Carlos Ramírez - El Independiente
En sus peores etapas autoritarias, el PRI cuidó las formas de encontrarle espacios a la oposición porque tenía más mayor valor político el entendimiento que la anulación a través del mayoriteo vulgar. Morena como mayoría ha demostrado ahí ser peor que el PRI.
El incidente del miércoles en la tarde en el Senado de la República no debería asustar porque forma parte de los comportamientos políticos de los legisladores, pero sí debe de llamar la atención el hecho de que Morena está buscando destruir y desaparecer a la oposición para regresar a los tiempos dorados –en la superficie, pero oscuros hacia el interior del régimen– de partido prácticamente único, hegemónico, absolutista y excluyente.
Los jaloneos entre la élite senatorial están mandando señales inquietantes respecto de los equilibrios sistémicos. El país ya padeció los efectos nocivos del unipartidismo, al grado de que tuvo que inventarse en varias etapas a oposiciones de coyuntura: el PPS el PARM y luego los partidos de la reforma política de 1977, pero llegó la cerrazón para instalar de nuevo el modelo de autoritarismo político salinista: con exclusión de la oposición perredista que había sido priista, la ruptura del modelo de partido de Estado con Zedillo y la desarticulación interna permitió el ciclo opositor 2000-2018.

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