José Ignacio Torreblanca / El País
Un
androide es quien bajo forma humana cumple funciones técnicas. Viendo el
catálogo de poderes y los requerimientos del cargo de banquero central, un
novelista de ciencia-ficción no dudaría en asimilarlo a un androide. Y tendría
sentido que lo hiciera pues, al fin y al cabo, los banqueros centrales existen
porque hace tiempo que se decidió situar la política monetaria más allá de la
política, ponerla en manos de técnicos y conceder a estos unos poderes
increíblemente extensos: controlar el precio del dinero, supervisar el sistema
bancario, actuar sobre el tipo de cambio, determinar los niveles de inflación e
influir decisivamente sobre el crecimiento económico y los niveles de empleo de
un país. La existencia de un banquero central gira en torno al cumplimiento de
un mandato. Para poder cumplir ese mandato debe despojarse de todas sus
preferencias ideológicas, dejar a un lado cualquier tipo de afinidad política y
utilizar solo sus conocimientos técnicos. ¿Pero qué ocurre cuando un androide
desarrolla sentimientos propios, comienza a basar sus decisiones en las
emociones antes que en la razón, persigue objetivos distintos a aquellos para
los que fue programado y deja de servir a sus diseñadores? El tema de los
androides rebeldes es un clásico de la ciencia-ficción desde que Philip K. Dick
lo formulara en 1968 en una novela titulada ¿Sueñan los androides con ovejas
eléctricas? que posteriormente inspiraría la película Blade runner.
Es el camino que parece que ha tomado Jens Weidmann, presidente del Banco
Central alemán (Bundesbank). Hace dos semanas, votó en contra y en solitario
contra la propuesta del presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, de
aprobar el programa de compra de deuda en el mercado secundario. Ese programa,
llamado OMT (Outright Monetary Transactions) es el que ha salvado al euro de su
colapso ya que, al anunciar que el BCE está dispuesto a comprar deuda sin
límite, ha dejado claro a los mercados, por fin, que no podrán especular contra
el euro. Pero Weidmann, en lugar de aceptar la decisión del BCE, respaldada por
todos los gobernadores de los bancos centrales de la zona euro menos él, se ha
dedicado a sabotear esa decisión y a lanzar a la opinión pública alemana contra
Mario Draghi.
Primero
hizo público su voto discrepante, lo que ya constituye un acto de soberbia,
pues niega la posibilidad de estar equivocado; una irresponsabilidad, pues
conociendo cómo funcionan los mercados, sabe que su comportamiento socavará la
efectividad de la decisión aprobada por sus colegas; y una violación de las
reglas del juego, pues las actas de las reuniones del BCE están protegidas por
el secreto para garantizar que los gobernadores de los bancos centrales
nacionales se comporten como técnicos y no como políticos nacionales. Más grave
aún es que Weidmann haya agitado las emociones nacionales comparando en varias
conferencias y actos públicos la decisión de Draghi con el consejo que en Fausto
da Mefistófeles (el diablo) al emperador de imprimir dinero como medio de poner
fin a los males del imperio, lo que acaba desembocando en una inflación
desbocada y el empobrecimiento general. Recurrir en Alemania a la autoridad que
proporciona Goethe y comparar al presidente del BCE con el diablo va más allá
de los límites de lo aceptable, especialmente cuando por lo bajo sus seguidores
atizan aún más los prejuicios afirmando que el euro ha quedado en manos de un
italiano. Aunque el androide Weidmann dice estar preocupado por la inflación,
lo que está claro es que ha comenzado a soñar, no con ovejas mecánicas, sino
con el marco alemán, al que parece desear una rápida vuelta. En su delirio,
Weidmann olvida que la moneda de Alemania es el euro, no el marco, y que su
papel es defender esa moneda del colapso, no sembrar dudas.
¿Qué
hacer? En Blade runner, los replicantes eran “terminados” ya que, según
Philip Dick, el problema no es que llegaran a soñar como los humanos, sino que
tuvieran sus propios sueños, lo que les convertiría en una forma de vida
distinta y, quizá, en una amenaza. Pero no es necesario ser tan drástico:
Weidmann podría pasar por el taller y ser reprogramado con el mismo software
que lleva incorporado Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, que acaba
de lanzar una tercera ronda de medidas de estímulo y lo ha justificado con el
argumento de que “el estancamiento del mercado de trabajo no solo resulta
preocupante por el enorme sufrimiento y desperdicio de talento que significa
sino porque supone una amenaza estructural a nuestra economía que la debilitará
durante años”. Eso sí que es soñar con ovejas eléctricas.
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