Es uno de los hombres más ricos del mundo y, tras
su pasado como especulador, uno de los filántropos y pensadores económicos más
conocidos y sorprendentes. Nos recibe en su casa en la costa este de EE UU para
hablar de cómo ve la salida de Europa a la crisis.
Buenos
días, soy el mayordomo del señor Soros. Síganme, por favor”. Un amable
ayudante, que hace tiempo que cumplió los 60 años, nos da la bienvenida a la
casa donde George Soros (Budapest, Hungría, 1930) pasa los primeros días
de julio. Hace calor y se percibe la proximidad del mar en la brisa salada que
de vez en cuando refresca el ambiente. Pese a la formalidad que uno esperaría
encontrar en la casa de un multimillonario, el mayordomo entrado en años viste
unas bermudas beis, deportivas blancas con calcetines a juego y un polo azul
marino con un nombre bordado en español cerca del hombro izquierdo: El Mirador.
“Es el nombre de la casa y se debe a esa habitación”, explica mientras apunta
con el dedo hacia una pequeña torre. “Desde ahí arriba se tiene una
extraordinaria vista de la playa y de toda esta zona de los Hamptons”. El
Mirador es una gran casa ubicada en una de las zonas de veraneo más exclusivas
de la costa este de EE UU, a unas dos horas y media de Nueva York en coche. Es
la vivienda de uno de los hombres más ricos del mundo, pero no tiene ninguno de
los detalles que inevitablemente caracterizan este tipo de mansiones. Solo se
diferencia de otras viviendas de alrededor por el muro de piedra y cemento que
rodea la finca. No tiene acceso directo a la playa, la entrada es bastante
modesta y los objetos que se ven mientras nos conducen desde el hall
hasta el jardín tienen la pátina de quien lleva años disfrutando de ellos de
forma cotidiana, sin necesidad de epatar a nadie. Solo al cruzar un pequeño
pasillo, cuando George Soros está listo para recibirnos en su despacho, uno se
tropieza casi descuidadamente con un léger que en
casi cualquier otra casa ocuparía un lugar principal.
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