Vianey Esquinca - Excélsior
Este 1 de junio, México vivirá su primera elección judicial, esa clase de hazaña que empieza mal, sigue peor y remata este domingo. Lo que comenzó como una “gran reforma para democratizar la justicia” terminó convertido en un ejercicio nacional de confusión, cinismo y acordeones.
Esta reforma fue producto de una mente rencorosa con mayoría legislativa que decidió que los ministros, magistrados y jueces debían ser electos por voto popular, pero sin explicar cómo, con qué criterios ni bajo qué garantías. A la gente no se le dijo ni qué hace un juez de distrito, un magistrado o un ministro, pero eso sí, hoy se les envía a las urnas con boletas multicolor.
Entre los miles de candidatos registrados para ocupar alguno de los 881 cargos judiciales federales, se apuntó de todo: desde académicos serios hasta exfuncionarios cuestionados, ministras acusadas de plagio y/o ignorancia y personajes con oscuros vínculos. Cuando comenzaron a salir nombres que olían a pólvora y peligro (abogadas del narco, operadores políticos, acusados de acoso, etcétera) todos se lavaron las manos y resultó que nadie los había propuesto, nadie los había evaluado y nadie los conocía, pero hoy están en las boletas.
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