- La Corte vivía a gusto en su castillo de la pureza, un lugar infranqueable por los mortales que nunca entendieron qué pasaba ahí
Juan Ignacio Zavala - El País
Esta semana se acabó la Suprema Corte de Justicia de la Nación, tal y como la conocimos los mexicanos en las últimas tres décadas. Para unos es el adiós a la división de poderes, para otros el renacer de un nuevo sistema de justicia. La nueva SCJN es resultado de tómbolas y acordeones, una marca de la casa de este Gobierno: la ocurrencia, la desmesura, el rencor y la falta de planeación.
El adiós a la vieja Corte estuvo a cargo de la presidenta de la SCJN. Fue también el final de un liderazgo triste como el de la ministra presidenta. Norma Piña no era la persona para liderar la Corte en estos tiempos turbulentos; nunca entendió que tenía que hacer política, que ser la titular de uno de los poderes de la Nación es también un cargo político. El discurso final de Piña es un fiel reflejo de lo que fue su liderazgo: un informe burocrático, gris y lejano. Una proyección de la burbuja en que vivió la cúpula de la SCJN hasta el último día, hasta el último discurso sus palabras fueron distantes.

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