Por: Arturo Damm Arnal - La Razón de México
En las democracias, que han degenerado en mercados electoreros, los gobiernos gastan cada vez más. Si la probabilidad de que un candidato gane depende de qué y cuánto promete darles a los ciudadanos si votan por él y triunfa, y si el gobierno en turno ya les dio A, B y C, en cantidades 1, 2 y 3, el candidato debe prometer darles A, B, C y D, en cantidades 2, 4, 6 y 8, para lo cual, dado que A, B, C y D no van a caer del cielo, menos en las cantidades 2, 4, 6 y 8, debe contar con fuentes de financiamiento, que no son infinitas: el cobro de impuestos tiene un límite (la paciencia de los contribuyentes) y, aunque no lo parezca, también lo tiene la deuda gubernamental (la prudencia de los acreedores).
Al gobierno mexicano se le están agotando las fuentes de financiamiento, tanto por el lado de los impuestos (¿es políticamente aceptable, por ejemplo, aumentar la tasa del IVA del 16% al 20% y/o la tasa máxima del ISR, para personas físicas, del 35% al 40%, y para personas morales, del 30% al 35%?), como por el de la deuda (que entre 2018 y 2025 aumentó 71.65%). Muy probablemente el gobierno anda buscando nuevas fuentes de financiamiento, que podrían ser: los recursos de las Afores; las reservas de dólares del Banco de México; el poder del Banco de México para producir dinero; la venta (por demás improbable), de Pemex y CFE.
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