Opinión de Leonardo Cursio - El Universal Online
No hay demócrata que pueda negarse a leer el veredicto popular. Al pueblo se le debe escuchar. La defectuosa convocatoria y el errático proceso que nos llevó a la votación de ayer, no puede borrar el mensaje de las urnas desiertas. El pueblo, en un acto de lucidez digno de una novela de Saramago, decidió no legitimar la reforma judicial.
Quienes la aprobaron saben que usurparon una gama del espectro de la representación para arrogarse una mayoría constitucional que no tuvo eco entre la gente. La aprobaron comprando voluntades y por tanto recurriendo a las más deleznables prácticas de la política. Hoy esa mayoría, artificialmente creada por una decisión del Tribunal electoral y la más palmaria corrupción política, debe asumir políticamente el revés que el pueblo les ha dado.
Aprobaron una reforma que sin explicársela al soberano se convirtió en su propia condena. La reforma nunca fue entendida por la sociedad mexicana. Fue una reforma confusa que amanece derrotada porque la gente no la refrendó con su voto. La integración de un poder del Estado no puede tener una legitimidad tan baja ni siquiera sumando los votos de los acróbatas del razonamiento que fueron a las urnas a anular su voto.
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