Arturo Damm Arnal - La Razón de México
¿Estaremos conscientes de la importancia del comercio, tanto intranacional (entre personas de la misma nacionalidad), como internacional (entre personas de nacionalidad distinta) y, por lo tanto, del mercado, definido como la relación de intercambio entre compradores y vendedores?
Para darnos una idea de su importancia imaginemos lo que pasaría, con nuestro bienestar, que depende de la cantidad, calidad y variedad de los bienes y servicios de los que disponemos para satisfacer nuestras necesidades, ¡la mayoría de los cuales hay que comprar!, si por alguna extraña razón, no pudiéramos realizar intercambios comerciales, y nos viéramos condenados a la autarquía, es decir, a rascarnos con nuestras propias uñas. ¿Seríamos capaces de producir, por nosotros mismos, de la A a la Z, todos los bienes y servicios que habitualmente consumimos? No, ni remotamente. Y si no fuéramos capaces de hacerlo, ¿qué pasaría con nuestro bienestar? Caería en picada y no sería mayor del que podría alcanzar un náufrago en una isla desierta.
El comercio, el intercambio entre oferentes y demandantes, hace posible la división del trabajo y sus cuatro principales beneficios: el aumento en la productividad y, por lo tanto, el aumento en la producción, y, resultado de lo anterior, la reducción de la escasez y, por tal motivo, el incremento del bienestar. Si el intercambio fuera imposible la división del trabajo resultaría contraproducente, desaparecería, y con ella los cuatro beneficios señalados, lo que daría como resultado mayor escasez y, por lo tanto, menor bienestar, situaciones que, si el fin de la economía es el bienestar, podemos calificar de antieconómicas.
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