José Romero* - Periódico La Jornada
El Plan México: Estrategia Nacional de Industrialización y Prosperidad Compartida promete empleo, inversión extranjera directa (IED) y sostenibilidad. Sin embargo, un análisis más profundo plantea serias dudas sobre su capacidad para traducir estas metas en resultados tangibles y equitativos. De no corregirse, podría perpetuar desigualdades regionales y consolidar un modelo maquilador dependiente de tecnología extranjera, en lugar de catalizar una verdadera transformación económica.
Uno de los retos más evidentes es la falta de estrategias claras para desarrollar las vocaciones productivas en las regiones más rezagadas. Sin políticas que promuevan actividades de mayor valor agregado, estas áreas podrían quedar marginadas mientras los estados con mejor infraestructura atraen la mayor parte de la inversión. Definir el turismo como la vocación natural del sureste mexicano es una visión reduccionista que ignora su potencial industrial y tecnológico. Corea del Sur, en su momento, pudo haber optado por un modelo similar y permanecer como productor de arroz. En cambio, apostó por la innovación y el desarrollo tecnológico, convirtiéndose en un líder global. Insistir en limitar al sureste al turismo equivale a hipotecar su transformación económica y social.
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