Por Michelle Goldberg - The New York Times
Desde que Donald Trump fue elegido de nuevo, he temido que se presente un escenario más que cualquier otro: que ordene al ejército actuar contra la gente que proteste por sus deportaciones masivas, lo que pondría a Estados Unidos de camino a la ley marcial. Sin embargo, hasta en mis ideas más descabelladas, pensaba que necesitaría más pretextos para sacar soldados a las calles de una ciudad estadounidense —en contra de los deseos de su alcaldesa y su gobernador— que las protestas relativamente pequeñas que estallaron en Los Ángeles la semana pasada.
En un entorno posrealidad, resulta que el presidente no necesitaba esperar a que se produjera una crisis para lanzar una represión autoritaria. En su lugar, puede simplemente inventar una.
Es cierto que algunas de las personas que protestaban contra las redadas del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas en Los Ángeles han sido violentas; el domingo detuvieron a un hombre por lanzar presuntamente un cóctel molotov contra un agente de policía, y acusaron a otro de conducir una motocicleta contra una línea de policías. Esta violencia debe condenarse tanto porque es inmoral como porque es tremendamente contraproducente; cada Waymo en llamas o cada escaparate destrozado es un regalo en especie para el gobierno.

No hay comentarios:
Publicar un comentario