Jorge Zepeda Patterson - Milenio
Puede resultar cómodo, pero es improductivo victimizarnos frente a la irracionalidad, el abuso y la inmoralidad de los argumentos de Donald Trump respecto a México y los latinos. Son los argumentos de un necio, pero no podemos olvidar que poco más de la mitad de los estadunidenses votaron para que esos argumentos se convirtieran en políticas públicas y actos de gobierno.
Tildar de descerebrados a quienes nos critican es el refugio de los irresponsables. Y lo mismo vale para la vida personal que para la vida pública. Indignarnos porque los halcones de Trump hablan de México como un narcoestado es algo que enciende nuestro masiosare e inflama el orgullo patrio. ¿Pero no sería mejor hacernos cargo de nuestras responsabilidades ante tales acusaciones?
Se trata, sí, de una crítica desproporcionada que no refleja las condiciones puntuales de lo que en la literatura política se define como narcoestado: un país cuyas “instituciones políticas se encuentran influenciadas de manera importante por el poder y las riquezas del narcotráfico y cuyos dirigentes desempeñan simultáneamente cargos como funcionarios gubernamentales y miembros de las redes de tráfico de drogas” (Kristin Myers). No podemos endilgarles esa etiqueta a nuestros mandatarios ni asumir que las políticas públicas nacionales están definidas por los jefes de los cárteles. Pero hace rato que esa definición es perfectamente aplicable a un número considerable de presidencias municipales, y hay muchas señales de que varias gubernaturas sostienen pactos de esa naturaleza hoy en día.
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