
Que el dinero sea de curso legal quiere decir que los agentes económicos estamos obligados legalmente a pagar con él y a recibirlo como pago, lo cual parece contradecir la definición de dinero como cualquier cosa que los agentes económicos acepten como medio de intercambio. En México los agentes económicos no podemos, legalmente, elegir qué usar como dinero (por ejemplo, la plata), o qué dinero usar (por ejemplo, el dólar). Debemos usar el dinero producido por el Banco de México. Debemos usarlo, y lo seguiremos usando, mientras nos convenga, mientras la pérdida de su poder adquisitivo (efecto de la inflación que es provocada o permitida por el Banco de México), sea un inconveniente menor que el dejar de usarlo y recurrir al truque mientras aparece un sustituto.
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