- El empresario más rico del mundo, convertido en el hombre que susurra a Trump, disfruta de su recién estrenado poder político para desarrollar sin ataduras su propia agenda. ¿Cuánto durará su luna de miel con el presidente electo?
Iker Seisdedos - Washington - El País
El viernes fue un día como otro cualquiera en la cuenta de X de Elon Musk, propietario de la red social antes conocida como Twitter. Con la ayuda de un algoritmo siempre listo para favorecer al dueño, sus casi 210 millones de seguidores ―a quienes ahora da la bienvenida la frase “El pueblo votó por una reforma del Gobierno a gran escala”― lo vieron pelearse con la extrema derecha racista por los visados con los que las empresas de Silicon Valley reclutan al empleo cualificado extranjero; recibieron una variada ración de mensajes de promoción de sus empresas, Tesla, SpaceX, Starlink y la propia X; escucharon la voz de alarma de un padre de 12 hijos sobre la caída de natalidad mundial y sus promesas de colonizar Marte; y vieron cómo este amplificaba el argumento de un negacionista de la covid con 327 seguidores que defendía el derecho estadounidense a comprar “armas”, “para evitar acabar encerrados en campos de concentración por un virus con un 99,9% de índice de supervivencia”.
Incluso en esta era de la hipernormalización del caos ―un tiempo en el que lo descabellado resulta de lo más cotidiano, y viceversa―, cuesta encajar que tras esa ráfaga de mensajes, esté no ya el hombre más rico del mundo, sino una de las personas más influyentes del planeta, así como un actor con un súbito poder político en Estados Unidos. Es el tipo que susurra a Donald Trump; un empresario con un gran ascendiente sobre la nueva Administración de la primera potencia mundial pese a que nadie votó por él en las urnas. Alguien cuyos críticos han empezado a llamar “Presidente Musk” para ver si así consiguen enfrentar a dos egos tan grandes que parecen condenados a estamparse el uno contra el otro antes o después.
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