Joaquín Gómez - elEconomista.es
Los agostos bursátiles tienen siempre puesta una cita rotulada en rojo en el calendario: el simposio de Jackson Hole, que es la reunión anual de banqueros centrales de Wyoming. Después de que el año pasado Jerome Powell, comandante en jefe de la política monetaria de EEUU –a disgusto de Trump–, llegase a decir que "ha llegado el momento de ajustar la política" para lograr algo que históricamente es inusual: un aterrizaje suave de los altos tipos de interés y el control de la inflación sin provocar una recesión que desencadene un fuerte aumento del desempleo; la realidad no puede ser más kafkiana.
En la Casa Blanca se ha instalado un presidente sanguíneo, que con recetas simplistas pretende alargar la fortaleza económica de EEUU a costa de un déficit galopante y un endeudamiento excesivo. La némesis de lo que pedía el año pasado Powell en Jackson Hole.
Powell estaba cerca de lograr un milagro económico que es más fácil de entender si se recuerda la metáfora de quien fuera presidente del Bundesbank, Karl Otto Pöhl, para darnos cuenta de la dificultad que tienen los bancos centrales para solucionar el problema de la inflación: "Es como la pasta de dientes: es muy fácil sacarla del tubo, pero casi imposible volver a meterla dentro".

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