Por Ciro Murayama / El Universal
Uno de los consensos de nuestro debate público de los últimos años consiste en señalar la necesidad de una reforma laboral. En este tema el lugar común dentro de la corriente hegemónica en la opinión publicada y en los circuitos gobernantes es que urge flexibilizar el mercado de trabajo.
Uno de los consensos de nuestro debate público de los últimos años consiste en señalar la necesidad de una reforma laboral. En este tema el lugar común dentro de la corriente hegemónica en la opinión publicada y en los circuitos gobernantes es que urge flexibilizar el mercado de trabajo.
Sin
embargo esa propuesta, que ya es más una consigna, no se hace cargo de
que la flexibilidad en la ley laboral sólo incorporaría a la norma lo
que ya existe en la realidad: seis de cada 10 trabajadores subordinados
se encuentran en los hechos en una situación de informalidad, que es el
reino de la flexibilidad por excelencia.
Un debate más a fondo de la normatividad laboral debería de considerar, al menos, tres elementos.
Primero:
uno de los mayores rezagos del cambio económico y político del país se
ubica en el ámbito del mundo del trabajo. A diferencia de lo que ha
ocurrido en el campo de la representación política y de la vida
electoral, en el terreno laboral los viejos lastres de los años 70 del
siglo 20, y aun antes, continúan y se han exacerbado. El más notable es
la presencia extendida de contratos de protección que hacen nulos los
derechos de representación colectiva y hacen de México un país sin
diálogo social entre los factores productivos. El debilitamiento de la
representación de los trabajadores y la reducción de la participación de
los salarios en el PIB revelan que el peso de la organización de la
sociedad civil directamente relacionada con el ingreso de la mayoría de
la población (los sindicatos) se ha erosionado. La ausencia en la agenda
pública, y por tanto política, del tema del ingreso de los trabajadores
explica en parte el deterioro de las condiciones de vida y también
sirve para entender la insatisfacción con la germinal democracia
mexicana: el cambio político sigue sin dar resultados tangibles para el
día a día de la gente. La situación del empleo no puede disociarse del
tema mayor de la calidad de nuestra democracia. Una población
empobrecida y con empleo precario genera una ciudadanía desafecta con la
democracia. Esta es una reflexión ausente en la propuesta de reforma
laboral.
Segundo: es falso que los problemas económicos del
mercado de trabajo se expliquen básicamente por la legislación laboral.
El bajo crecimiento de la productividad del trabajo, el estancamiento
del empleo formal, la informalidad y el desempleo crecientes no se deben
en lo fundamental a la actual reglamentación, pues con estas normas
también creció el empleo asalariado, mejoraron las remuneraciones y
aumentó el PIB sin generar desequilibrios macroeconómicos durante
décadas. Por el contrario, la contracción de la inversión como
porcentaje del producto nacional, la pervivencia de una política fiscal
procíclica y de una política monetaria que castiga la competitividad de
los productos nacionales —por la sobrevaluación del peso— son la causa
principal del pobre desempeño económico, y no hay economía estancada que
genere empleo de calidad. Ergo, los problemas del mercado de trabajo se
deben en su mayor parte a las insuficiencias y errores de la política
económica, más que a las obsolescencias de la legislación laboral.
Tercero:
sí, hay que cambiar el marco normativo del trabajo pero a fondo. Toda
reforma toca intereses y entre más profunda es la reforma mayores son
los intereses que afecta. La iniciativa de reforma del Presidente no
inquieta a los actores que más han lucrado con el statu quo, a saber,
los titulares de los contratos de protección que chantajean a
empresarios y confiscan los derechos de los trabajadores. La libertad
sindical plena —por la que todo mundo en principio aboga— se conseguirá
cuando haya genuinos tribunales laborales y cuando desparezca la “toma
de nota”, que es la potestad fáctica del gobierno para reconocer a los
sindicatos a modo. Pero la creación de un auténtico sistema de justicia
laboral pasa de noche por la iniciativa que se discute en el Congreso.
No
habrá una reforma laboral de mayor calado si no se modifican los
cimientos del corporativismo y de la simulación a través de las Juntas
de Conciliación que permite el artículo 123 constitucional. Cambiar lo
cosmético, flexibilizar lo que ya es flexible, nos llevará a inaugurar
una suerte de miscelánea laboral, pero los intereses dominantes que
afectan las relaciones de trabajo permanecerán intactos.
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