Jorge A. Chavez Presa / El Universal
“Septiembre, mes de la Patria” es el lugar común. Muchas fechas de
aniversario para conmemorar y festejar, pero muy poco para reflexionar.
Debemos tener una idea compartida, clara, de dónde venimos, dónde
estamos y hacia dónde queremos llevar hacia adelante a este país que es
México.
Para poner mi granito de arena, escribo sobre un tema al
que le hemos dedicado menos tiempo del que merece, y que contribuye a
explicar nuestra realidad económica y nuestra incapacidad para
transformarla en beneficio de las mayorías; más allá de las trilladas
“reformas estructurales”. Me refiero al capital social (CS) de un país o
una sociedad, término que desafortunadamente parece propio de los
círculos académicos.
Aclaro que mi principal fuente de consulta ha
sido, www.oecd.org/social/
socialpoliciesanddata/societyataglance2011-oecdsocialindicators.htm.
Hay
muchas definiciones de CS, que tienen en común las relaciones entre
personas. Entre las de organizaciones internacionales destacan la del
Banco Mundial y la OCDE. La del primero la sintetizo como “lo que une a
las instituciones detrás de una sociedad”, y la de la segunda, como “las
redes junto con las normas, valores y entendimientos que facilitan la
cooperación dentro y entre grupos” (traducción propia). Me atraen las
definiciones de varios académicos: Fukuyama lo describe como “la
habilidad de las personas de trabajar juntas en grupo o en
organizaciones para propósitos comunes”; Portes y Sensenbrenner lo
exponen como “aquellas expectativas de acción dentro de una colectividad
que afectan las metas económicas y la conducta de sus miembros
orientada a alcanzar metas, aun cuando esas expectativas no estén
orientadas hacia el ámbito económico”. Patricia López y Rodolfo de la
Torre, investigadores mexicanos, lo expresan como “simpatía entre
individuos o grupos…” y lo miden “… con las transferencias voluntarias
otorgadas por las personas a miembros de otros hogares o a
instituciones”.
En este contexto, ¿cómo medimos el CS y de cuánto
CS disponemos en México? No es fácil medirlo y menos aún decir que se es
poseedor de la verdadera y auténtica medición. Lo bueno es que la
investigación académica en el mundo se está ocupando de conceptualizar y
de proponer métodos específicos para cuantificarlo. En México hay que
trabajar aún más, pero los hallazgos de López y De la Torre en su
investigación de 2004 para el PNUD ya son reveladores.
Cito sólo
dos sujeto al riesgo de sacarlos de contexto: “el capital social ha
venido disminuyendo desde 1998, que mientras el desarrollo humano
presentaba una tendencia creciente el capital social iba en descenso a
partir de 1999, y que el capital social se encuentra concentrado
principalmente entre los más pobres”. “La oferta de capital social
aumenta con la escolaridad, con la menor movilidad física, con el tamaño
de la localidad, con el menor número de miembros en el hogar, con la
presencia de la mujer en el hogar, y con una situación conyugal que
demanda la presencia física de los padres en el hogar.”
En otra
investigación publicada por el Centro de Estudios y Programas
Interamericanos (ITAM) de Terrazas, Layton y Moreno, Encuesta Nacional
sobre Filantropía y Sociedad Civil: Capital Social en México, a partir
de “indicadores como la membresía y participación en organizaciones de
manera voluntaria, en el caso de las redes sociales, y las creencias y
actitudes de las personas hacia los demás, en el caso de la reciprocidad
y la confianza”, encuentran que la confianza interpersonal es menor en
México que en América Latina y que el promedio internacional y casi el
68 por ciento de las personas en México piensa que los demás se
aprovecharían de uno. En reciprocidad, sólo el 38 por ciento está de
acuerdo en que sus vecinos lo han ayudado cuando lo ha necesitado.
En
breve, tenemos que trabajar mucho más para incrementar el capital
social mexicano para que el capital humano y el capital físico eleven su
rendimiento.
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