Rolando Cordera Campos - Periódico La Jornada
Las regiones y los estados nacionales, las economías con toda su cauda de contradicciones y desequilibrios, las empresas de todo tipo y tamaño, tienen que planificar o programar, según sea el caso y el gusto. No se puede andar por ahí sin carta de navegación, brújula o compás para tratar de orientarnos y no perder (tanto) el rumbo.
Los mexicanos hemos intentado repetidas veces desplegar ejercicios de imaginación buscando trazar grandes líneas, esbozos de futuro que iluminen nuestros pasos y, en lo posible, adviertan sobre peligros y acechanzas emanadas (o agazapadas) de los entornos. Prometedor fue cuando se decidió en Washington conformar un gran consenso y el capitalismo se descubrió solo y sin oponentes, frente a las demolidas murallas del comunismo a un costo elevado y alevoso que hundió aquella Jerusalén de sueño e ilusiones, y abrió la puerta para la búsqueda de caminos que dejaran atrás el socialismo, la bipolaridad. Con el mercado global, se dijo, habría bienestar sustentado en el consumo más extravagante, y se cumpliría con la gran promesa moderna: una democracia representativa universal y la promoción y defensa de los derechos humanos.

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