Rolando Cordera Campos - Periódico La Jornada
En los últimos años, el mundo y nosotros con él hemos buscado “normalizar” la violencia, dejando a un lado los diagnósticos que sobre esta lacra también inundan nuestros buzones virtuales. Nos hemos acostumbrado a convivir con la brutalidad y su compañera la violencia, sin tomar nota cabal de que ambas constituyen una lacra corrosiva. No sólo son los medios de información los que a diario nos saturan de recuentos y relatos sobre actos criminales, siempre de la mano con la violencia y los violentos; también son los medios mismos los que se solazan con los episodios que nos asestan como si fuesen relatos pulcros de una vida cotidiana hecha pedazos hasta entronizar al miedo como virtud cardinal.
La violencia ha sido, en efecto, una constante en nuestra historia nacional y patria o adulterada; lo grave es que ahora la vemos como una constante del presente con la que hay que aprender a vivir sin remilgos. De maneras diversas, los mexicanos estamos sometidos a su influencia, explícita o subliminal, que condiciona discursos y discusiones, relaciones y emociones, corridos y hasta himnos.
En rigor, la seguridad es una ilusión de nuestro tiempo mexicano, el de ahora, que alevosamente superó a aquel con cuyo estudio Carlos Fuentes buscaba revisar y recrear nuestras evoluciones.

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