lunes, 3 de septiembre de 2012

LOS FESTEJOS DEL CIERRE DE SU ADMINISTRACIÓN

 Jesús alberto Cano Vélez / Excélsior
Hace varias semanas que el presidente Felipe Calderón está en son de despedirse de los mexicanos.
En su primera fase —hasta ahora— se había limitado a lo anecdótico, pero ahora ya está dando su “corte de caja” en lo económico y nos está presentando una visión positiva de sus “éxitos”... enfocada al cumplimiento de sus intenciones.
No es criticable que quiera hacer eso... es humano. Se siente orgulloso de lo logrado, no obstante la crisis económica mundial que lo ha acompañado durante toda su administración.
Pero como nosotros los ciudadanos somos los principales afectados, es válido que queramos expresar nuestro sentir.
Y al respecto, hay que reconocerle que logró mantener la relativa estabilidad de precios que tanto él como el presidente Vicente Fox propiciaron, en su momento, dada la importancia que le asignaban a la meta de mantener baja la inflación lograda por el presidente Ernesto Zedillo.
Y por supuesto, eso no ha sido poca cosa.
La diferencia fundamental entre estos jefes de gobierno es que tanto Fox como Zedillo pudieron combinar bajas tasas de inflación con esporádicos avances en la actividad económica, como se refleja en el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) en diferentes años de sus respectivos periodos de gobierno.
El problema fue su visión neoliberal en exceso, que sostiene que el Estado no tiene nada que hacer en aplicar políticas públicas para promover el crecimiento del PIB.
Según esa ideología económica, es el mercado —sólo— el que genera la combinación de fuerzas que hacen a la economía crecer.
De manera que esta administración optó por no acelerar el motor del crecimiento con sus políticas públicas, y conformarse con mantener la actividad de la economía —macroeconómica— en un equilibrio tranquilo y a la vez sano, sin aspirar a más, pero dos por ciento a tasa anual, al fin.
El problema, por tanto, fue que el Estado aceptó mantener estancado el ritmo promedio de crecimiento anual del PIB en dos por ciento, mientras que la población crecía a un ritmo ligeramente superior, lo que condenó a la fuerza laboral mexicana a vivir con una elevada escala de desempleo, con el mercado laboral informal creciendo, y el mercado formal disminuyendo; arrojando, por tanto, una población en la que crecía la pobreza año tras año.
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Al final de cuentas, el objetivo de toda política económica debe promover el bienestar de la población a que el Estado sirve, y en ese juego la estabilidad de precios es importante —fundamental diríamos— pero no debe ser ese el objetivo de la política económica. Es un medio para alcanzar el fin deseado.
Lo que quiere decir que esos servidores públicos y esa política pública los llevó a que se enamoraran de las metas intermedias y se olvidaran de para qué y para quién trabajaban. Por lo tanto es fundamental se distinga ahora entre medios y objetivos.
*Presidente del Colegio Nacional de Economistas

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