Jesús Silva Herzog Márquez - Pulso Diario de San Luis
La insensibilidad es la ruina de todo gobierno. Peor que la ineptitud, peor que la corrupción, peor que el mal desempeño de la economía: la incapacidad de comprender lo que vive el país. Tarde o temprano, la desconexión de las élites cobra factura. Mostrarse distantes de la experiencia, ser indiferentes a las congojas de la gente, vivir encapsulados en sus celebraciones, despreciar a quienes se atreven a mostrar su desacuerdo. En esa desconexión de las élites del poder se cocinó el fin de eso que llaman el régimen de la transición. Un bloque político que no comprendía el enojo, que confiaba que los escándalos, aunque fueran acumulándose constantemente, eran simple entretenimiento y desahogo. Una élite satisfecha insultaba con sus dichos y sus actos.
La soberbia morenista ha colocado muy pronto a la nueva clase política ante el mismo escenario. Ningunea a los críticos, no se rebaja a contestar preguntas incisivas, no se digna a discutir con los odiosos. La superioridad moral de la clase política es la tarima que le permite ver a todo el México que no la celebra por encima del hombro. Los reflejos de dirigentes partidistas, de legisladores destacados, de gobernadores o de miembros del gabinete presidencial son la prueba más dura de la desconexión de la clase política. No sorprende esa fuga de la realidad.
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