Luis Durán - El Siglo de Durango
En el mundo actual, el conocimiento es el nuevo petróleo. Los países que lo producen, lo refinan y lo aplican son los que marcan la pauta económica y tecnológica del siglo XXI. Ante tiempos de cambio y tendencias económicas inesperadas, es momento de abrir una discusión crucial sobre el modelo económico que México necesita para las próximas décadas: la economía del conocimiento. Mientras Estados Unidos lanza un ambicioso plan de relocalización industrial y Europa refuerza sus políticas de innovación verde, nuestro país sigue sin una estrategia clara para competir. El riesgo es evidente: sin inversión en conocimiento, el nearshoring puede quedarse en una ola pasajera, y no en el motor de desarrollo que prometen los discursos.
En el siglo XX, México se convirtió en una potencia manufacturera gracias a tres ventajas: ubicación geográfica privilegiada, costos laborales competitivos y acceso preferencial al mercado más grande del mundo. Esa fórmula -basada en costos y tratados- nos dio décadas de crecimiento exportador. Sin embargo, en pleno siglo XXI, esa receta ya no es suficiente. La nueva frontera de la competitividad no se mide en salarios bajos, sino en la capacidad de generar, aplicar y escalar ideas que se transformen en valor agregado.
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